lunes, 16 de diciembre de 2019

“¿Quién eres tú? ¿Viengsay Valdés?” (+ Fotos)




A los tres meses de edad Viengsay Valdés fue a vivir a Laos, donde su padre era embajador. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
  • “60 años de diplomacia revolucionaria” es una serie del Ministerio de Relaciones Exteriores y Cubadebate.
Dicen que los primeros años de un niño son clave para formar su personalidad. Sin embargo, pocas veces una persona puede recordar de mayor algo más que un flashazo de su infancia.

Pero cuando has nacido en un país a más de 15 mil kilómetros de tu tierra, donde templos y monjes budistas son el paisaje de una mañana cualquiera, recuerdas algo más que un flashazo.

Era de noche en Vientián, capital de Laos, y una Viengsay Valdés de menos de tres años se probaba tacones, trajes y maquillaje de su madre en la residencia del embajador de Cuba en esta República. Su padre, el embajador, oficiaba una cena con el diplomático soviético en esa nación, cuando, como “una niña que juega en casa”, Viengsay rompió todos los protocolos e irrumpió en el comedor bailando.

Roberto Valdés, embajador en Laos desde 1975 y su madre, secretaria y agregada en la embajada, regañaron rápidamente a su hija, que seguía moviendo sus pequeños brazos y piernas encerrados en un largo traje, por todo el salón.

Ni los presentes, ni los compañeros del círculo infantil de la embajada soviética en Laos, donde Viengsay asistía, ni los laosianos que años más tarde verían el nombre de su ciudad conquistar el mundo, pudieron profetizar lo que el diplomático ruso hizo en aquellos segundos. “Déjenla bailar, ella va a ser una gran bailarina, como Alicia Alonso”.

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Con tres años sería trasladada a las Islas Seychelles, donde su padre sería embajador desde 1979 a 1983. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Diciembre de 2019 en La Habana. Alicia Alonso ha fallecido hace casi dos meses y Viengsay Valdés es la subdirectora del Ballet Nacional de Cuba.

Cada mañana, una serie de cuerpos esbeltos y delgados entran de puntillas en la sede del ballet en Calzada y D, suben al segundo piso como gazelas y comienzan a cruzar y estirar las piernas con cintas de colores.

Basta con cruzar el umbral de la casa señorial de dos plantas del Vedado habanero para experimentar la sensación de estar en el ballet. La recepción está decorada con un cuadro a versión grande de Alicia Alonso. Las paredes tienen azulejos con mosaicos de flores y las puertas son blancas de madera. En el patio sevillano, desde el que se puede ver el cielo, Julio Bocca, traído por Viengsay en estos días a Cuba, imparte una clase.
Sucede algo con el ballet. Habitualmente es sencillo distinguir, no solo a los bailarines, sino a los empleados. No importa si eres profesor o secretario, hay una serie de características afines que te hacen distinguirlos. Los ojos de la recepcionista, por ejemplo, por encima de sus espejuelos de pata fina, enganchadas al recogido en forma de cebolla que lleva en el pelo y el carácter huraño la denotan.

- ¿A Viengsay? ¿Tienen cita?

Tener una cita con ella no es fácil. Viengsay Valdés ya no es esa niña que hace más de 40 años interrumpía bailando una cena oficial. El Ballet Nacional de Cuba es hoy su embajada, y ella su representante en el mundo.

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Viengsay Valdés ya no es esa niña que hace más de 40 años interrumpía bailando una cena oficial. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Roberto Valdés era diplomático antes del nacimiento de su hija y lo seguiría siendo después. Entre 1967 y 1971 segundo Secretario de Cuba en Moscú y cónsul en Odesa, el padre de Viengsay terminó su misión en Laos en 1979.

De ella se llevó la histórica instauración de la actual República el 2 de diciembre de 1975 y el nombre de su hija, un homenaje a la primera zona liberada de ese país en la guerra con los norteamericanos que significa “victoria” en laosiano, sugerido por un ministro de cultura en la nación asiática cuando la madre estaba embarazada.

