sábado, 13 de enero de 2018

Buquenque



Por: Juan Miguel Cruz Suárez
Publicado en: Con Humor


Allá en mi barrio natal, Mangue Consuegra(o sin ella, que fue un tipo indigno de cualquier manera) era, para Benjamín Salatodo, lo que es hoy el Senador Marcos Rubio para el insoportable Donal Trump; es decir, un perfecto Buquenque usando un término bien cubano.

Benjamín tenía bastante dinero, fue garrotero durante largos años y esquilmó a numerosos vecinos gracias a lo cual amasó una fortuna nada despreciable, que le servía para comprar favores y agilizar trámites en aquellos lugares donde determinados funcionarios habían colgado el cartelito de: “Se vende” en el lugar en que antes exhibían el honorable letrero de la dignidad.

Mangue, también conocido como el “Guatacón Supremo” no se le despegaba mucho a su adorado paradigma, a pesar de que era evidente el desprecio que muchas veces recibía, como suele suceder en este tipo de relación interpersonal. No había un debate o una comparecencia pública de Benjamín, ya fuera en la Barbería de Clemente o en las Asambleas de Vecinos, donde Consuegra no metiera la cuchara para apoyarlo ciegamente, haciendo constantemente el ridículo.

 En una ocasión Salatodo la emprendió con la enfermera del consultorio del Médico de la Familia, por la útil insistencia de esta última en favor de que las hijas del susodicho se realizaran la prueba citológica (que es en Cuba parte de un programa gratuito de prevención del cáncer, como muchos otros que el estado promueve), pues el hombre le vociferó una sarta de estupideces y allá fue Mangue a respaldarlo, con su ignorancia supina: NO SEÑORITA, ACÁ EL COMPAÑERO TIENE RAZÓN, NO SE PUEDE OBLIGAR A LA GENTE, NI ELLAS SE LO HARÁN NI YO TAMPOCO, PARA QUE NI ME INSISTA.

En otra ocasión que se recuerda con notoriedad, el Guatacón se quedó dormido en medio de un debate que se sostenía ante las quejas vertidas por Benjamín en contra de los perritos que algunos muchachos del barrio criaban y que de vez en cuando se colaban en el patio del garrotero, Mangue había querido hablar dos o tres veces, con seguridad para respaldar al quejoso, pero al no dársele la palabra cayó en brazos de Morfeo y luego despertó con ese susto que provoca saberse dormido en plena reunión, de inmediato e impulsado por su manía guatacona, desembuchó la idea que había maquinado sobre la solución con los perros que molestaban a Salatodo: QUÉ LOS ENVENENEN, QUÉ LOS AVENENEN A TODOS, SON UN ASCO Y UNA MOLESTIA EN LA COLAS Y EN EL PARQUE. Los presentes casi lo matan, si tenemos en cuenta que al despertar ya no se hablaba de los canes, sino de los jubilados.

Cuando Mangue enfermó y entró en desgracia, fueron los vecinos más humildes los que le tendieron la mano, Benjamín nunca pasó a visitarlo, típico de gente poderosa a quienes solo le sirves cuando le sirves.

(Tomado de La Bicicleta)

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