Resulta imposible analizar un discurso donde buena parte de lo que se dijo no es cierto, para eso se inventó el detector de mentiras o la sala de un psicoterapeuta, porque Donald Trump no es un loco, pero sí una personalidad enfermiza. Lo más lógico sería hacer lo que hizo Nancy Pelosi, romperlo, desaparecerlo de la historia. Me excusan la exuberancia, pero estoy contagiado de pedantería.
Para evaluar este discurso solo me vienen a la mente algunos adjetivos. Perverso, por ejemplo, si nos referimos al trato a los inmigrantes. Sádico, cuando menciona con alarde los asesinatos de enemigos políticos. Hipócrita, cuando habla de los afroamericanos y las mujeres. Falso, cuando se refiere al prestigio de Estados Unidos en el mundo.A Donald Trump solo le faltó decir que había sido el timonel del Myflower, la historia de Estados Unidos comenzó con él y un circo de congresistas republicanos lo aplaudió con vehemencia. También, a veces, los demócratas, aún a sabiendas que todo era pura demagogia.
En estos momentos, quizás gracias a un juicio político que no mencionó, su popularidad ha ascendido al 49 % de la población, el máximo de su gobierno. A esas personas estuvo dirigido su discurso y el show de mala muerte que transmitió la televisión norteamericana.
Muchos votarán por él, incluso puede ser que lo reelijan, porque si algo refleja la presidencia de Donald Trump es la decadencia de Estados Unidos, no importa lo bien que coyunturalmente marche la economía.
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