lunes, 27 de julio de 2020

¿Y si Trump pierde y se niega a dejar la presidencia?

Nota de aclaración: El siguiente artículo fue tomado de El Nuevo Herald de Miami. No es costumbre por la naturaleza anticubana de esta publicación hacernos eco de ese órgano,. En este caso solo nos limitamos a reproducir este artículo por lo dramático que resulta las actuales condiciones que vive Estados Unidos.


¿Y si Trump pierde y se niega a dejar la presidencia?

La pregunta es muy seria y se la están haciendo a los niveles más altos de las esferas políticas, judiciales y legislativas, a raíz de que Donald Trump haya declarado que no está dispuesto a ceder fácilmente el poder si pierde la elección frente a Joe Biden.

“No voy a decir que sí [voy a conceder la derrota]. Tengo que ver”, respondió en una reciente entrevista en Fox News. La declaración elevó el grado de alarma, dado que no es la primera vez que insinúa su deseo de perpetuarse en el poder.

Si llegara esa situación el caos sería inimaginable, empezando porque no hay nada escrito en la Constitución ni en las leyes federales que garantice un traspaso pacífico de poder. El proceso ha funcionado sin incidentes durante 220 años, incluso a través de guerras, basado sólo en el honor y buena voluntad de los dos candidatos involucrados.

Por impensable que ahora pueda parecer la ruptura de esa tradición, es totalmente posible. Estados Unidos se vería abocado a una crisis sin precedentes, para la que no existe un mapa claro de soluciones. Aunque sí hay caminos legales para evitar el descenso al infierno dantesco de Washington. Y también, como no, sistemas para torpedearlos.

La preocupación ante un eventual rechazo de Trump a dejar la presidencia no es nueva. Ha ido aumentando a medida que sus instintos autócratas iban saliendo a la luz. O mejor dicho, Trump iba exhibiéndolos, incluso alardeando: “El deseo popular es que yo me quede 20 años más en la presidencia”, es una de las fórmulas que ha repetido en los mítines que se siente arropado por sus fanáticos.

En torno al temor de un “tirano Trump” se ha creado casi un género literario. Libros, artículos o conferencias exploran tal zozobra. Destaca el texto del profesor de Amherst College, Lawrence Douglas, “Will He go? Trump and the Looming Election Meltdown” (Se irá? Trump y el inminente desastre electoral”).

Y también se están realizando simulacros para gestionar el “apocalipsis”, en caso de que Trump, como Nerón, decida “incendiar Roma” antes que salir de la Oficina Oval por voluntad propia. Y digo irse por las buenas, porque ya Nancy Pelosi ha advertido que por las malas sería “fumigado” de la Casa Blanca. Con esa palabra, fu-mi-ga-do. Por cierto, Pelosi es según la Constitución, la tercera en línea para asumir la presidencia en caso de que no hubiera un claro ganador o la situación descendiera al caos abismal.

Qué ironía sería para un misógino que lo segundo que más teme después de la etiqueta de “perdedor” es que sea una mujer quien le sustituya, y dentro del universo femenino, es difícil pensar en alguien a quien Trump más deteste que a Pelosi.

Volviendo a los simulacros, hay uno bipartidista en el que participan al menos 60 personas, incluidos ex gobernadores y ex secretarios de gobiernos republicanos y demócratas. El grupo se llama Transition Integrity Project.

Pero antes de seguir explorando las opciones y contra-opciones, conviene contextualizar la realidad en que nos encontramos a menos de 100 días de las elecciones: no se puede decir que la suerte de Trump esté ya echada, pero sí que se le ha volteado.

Es patente su continuo hundimiento en todas las encuestas, su incapacidad para gestionar las crisis y su afán de usar tácticas autoritarias. Estas últimas sirven de aperitivo para imaginar cómo sería una segunda presidencia sin el freno de tener que rendir cuentas ante el electorado.

De momento, sus tácticas de militarizar las calles —empezando en Portland— o el intento de deslegitimar por adelantado la votación de noviembre, son ensayos de un Trump desesperado calibrando hasta dónde puede quebrantar la democracia, para aferrarse al poder. O para perpetuarse, como se ha atrevido a sugerir en varias ocasiones.

Me refiero a quebrantar la democracia más de lo que ya la ha golpeado desde que llegó a la Casa Blanca, debilitando instituciones y violando normas. Creyéndose invencible, con la complicidad de la mayoría del Partido Republicano. Tan ebrio de poder que durante seis meses ha negado al enemigo innegable: una pandemia imposible de esconder con sus típicas distracciones.

Y si esta semana se ha visto forzado a claudicar ante el coronavirus, que nadie se llame a engaño, no lo ha hecho por la cifra de muertos. Trump nunca se digna nombrar a esas casi 150,000 almas, muchas de las cuales estarían vivas si él hubiera establecido un plan nacional para proteger a la población, que es su primera responsabilidad como presidente. Y su gran fracaso.

Son otros números los que le han movido a reconocer la gravedad de la pandemia: el 10% a 15% que va detrás de Biden en todas las encuestas. Incluida la de su canal favorito, Fox News. El margen de victoria es igualmente amplio en estados clave como Michigan, Wisconsin, Pennsylvania, Arizona y Florida. En otras palabras, si continúa esta trayectoria la derrota sería humillante.

Se lo recordó educadamente el periodista Chris Wallace en la entrevista en Fox el 19 de julio en la que rehusó comprometerse a ceder el poder en caso de derrota. Trump le respondió acusando al canal de ser “fake news”. ¡A Fox News!, lo cual es el colmo y demuestra el callejón sin salida en el que se encuentra. Y a solas con el virus. Ese es su problema, que ningún humano le ha llevado a ese callejón, se metió él solito, con Twitter y sin máscara.

Ahora, a toda prisa busca una salida, mientras el virus avanza sin que el presidente todavía haya presentado un plan. Y mientras Biden avanza sin que ninguna de las caricaturas urdidas por Trump se le haya pegado.
A estas alturas, y después de desperdiciar la ocasión de su vida pudiendo haber usado el COVID-19 para unir al país, la única estrategia que le queda es la suya de siempre: dividir, crear caos. De eso trata el envío de soldados en uniformes de guerra a las calles.

Para justificar su lema de campaña, “ley y orden”, antes tiene que crear desorden.

Y para deslegitimar la elección por si pierde, antes tiene que impedir que mucha gente vote, por correo o en persona. Al tiempo que inventa conspiraciones, y quien sabe cuantas cosas más se están cocinando. Una de las que se conoce es el ejército de abogados listo para cuestionar los resultados el 3 de noviembre a todos los niveles.

Hay tantos potenciales escenarios que son imposibles de enumerar en este espacio limitado pero trataré de ir analizando en sucesivas columnas. Solo un apunte: el arbitraje final (en caso de que la elección acabe en retos múltiples) puede desembocar en manos del Congreso o del Tribunal Supremo. Y hasta llegar a esas instancias pasaría por cortes inferiores, recuentos de votos etc.

Salvo milagros, hay un horizonte que parece incuestionable: Estados Unidos tiene que prepararse para una pesadilla.

Periodista y analista internacional. Twitter: @TownsendRosa.

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