martes, 20 de enero de 2015

David tiene el reto de ser más astuto que Goliat


David tiene el reto de ser más astuto que Goliat
Discurso de la Dra. Rosa Miriam Elizalde, en nombre de los Premiados por la Comisión Nacional de Grados Científicos, del Ministerio de Educación Superior de Cuba. (17 de enero de 2015)
Rosa Miriam Elizalde

Agradezco a la Comisión Nacional de Grados Científicos el honor que me hace al designarme para ofrecer estas breves palabras en nombre de los premiados, y les confieso que no salgo de la sorpresa. Me he visto en no pocos aprietos profesionales como periodista e investigadora, pero jamás ante uno en el que a la responsabilidad de la encomienda se une el peso de las columnas de esta Aula Magna, tan imponente en su belleza,  tan abrumadora en nuestros recuerdos.

La primera vez que estuve aquí fue para escuchar al doctor Carlos Rafael Rodríguez hace 30 años. Les juro que no entendí lo que dijo. Y no creo que haya sido por mi corta edad y por mi ignorancia. La razón, seguramente, es porque su mensaje estaba cifrado para hoy y ha llegado ahora en nuestro auxilio.  Releyendo en la colección Letra con filo el discurso de aquel día, resulta que Carlos Rafael nos habla de la necesidad del rigor en la formación científica, de la trascendencia que tiene para el socialismo la capacidad de examinar críticamente las propias ideas y las tradiciones culturales en que se ha crecido. Parado en este mismo lugar, el viejo comunista se ajusta sus gruesos espejuelos e indaga sobre la capacidad que tenemos, cada uno de nosotros, de vernos no solo como ciudadanos pertenecientes a una nación, sino como seres humanos vinculados a los demás seres humanos por lazos de reconocimiento y mutua inquietud.
Y por si fuera poco, nos exige:

“Frente a lo que nos imputan nuestros adversarios, repudiamos como opuesta al socialismo la comunidad de los autómatas, administrados por la propaganda o por la imposición, y abogamos por su antítesis: el hombre pleno, delineado en el Manifiesto Comunista. Cuando Carlos Marx, al preguntársele cuál era su precepto favorito, replicó: ‘De omnibus dubitandum’ (Dudar de todo), no predicaba el escepticismo como norma, sino nos hacía ver que la duda metódica, fórmula incompleta del racionalismo cartesiano, es una parte inseparable del racionalismo materialista que nos guía; que el fideísmo embrutecedor es el antípoda del marxismo esclarecedor”[1].

No sé qué piensan mis compañeros, pero yo no habría podido hilvanar nada mejor para esta ocasión como voz colectiva, que debe responder la pregunta de qué puede esperar Cuba de sus doctores; pregunta que no merece ser respondida solo con lo obvio: aportar a la transformación de una sociedad equitativa, que brinde espacios para la solidaridad, la igualdad, la inclusión, la participación efectiva y la sostenibilidad.
La perspectiva cientificista y tecnocrática, que imagina a la ciencia como una condición necesaria y suficiente para tratar los asuntos humanos, no puede ser hoy más que ese acto de cruel dogmatismo del cual nos habla Carlos Rafael.  Si algo hemos aprendido en la investigación es que las soluciones a los problemas de una organización o de un país no están ni en la teorías asépticas,  descoyuntadas de los dilemas sociales, ni en los enfoques mágicos que abandonan a la tecnología la salvación de nuestras almas.

Lo que no significa que la búsqueda de un saber objetivo que nos permita entender y consensuar, más allá de la subjetividad, aspectos relevantes del universo natural y social, sea una actividad secundaria. No es cierto que hayamos entrado en la era del conocimiento. Hemos entrado en la era del aprendizaje. Donde empieza a esbozarse una respuesta que no termine en una gaveta, comienza de hecho el cambio. Como dice el investigador Pedro Urra, fundador de Infomed, no se pueden dirimir los problemas de las sociedades complejas del mundo actual desde el sentido común. Se necesita, como nunca antes, de la ciencia y de la ética.  Una ciencia que forme parte del corazón de nuestra cultura y, aunque su poder puede desplegarse para preservar intereses dominantes de clase o de género, también puede hacerlo para aliviar el sufrimiento humano y promover una perspectiva liberadora.