Si con tres meses de edad Viengsay fue llevada a Laos, con tres años sería trasladada a las Islas Seychelles, donde su padre sería embajador desde 1979 a 1983 y su madre, secretaria y agregada de la embajada.
De allí recuerda más. Aprendió creole, una mezcla del francés y lenguas nativas, para hablar con los empleados y los niños en la escuela primaria. Se crió libre, entre tortugas y pollitos, bailando y corriendo. Pero el ballet no fue la primera danza para Viengsay. El lambón, típico de Laos, lo practicaba ya con un año en las actividades oficiales.

“Era una niña feliz”, dice Viengsay, quien habla como se mueve. Su voz es una pieza de ballet, como si en su mente dibujara con manos y piernas las palabras.

Pero hay algo siempre capaz de cambiar el tono de una persona. Dicen que no se puede viajar en el tiempo. Mienten. Los recuerdos lo hacen. A esta casa antigua del Vedado ha viajado uno a Viengsay. Sabemos que es de sus padres. Pero nunca podremos adivinar, tal vez ni siquiera ella, qué es exactamente. Un recuerdo así, viaja, se posiciona, clava un puñal y se va, dejando rastros de tiempo inalcanzables, hasta que pasa, y la Primera Bailarina sigue hablando…

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Hoy, en una habitación de la sede del Ballet Nacional de Cuba, Viensgay aparece como una diosa sin tutú. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

Desde los tiempos remotos, ningún baile se ha considerado tan elitista y aclamado como el ballet. En cada función se nos presentan dioses de zapatillas y tutús, a cada salto más perfectos e imponentes. Hoy, en una habitación de la sede del Ballet Nacional de Cuba, Viensgay aparece como una diosa sin tutú.
No va con el pelo suelto, no habla en voz alta, no gesticula. Los críticos han dicho que “sus giros son tan rápidos que se pierden de vista cuando empiezan”.

Delante de cámara, sus brazos y piernas permanecen calmados. Cuando se toma una foto sonríe y pide saber cómo quedó. Es amable y fuerte. A fin de cuentas, ser exigente es el único modo de haber bailado en las mejores compañías del mundo, como el Ballet del Teatro Bolshói, el Royal Ballet de Dinamarca o The Washington Ballet.

 
 
A los cinco años y medio los bailes foráneos y la libertad de las islas paradisíacas terminaron para ella, quien llegó a Cuba para comenzar la escuela y ser criada por su abuela. Por grabaciones enviadas a través de la valija diplomática, sus padres supieron que se presentaría a las pruebas de ballet. Ya se dedicaba a la gimnasia rítmica por su tía que era profesora.

“Eso me permitió estar preparada físicamente. Pero en algún momento determinamos que la carrera de un atleta de gimnasia rítmica a los 24 años se acaba. Es muy corta y lleva mucho desgaste físico. Entonces, pensamos en el ballet. Yo había visto el de Alicia Alonso por la televisión. Después la vi en el teatro. Como yo bailaba tanto, por cualquier cosa, dijimos, bueno, el ballet es una opción, un arte muy lindo que combina lo físico, técnico e histriónico, y mi abuela me llevó a hacer las pruebas y comencé a los nueve años”.

Para recibir las clases viajaba desde Habana del Este, donde vivía, levantándose a las cinco y media de la mañana para tomar dos autobuses y cruzar el túnel.
“La disciplina, el ser una niña buena, aplicada y de 100 en las notas, a pesar de la distancia, increíblemente, vino de la educación de mis padres. La expectativa de escuchar sus voces y que me dijeran: 'pórtate bien, haz caso a la abuela'. Esas cosas me fueron creando el sentido de la responsabilidad”, como el que aún tiene, ahora al bailar y dirigir en el Ballet Nacional de Cuba.
- “Ahora tengo que ir a tomar unos ensayos arriba. Nos vemos allí”, dice y sale a hacer unas llamadas para una reunión que tiene antes.

