martes, 27 de mayo de 2008

Un tercer mandado para Bush.



Por:Manuel E. Yepe
Tengo la impresión de que el mundo entero comprende que la elección de John McCain como Presidente de los Estados Unidos equivaldría a un tercer mandato para George W. Bush y, a partir de ello, cada quien acomoda sus deseos a esa eventualidad.
Pero, de lo que no estoy tan seguro, es de que la población de los Estados Unidos tenga verdadera conciencia de esta realidad.
Los latinoamericanos tuvieron la más categórica confirmación de tal aserto con la reciente designación del cubano-batistiano Otto Reich como asesor del candidato republicano a la Casa Blanca.
Reich, quien ha desempeñado posiciones protagónicas de la diplomacia estadounidense para América Latina durante los gobiernos neoconservadores, ha destacado por sus agresivas posiciones ultraderechistas, en especial contra Cuba y Venezuela. Ha estado vinculado a las guerras secretas sostenidas por Estados Unidos contra los sandinistas en Nicaragua y el FMLN en El Salvador, así como a las invasiones estadounidenses contra Granada (1983) y Panamá (1989).
Reich fue embajador de EE.UU. en Venezuela de 1986 a 1989 y, desde sus funciones a cargo de las relaciones de EE.UU. con Latinoamérica, desempeñó un papel importante en el intento de golpe de Estado del 11 de abril del 2002 contra el presidente venezolano, Hugo Chávez.
Fue Secretario de Estado adjunto para América Latina en 2003 y 2004, así como enviado especial del Consejo de Seguridad de los Estados Unidos para la región en 2002 y 2003.
Al aceptar su nuevo cargo, Reich dijo compartir con McCain no solo su posición sobre Cuba, sino acerca de “toda América Latina”.
La identidad entre las posiciones de McCain y Bush en asuntos de política exterior fue también subrayada cuando las recientes críticas de Bush ante el Parlamento israelí en Jerusalén contra “quienes proponen el diálogo con los enemigos” fueron poco después complementadas por él al calificar a Barack Obama como alguien que no puede ser comandante en jefe por su "voluntad" de negociar con terroristas.
En cuestiones de política interior, la jerarquía del Partido Republicano está conciente de que la antipatía popular contra el actual Presidente por la guerra perdida, los precios de la gasolina, el estado de la economía, la devaluación del dólar y la quiebra de empresas son apenas algunos de los muchos obstáculos que tendrían que superar para evitar desastres tipo Goldwater 1964, Watergate 1974 con Nixon, o como los casi milagrosamente sorteados en 2005, 2006 y 2007 con George W. Bush.
Muchos dirigentes republicanos se lamentan ahora no haber roto con la Administración de Bush a tiempo para salvar al partido sobre la base de las discrepancias en torno a la conducción de la guerra, los temas de inmigración y los gastos gubernamentales, pero ya no hay tiempo de retroceder.
“Lo que hace dos años habría sido honorable y sabio, parecería ahora una cobardía”, ha dicho Clarke Reed, de Mississippi, uno de los principales arquitectos del resurgimiento del republicanismo en el Sur de los Estados Unidos en la década de los años 50 del pasado siglo, según un artículo de Peggy Noonan titulado Pity Party (Lástima de Partido) aparecido en el Wall Street Journal este 16 de mayo.
La reciente coincidencia de la estancia en Miami de los aún contendientes por la nominación demócrata y el ya seguro candidato republicano sirvió para que McCain, quien dada la creciente impopularidad de Bush a nivel nacional había tratado de no hacer demasiado evidente la identificación de sus proyectos políticos con los del mandatario, se destapara en aras de asegurarse el respaldo de la mafia cubano-batistiana de Miami cuya experiencia en fraudes electorales es ampliamente reconocida.
"Mi gobierno presionará al régimen cubano para que libere sin condiciones a todos los prisioneros políticos, para que legalice todos los partidos políticos, sindicatos y medios de prensa y para que convoque a elecciones con observadores internacionales. El embargo debe permanecer en su lugar hasta que se cumplan estos elementos básicos de una sociedad democrática ", anunció McCain, como calcando los discursos que ha hecho reiteradamente Bush en Miami, a tenor de las exigencias de los magnates de la “industria del odio”, como también se conoce al negocio de la contrarrevolución cubana en el Sur de la Florida.
El circunstancial encuentro de los candidatos podría haber servido para poner en claro la grave responsabilidad criminal que la ciudadanía estadounidense asumiría ante el mundo si resultara electo otro “Bush”, propiciador de la continuidad del demencial proyecto político neoconservador del “nuevo siglo americano” en aras de un imposible dominio planetario de la superpotencia que ya ha enseñado sus esencias.
Pero la experiencia de 2004 -cuando la humanidad confiaba en la capacidad de los estadounidenses de lograr, por si mismos, que los grupos neoconservadores que se habían apoderado de la cúpula del poder en Norteamérica devolvieran la nación a una ruta más lúcida- indica que no es seguro que prime la razón.
Un tercer período presidencial de Bush, quien con el nuevo nombre se anuncia más agresivo aún contra los oscuros rincones del mundo, pudiera desatar la ira de los pueblos, que ya no resisten más abusos, explotación y asimetrías.
Es de desear que los pueblos de los ricos países del Norte identifiquen como algo de su propio interés evitar a la humanidad otro periodo de guerras, crisis económicas y degradación del medio ambiente que, para los pueblos del Sur, quieren decir más hambre, insalubridad, explotación, incultura, atraso y muerte.
Es de desear que el pueblo de los Estados Unidos de América reconozca que el peligro no es exclusivo para las naciones pobres y para los pobres de todas las naciones, sino que el magno desastre acecha a la humanidad cual una sola.

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