De hecho tenemos la certeza de que será imposible construir una sociedad más igualitaria y un futuro más prometedor de espaldas al conocimiento y a los compromisos racionales de la ciencia. Y, también, que esa sociedad que soñamos será impracticable sin los jóvenes. ¿Quién tuviera 30 años menos para asomarse por primera vez a esta Aula Magna? ¿Quién se atreve a negar que vivimos un momento privilegiado para los que padecen “la pasión del conocimiento”, de la cual más de una vez nos habló Fidel en esta misma Universidad? Hoy sabemos más de astronomía que Ptolomeo o Kepler, de física que Newton -e incluso que Einstein-, de medicina que Hipócrates, de química que Lavoisier. Tenemos en nuestros laboratorios piedras traídas de la Luna. Las sondas exploran los planetas vecinos y la semana pasada un astronauta replicó en el espacio una llave inglesa con una impresora 3D. Nuestra medida del universo es más exacta que la de Copérnico, y dialogamos con las estrellas fuera de la órbita terrestre. A pesar de lo que no sabemos y de lo que no nos imaginamos que no sabemos, podemos decir que los conocimientos que tenemos son mayores que los que tenían los griegos, o los que se tenían hace dos siglos o dos años.

Si lo pensamos así, no podemos sino preguntarnos cómo es que llegamos desde los Siete Sabios de Grecia hasta nuestra realidad contemporánea, pasando además por Félix Varela, por Finlay, por Martí, por Mella, por Rubén, por Fidel. Todo esto tiene evidentemente las pistas de una aventura incomparable: es la historia del esfuerzo intelectual del hombre por comprender el mundo en el que le tocó vivir, y por transformarlo. Y allá vamos, pero no de cualquier modo. El Doctor Agustín Lage lo dijo insuperablemente: “La ciencia es una tarea social: la hacen las colectividades humanas a través de determinados individuos, no a la inversa” (como algunos aún la describen, por cierto)[2]. Luchamos y estudiamos en Cuba para que esto sea así, para que lo que se hace en común se disfrute en común, y para ser ciudadanos del mundo sin dejar de ser jamás cubanos.

Finalmente, compañeros, no quiero pasar por alto noticias recientes. El 17 de diciembre Washington puso sobre la mesa su nuevo consenso en torno a Cuba. Se ha calzado guantes de seda, pero la sentencia de muerte a la Isla la mantiene en pie, lo que obliga a David a ser más astuto que nunca frente a Goliat; y a la universidad, a ser más rigurosa, comprometida, emancipada y más antidogmática que nunca.
En ese espíritu, permítanme cerrar estas palabras con un llamado de atención: el que hiciera un intelectual cubano, tesoro de las Letras y las Ciencias Sociales y Humanísticas de este país, al que entrevisté varias veces como periodista, y al que he vuelto muchas más como investigadora, Cintio Vitier. Dice Cintio en su libro Resistencia y libertad, y con esto termino:

“Este inicio de siglo replantea, muy agravada y a su modo, la problemática del 98: el imperialismo entonces naciente es hoy hegemónico, el independentismo entonces aplastado es hoy irreductible, el eterno reformismo intenta volver por sus fueros y el anexionismo por sus desafueros”[3].
Citas
[1] Rodríguez, C. (1983). “La Universidad en el socialismo”. En Letra con filo, Tomo III (pp.578-579). La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
[2] Lage, A. (2001). “La ciencia y la cultura: las raíces culturales de la productividad”. Educación Médica Superior, v.15 n.2, pp. 189-205.
[3] Vitier, C. (2012). “Resistencia y libertad”. En Resistencia y libertad (p.107). La Habana: Centro de Estudios Martianos.
Fuente: Cubadebate.cu

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