jueves, 9 de octubre de 2008

El Ché está presente en cada acto de nuestros días.



Por: José Miguel.


Hace 41 años el Comandante Ernesto Guevara de la Serna " El Guerrillero Heroico", fue vilmente asesinado por un grupo de fascinerosos que pensaban que al desaparecerlo físicamente iban a eliminar para siempre su ejemplo y su figura. ! Que equivocados estaban!, la vida misma nos dice cotidianemente que el Ché esta siempre junto a nosotros, es guia, inspiración, ejemplo a seguir, pesadilla para nuestros enemigos, para el imperialismo, para la CIA que dió la orden de matarlo.

El Ché está presente en todos los paises del mundo donde la lucha contra el imperialismo se hace cotidiana, en cada combate, en cada manifestación de pueblo.

Su retrato está el cuadros, pullovers, sellos, gorras, banderas, para recordarnos que ahí está está siempre presente, entonces claro que NO está muerto, vive eternamente inspirandonos para que la lucha por la que el dio su preciosa y valerosa vida prosiga hasta que nos hayamos sacudido de la garra imperial.

Por eso el mejor homenaje que hoy le rindo al invencible Comandante es reproducir íntegramente el artículo del periodista Luis Hernández Serrano , aparecido en la Página digital Cubahora que nos recuerda la forma en que fue capturado, y quienes fueron sus asesinos.

Ernesto Che Guevara
Fusilado sin pedirle su último deseo de hombre
LUIS HERNÁNDEZ SERRANO

El Che murió como vivió: luchando, porque su última orden de disparar la dio cuando le dijo a sus temerosos verdugos: "¡Disparen, no tengan miedo, que van a matar a un hombre!".

Siempre en las cercanías del 8 de octubre, una gran parte de los órganos de prensa del mundo, dedican espacios prominentes a la figura del Che.
Claro que en realidad el comandante Ernesto Guevara de la Serna ni es una imagen del pasado, ni un mito que debe adorarse, ni una camiseta nostálgica para lucir hoy por cualquier calle.

Tenía solo 39 años cuando fue asesinado por orden de la CIA en el aula de tercer grado de la paupérrima escuelita de La Higuera, pequeño asentamiento rural boliviano que hasta ese fatal 9 de octubre prácticamente nadie conocía en todo el planeta.

"Ramón", el último de los 26 pseudónimos de guerra que empleó en su azarosa vida de revolucionario, se convirtió a partir de aquel inolvidable día en bandera contra la injusticia en los más disímiles rincones de la tierra.

No en balde Jorge Torrio, el único periodista que tuvo la audacia reporteril de subir a La Higuera y ver el cuerpo balaceado del Che antes de que un helicóptero se lo llevara con urgencia hacia el Hospital Señor de Malta, de Vallegrande, se vio obligado a salir clandestinamente de Bolivia, huyéndole a las represalias.

Pudo llegar hasta La Higuera, gracias a que portaba una credencial de la Presidencia, del Estado Mayor de las fuerzas armadas y de la Revista Militar dirigida por los jefes de los servicios secretos bolivianos.

No obstante, si no escapa a tiempo, no hubiera podido hacer, como hizo, el verdadero cuento de lo ocurrido, es decir, el fusilamiento de un hombre indefenso, hambriento, exhausto de cansancio, con una pierna herida de bala, obligado a caminar la selva desde la Quebrada del Yuro hasta la propia escuelita donde le dispararon a mansalva, con las manos atadas.

Cuando un periódico de la Argentina dio a conocer a todo trapo que el Capitán Gary Prado, jefe de una compañía de Rangers fue el asesino del Che, el oficial boliviano se apresuró a decir públicamente en La Paz que entregó vivo al guerrillero argentino-cubano en manos del coronel Andrés Sélich, una típica "ponciopilatada" para zafarle el cuerpo a tamaña responsabilidad histórica.

Los más encapotados jefes militares y gubernamentales de Bolivia, sabían desde ese mismo día 9 de octubre que el Che había sido fusilado a sangre fría junto a otros dos guerrilleros, Simeón Cuba Sarabia (Willy), boliviano y Juan Pablo Chang Navarro Lévano, peruano, símbolos de una pelea latinoamericana por la libertad de un país hermano.

Mientras el presidente René Barrientos comentaba en el Departamento de Tarija que el Che había sido incinerado, el general Ovando en Brasil declaraba (también a la prensa) que el cadáver del guerrillero estaba sepultado en un sitio secreto.

EL CHE ESTUVO DOS VECES EN LA HIGUERA

Tras la pérdida del grupo de Joaquín, el Che piensa dar un golpe que levante la moral y permita abastecerse de víveres, abandonar la zona, ocultarse durante un tiempo, subir por el río Piraymiri hasta el Masicuri arriba y de allí a Vallegrande, bordear este y buscar un camino que según el mapa lleva a Puerto Breto; ir de aquí a Chapare o al Alto Beni. Allí tienen una finca que han comprado y tratarían de contactar con La Paz, donde un grupo de 50 hombres espera por incorporarse, y de La Habana irían otros ya entrenados.

Once días después de la desgracia del Batán, donde murieron el cubano Miguel Hernández Osorio (Miguel) y los bolivianos Roberto Peredo Leigue (Coco) y Mario Gutiérrez Ardaya (Julio), el 8 de octubre de 1967, a las 5:30 de la madrugada, llega la tropa guevariana a la Quebrada del Yuro.

