lunes, 29 de octubre de 2018

Bailando con Donald



Por: Elsa Claro

En el 2014, apenas fue a urnas el 36,7% de los votantes aptos. Foto: AP.

Limitándonos a un simple ejercicio mental, imaginemos que los demócratas ganen la mayoría de diputados para la Cámara de Representantes el 6 de noviembre. ¿Solucionaría esa eventualidad los actuales excesos de la administración Trump? No lo parece. Juzgando por lo ocurrido a distintos jefes de Estado cuando existió mayoría parlamentaria del partido contrario, cabe suponer que, en todo caso, les será posible entorpecer algunos puntos de la agenda presidencial, pero no dominarla por completo.

El escenario en las vísperas es contraproducente. Por un lado, las caravanas de emigrantes centroamericanos favorecen a los republicanos, pues permiten a Trump acentuar su tesis sobre el peligro de aceptarles. Aprovechando la circunstancia, el presidente lleva el asunto a extremos y a falsedades como plantear que sus adversarios “quieren fronteras abiertas y leyes blandas”.

Si se revisa la actuación de los jefes de Estado demócratas, no hubo uno solo tolerante con ese asunto. El propio Barak Obama batió todos los récords de deportaciones. Durante sus dos mandatos sacó del territorio estadounidense a mayor número de emigrados que los republicanos Reagan, Bush padre y Bush hijo.
La diferencia, de precisarla, radica en los métodos menos groseros empleados y en un palidísimo intento de remediar algo con ayudas a Centroamérica a través de un plan para el Triángulo Norte, como llamó a su proyecto de frenar los flujos humanos hacia EE.UU. desde Honduras, Guatemala y El Salvador.

La idea no es mala. Pudiera ser útil instrumento para este u otros casos, y antes que generoso, inteligente, si tuviera la amplitud y solidez requeridas y no fuera un ineficiente parche. Lo dedicado por la Casa Blanca para Centroamérica en el 2017 ascendió a 500 millones de dólares. En el mismo periodo, las remesas hacia la región fueron infinitamente superiores. Solo  a Honduras llegaron 4,3 mil millones de dólares por ese concepto.

Antes a Obama, ahora a Trump, se les olvida que desde Washington y con el apoyo de la base militar que tienen en Honduras se puso en marcha el golpe de Estado contra Manuel Zelaya, tronchando el avance de políticas sociales constructivas propias, y hace poco, pese al clamor popular en contra, le dieron soporte al conservador Juan Orlando Hernández, reelegido tras unas manipuladas elecciones (hasta la OEA las calificó así).
Acciones similares sucedieron en Guatemala para favorecer a otro conservador, Jimmy Morales, pese a su notoria podredumbre político-financiera. El apañamiento fue lejos. El vice Mike Pence y el senador Marco Rubio llegaron al extremo de congelar los fondos estadounidenses destinados a la comisión de la ONU creada  para combatir la impunidad y la corrupción (CICIG), que estaba trabajando en el caso del guatemalteco y de quienes, como él, sostienen cuestionables relaciones con republicanos estadounidenses.

De ahí el exagerado amparo a personaje de tan escaso prestigio, un tipo de individuos al frente de naciones desatendidas, sobreexplotadas, donde imperan impunes los grupos violentos y la miseria.

El cuadro en ese sentido se completa con el traslado de los problemas y la incentivación de otros inexistentes a El Salvador y Nicaragua, dos países que sufrieron guerras propias o impuestas y hace rato luchan por recomponerse de aquellas heridas, pero no les dejan.

Si el tema del flujo humano desde estas naciones hacia EE.UU. es explotado por la administración Trump, aparece en el escenario preelectoral el envío de paquetes dinamiteros a un grupo de políticos demócratas. Se supone el hecho beneficioso para los amenazados. Sin embargo, tanto esa circunstancia como la de los emigrantes, con sus diferencias y magnitudes inherentes, alejan la atención ciudadana de serios conflictos.
A citar estaría lo expuesto por un personaje nada progresista ni antiestablishment como es Roberta Jacobson, quien tras dejar su cargo publicó criterios sobre Trump, como estos: “(…) deja entrever un estilo caótico de toma de decisiones que ha socavado la diplomacia estadounidense y los intereses de ese país en todo el mundo. Observé de cerca este caos durante más de un año como embajadora de Estados Unidos en México. No fue agradable” (…), y “la desconexión entre el Departamento de Estado y la Casa Blanca parece intencional, lo cual deja a nuestros embajadores en posiciones difíciles y a nuestros aliados enfurecidos, alienados y desconcertados”.

La diplomática fue tan elocuente que permite obviar consideraciones sobre el manejo de esa importante esfera.
Poco antes, se dilucidaba el nombramiento de Brett Kavanaugh para convertirlo en juez del Tribunal Supremo. Este ocupa el puesto sin contratiempos, sumado a dignatarios similares en la esfera judicial, todos comprometidos con la administración desde puntos de vista estrechos y ultraconservadores.

Las protestas y el vituperable tratamiento a las acusaciones de mujeres ofendidas por el favorecido que intentaron, a costa de su privacidad personal, exponer la cuestionable integridad de quien fue colocado en tan alto reducto para juzgar a muchos, de forma vitalicia, se quedan en una delirante inopia.

Similar sucede con otros asuntos de gran talla. El del cambio climático es uno. Es uno de los tópicos abordados por el millonario Thomas Fahr Steyer, quien promueve el movimiento Need impech (“Necesitamos un proceso de destitución contra el presidente”) -ya cuenta con unos seis millones de adherentes- y trata de influir para que los demócratas “dejen de parecerse a los republicanos”. Solo esa última aseveración merece ser atendida incluso si lo afirma atendiendo a cuestiones de formas y no de contenido.

Entre las bazas en positivo de Trump está la economía. Por el momento, pues el anuncio de la Ford sobre el despido de 24 mil trabajadores, y la brusca e inexplicada reciente caída de las bolsas de valores, dan combustible a los economistas vaticinadores de malos trances provenientes de la política proteccionista del mandatario.

Las dificultades del emblemático consorcio automovilístico se colocan como ejemplo de cuánto puede provocar la aplicación de altos aranceles a otras naciones. El caso ilustra cómo, en lugar de crear puestos de trabajo, se fabrica desempleo. Buscando acorralar el déficit comercial de EE.UU., Trump enfoca el problema a través de una guerra comercial que ya comienza a mostrarse como un bumerán. Pese a ello, parece pronto para convertirse en algo influyente en los comicios legislativos.

Mayor peso debe tener la tendencia a no votar, sobre todo por parte de los demócratas. En el 2014, apenas fue a urnas el  36,7% de los votantes aptos. “El partido más grande de Estados Unidos, de largo, es el partido de los que no votan. Porque no creen en el sistema, porque creen que los partidos son corruptos y deshonestos y a nadie le importan sus problemas. Vamos a ver si podemos convencer al 55% de norteamericanos que ni siquiera creen que el sistema funcione, los que no votan”. (Steyer durante una entrevista en el diario El País, España).
Si los ciudadanos actúan también esta vez según los predichos patrones, de poco vale que Trump genere el 53,3% de rechazo general, pues el 42,2% que le aprueba es más disciplinado en estas lides. Se comprobará, o no, este 6 de noviembre, con la concurrencia o deserción en urnas para renovar la Cámara de Representantes y un tercio del Senado.

En medio, a los costados, encima o debajo, quedarán, expuestos a muchos avatares, temas internos y exteriores de gran trascendencia para Estados Unidos o el mundo. Aplazados, lastimosamente pendientes.

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