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En el salón superior la luz del sol se cuela por los vitrales. Una mujer toca el piano. Las sombras que se crean sobre el suelo de madera dan la sensación de que los bailarines van a saltar por las ventanas.
Suena el timbre. La clase termina, pero siguen bailando. Ahora viene el ensayo con Viengsay Valdés y estos jóvenes lo saben. Nunca he visto a nadie intentar con tanto ímpetu y tantas veces seguida que un movimiento le salga perfecto.
Algunos profesores van llegando. Viengsay se ha cambiado de ropa. Aparece en chándal, zapatillas, blusa holgada y toma asiento. Hoy ensayan “Clara” y “Horacio”.
- Tiene que haber ilusión.
- No. Busca más público.
- El brazo izquierdo es por dentro.

Girar, andar en puntillas, saltar. Girar, andar en puntillas, saltar. El espejo les marca el reloj de sus vidas. Pudieras poner en cámara lenta los giros de un solo bailarín y podrían sumar más de tres vidas humanas.
- ¡Eso! El fouette tiene que ser así.
- Venga, la otra pareja.

Desde su silla, la subdirectora mueve intranquila sus pies y gesticula con sus brazos. Ya no hay cámaras, solo ballet.

Una de las muchachas baila frente a la ventana. Las revistas especializadas no mienten, son “delicadas” y “exquisitas”. Mientras que, en un campo de lucha, incluso una nariz congestionada sería capaz de oler la potencia de las partículas de sudor cubriendo la lona; en el segundo piso del Ballet Nacional de Cuba huele a rosas.

No puede sorprender entonces que les guste ser observadas. Se entrenan para sonreír, aunque les duela. Alzar el mentón, aunque estén cabizbajas. Moverse lentamente, aunque el corazón les bombee tan fuerte que deseen correr.
“Los bailarines cubanos poseen una gran potencia expresiva, interpretativa, fortaleza técnica y virtuosismo, pero se puede elevar más ese nivel. Estamos trabajando muchísimo para darles las posibilidades de trabajar más con personalidades del mundo de la danza, y que sientan en calidad de movimiento e interpretación, una explicación de una persona consolidada. Son posibilidades que les voy dando, porque esa curiosidad de indagar y comparar interpretaciones, esa inquietud que yo tenía, cuesta mucho hoy a las nuevas generaciones”.
Como subdirectora del Ballet, Viengsay insiste, ordena y manda un mensaje después con datos que precisar. “Mi día es bastante agitado, bailar y dirigir, organizar y guiar el trabajo de los diferentes departamentos. Soy exigente para ambas cosas. No me gusta dejar nada sin resolver”.

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Hace unos años, en Laos le hicieron un homenaje, y entre cada actuación de ella, bailes tradicionales le recordaban su niñez. Allí la trataron como una embajadora. “Atención de primer nivel, motorizadas, de parecer un presidente. Ellos, por supuesto, están orgullosos de como he llevado el nombre a nivel mundial en los grandes escenarios donde he bailado”.

Ella es Viengsay Valdés y lo sabe. Tiene carácter y es exigente. Es dura porque esculpir un cuerpo toda una vida no es tarea fácil. Hace un tiempo, esperando en la cola de una montaña rusa, se paró en puntillas de pies y alguien le dijo: “Pero, ¿quién te crees? ¿Viengsay Valdés?”
El Ballet Nacional de Cuba es hoy su embajada, y ella su representante en el mundo. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
Viengsay anda de puntillas incluso en la cola de una montaña rusa. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
Viengsay aparece en chándal, zapatillas, blusa holgada y toma asiento, para revisar los ensayos de “Clara” y “Horacio”. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
Ha bailado en las mejores compañías del mundo, como el Ballet del Teatro Bolshói, el Royal Ballet de Dinamarca o The Washington Ballet. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
Pudieras poner en cámara lenta los giros de un solo bailarín y podrían sumar más de tres vidas humanas. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.
Girar, andar en puntillas, saltar. Girar, andar en puntillas, saltar. El espejo les marca el reloj de sus vidas. Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.

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