Tan pronto los vio un soldado disfrazado de campesino que pastoreaba unos animales, avisó a La Higuera al Capitán Gary Prado y este, sin perder tiempo, lo comunicó así, en cable cifrado, al coronel Joaquín Zenteno Anaya, jefe de la Octava División del Ejército: "500 canzada", donde "500" quería decir Che y "canzada", prisionero.

Eran solo 17 guerrilleros y el enemigo estaba compuesto por 3 702 efectivos de la Cuarta y la Octava Divisiones, concentradas en el anillo interior de la reducida zona de operaciones contra la tropa rebelde.

Las parejas que el Che envía a explorar dice que los soldados les cierran el paso y no es posible retroceder. El Comandante ordena ocultarse en un cañón lateral, indica las posiciones a ocupar, por dónde retirarse en caso de combate, en dependencia del lugar por donde aparezca el enemigo y el sitio de reunión para reagruparse.

Manda a Ñato y a Aniceto a relevar a Harry Villegas (Pombo) y a Leonardo Tamayo (Urbano). Los soldados los ven y comienza el tiroteo, ya muy pasado el mediodía. Son muy pocos libertadores resistiendo. Aniceto, al no poder hacerse el relevo ordenado, va a buscar instrucciones del Che y no lo encuentra en el puesto de mando fijado. Regresa para decirlo al Ñato y al tratar de reunirse con Pombo y Urbano, una bala lo mata al instante.

Están totalmente rodeados y el Che decide entonces cubrir primero la retirada de los enfermos, que logran escapar: Moro, Chapaco y Eustaquio, al cuidado de Pablito. En la heroica defensa caen también Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho), René Martínez Tamayo (Arturo) y Orlando Pantoja Tamayo (Olo).

Esa tarde, el Che es herido en una pierna, inutilizado su fusil M-2, su pistola está sin magazine y es capturado junto a Willy y al Chino Chang.

Herido, fatigado, sin arma, cansado, deshecho por el agotamiento físico, en medio de una de sus violentas crisis de asma, el capitán Gary Prado lo entrega al coronel Andrés Selich, quien ordena colocarlo en el último banco del aula escogida, de espalda contra la pared. Willy y El Chino quedan en la otra aula de la escuelita.

El Che estuvo dos veces en La Higuera: primero como guerrillero libre, el 26 de septiembre, procedente de Pujio; y en esta segunda ocasión, durante los días 8 y 9 de octubre, como prisionero herido en combate.

La terminante orden de la CIA de matarlo llega enseguida y uno de los asesinos, el suboficial Mario Terán, con un M-2, le dispara al pecho. También el subteniente Pérez, que lo hace en el cuello. Otros que piden participar en la orgía de sangre, lo hacen, a la altura de las piernas, entre ellos ¡un enfermero!, Fernando Sanco.

Dos agentes de la CIA nacidos en Cuba por equivocación, Félix Rodríguez y Julio Gabriel García, participaron también en el asesinato del Che. Pero quede claro que aún no se ha sentado en el banquillo de los acusados por ese crimen a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y a los que tuvieron que ver con él en Estados Unidos. Sépase, además, que el presidente boliviano René Barrientos consultó al presidente estadounidense Lyndon B. Jonson si mataba o no al Comandante Guevara. Como era de suponer, la respuesta enseguida fue afirmativa.

Nueve heridas se abrieron en el cuerpo del inefable médico argentino-cubano tras el fusilamiento, y no siete como declararon los médicos de Vallegrande: una sobre el lado izquierdo del pecho; una en la garganta; una en el hombro derecho; una en el brazo derecho y cinco en las piernas.

Murió como vivió: luchando, porque su última orden de disparar la dio cuando le dijo a sus temerosos y temblorosos verdugos: "¡Disparen, no tengan miedo, que van a matar a un hombre!".

En su mochila, junto a otros objetos, en una libreta verde, de su puño y letra, había escrito los poemas "Canto General", de Pablo Neruda y "Aconcagua" y "Piedra de Horno", de Nicolás Guillén.

Había tratado de liberar a Bolivia con 46 combatientes: una argentino-alemana, tres peruanos, 16 cubanos y 26 bolivianos.

Para que no reconocieran su cadáver y no pudieran ver sus huellas digitales, primero intentaron cortarle la cabeza y más tarde decidieron solo cortarle las manos. Sin embargo, Pablo Neruda diría luego: "Le cortaron las manos, pero aún golpea con ellas", aludiendo a la expansión de su ejemplo en el corazón de los pueblos, a pesar de los enemigos de siempre.

Intentaron desaparecerlo, enterrándolo en un sitio desconocido, pero apareció y hasta la Revista norteamericana Time incluye al Che en las listas "20 héroes e íconos" y en los "Cien personas más importantes del siglo XX".

El esbirro boliviano Contralmirante Urgateche, osado lobo de tierra, jefe de la Marina de un país sin mar, lo insultó en la escuelita de La Higuera y lo llegó hasta amenazar. Pero el Che, con su proverbial dignidad y valor, lo escupió la cara.

Lo fusilaron sin pedirle su último deseo de hombre, tal vez porque sus verdugos no quisieron oírle decir otra vez que estaba en la selva boliviana por la libertad de los pobres.

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