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domingo, 28 de octubre de 2018
Bloqueo vs. cultura
El
injusto bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados
Unidos contra Cuba también golpea el ámbito de la cultura
1.
¿Cómo entender que profesores y estudiantes del prestigioso Berklee
College of Music, deseosos de intercambiar saberes y experiencias con
sus colegas de la Isla, no pudieran viajar a Cuba, advertidos por el
gobierno de Washington de que estarían en territorio hostil? ¿O que 15
agrupaciones artísticas norteamericanas cancelaran visitas previstas
entre octubre del 2017 y abril del 2018? ¿O que el tercer foro
binacional de editores, distribuidores y agentes literarios, que debía
efectuarse en el marco de la Feria Internacional del Libro de La Habana
2018, fuera suspendido por la ausencia de los representantes del vecino
país?
Estos son apenas algunos de los hechos recientes que tipifican los
efectos del bloqueo de Estados Unidos contra Cuba en el campo de la
cultura, situación prolongada en el tiempo y recrudecida luego de la
firma del memorando presidencial del 16 de junio del 2017 en Miami y las
nuevas regulaciones adoptadas en consecuencia el 8 de noviembre de ese
año por los departamentos de Estado y del Tesoro.
Fidel y Hemingway se saludan en uno de sus encuentros tras el triunfo revolucionario en la Isla.Foto: Cortesía del autor
2.
A uno y otro lado del Estrecho de la Florida son cada vez más
numerosas las voces que claman por normalizar una relación basada en
fuertes y entrañables lazos históricos.
Si tomamos por caso la música, se puede verificar cómo la creación y
la recepción de ese arte en ambas sociedades no puede explicarse a
plenitud sin la existencia de préstamos, influencias recíprocas e
intercambios.
De ello dan fe los viajes de Louis Moreau Gottschalk a la isla hacia
la medianía del siglo XIX, inspiradores de composiciones como Suvenir de
La Habana y La noche de los trópicos; la cita de Échale salsita, de
Piñeiro, incorporada por George Gershwin en su Obertura cubana; la
popularidad de El manisero en el repertorio más escuchado en Estados
Unidos en los años 30; el desarrollo del jazz afrocubano a partir de los
aportes de Chano Pozo, Mario Bauzá y Chico O’ Farrill, entre otros,
decisivos en la evolución del bebop; la eclosión de la rumba en los
espectáculos de la vida nocturna en importantes ciudades
estadounidenses; y la asimilación de patrones soneros y rumberos en la
llamada música salsa.
Del lado cubano, el maestro Leonardo Acosta recordó en su día cómo en
la década del 20, comenzaron a llegar orquestas de los EE. UU., al
tiempo que se organizaban otras integradas por músicos cubanos:
«Importante –relató Acosta– fue la presencia de músicos que
residieron durante años en el país y organizaron grupos con músicos
cubanos, como fueron los casos de Max Dolin y Jimmy Holmes, Chuck Howard
y Thomas Aquinto.
Algunas agrupaciones, como la de José Curbelo, incursionaron en un
jazz más auténtico y contaron con solistas que podían improvisar, tal
como lo haría en la siguiente década, entre otras, la banda de Armando
Romeu, quien comenzó su carrera de jazzista en La Habana con las
orquestas norteamericanas de Ted Naddy y Earl Carpenter. Un hecho
importante fue el aprendizaje que hicieron por sí mismos los músicos
cubanos del estilo y la técnica de orquestar o arreglar, creado por los
orquestadores de jazz, que fue aplicado consecuentemente a la música
cubana desde los años 30, y que se apartaba de los cánones de la música
clásica que se enseñaba en los conservatorios».
Alicia tuvo protagonismo en el American Ballet Theater. Foto: Cortesía del autor
3.
Si de danza se trata, no debemos olvidar que Alicia Alonso completó
en Estados Unidos la formación que la llevó a crear, junto a Fernando,
la Escuela Cubana de Ballet, ni que en la génesis de la danza
contemporánea en nuestro país, como lo reconoce el maestro Ramiro
Guerra, estaba lo aprendido de Martha Graham.
Al lector cubano le es cercana la literatura norteamericana. Poco
después del triunfo revolucionario, cuando comenzaron a fomentarse
significativas tiradas que ampliaron los horizontes culturales de los
cubanos de la época, circularon las obras de Edgar Allan Poe y Mark
Twain, de Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, de John Dos
Passos y William Faulkner, de Raymond Chandler y Dashiell Hammett. El
conocimiento de la literatura dramática y de las artes escénicas entre
nosotros nunca ha prescindido de las piezas de Tennesse Williams, Arthur
Miller, Eugene O’ Neill y Leroy Jones, ni de los métodos del Actor’s
Studio y la impronta de los musicales de Broadway.
En un texto luminoso, Nación, cultura nacional y ciudadanía, Ambrosio
Fornet afirmó: «La cultura estadounidense, sobre todo en sus
expresiones populares, forma parte de la nuestra desde que se cantó aquí
el primer strike en un partido de pelota y desde que se vio en pantalla
el primer western hasta que alguien oyó sonar por primera vez, en una
vitrola, un conjunto de jazz».
Pero también advirtió: «Si hay en la cultura estadounidense algún
virus, sépase que estamos inoculados contra él, porque ya hace rato que
su efecto corrosivo está diluido y asimilado en nuestra propia sangre.
De manera que el peligro y nadie niega que exista un peligro no está
donde se cree, sino en otra parte, una parte relacionada con lo que
ahora llamamos la ideología del consumo, el predominio de los valores
del mercado. Es un asunto que atañe a la familia, la escuela, los medios
de difusión…, sin olvidar la influencia que sobre ellos debieran
ejercer los intelectuales y artistas…».
Otro lúcido intelectual, Desiderio Navarro, deslindó los campos al
alertar cómo el foco no debía estar en «la (norte)americanización» del
gusto sino en «el aprovechamiento de la cultura y el pensamiento
norteamericanos».
Robert de Niro manifestó al Presidente cubano el deseo de una relación cultural normal y fluida. Foto: Tomada de Internet
4.
Ese proceso sería fecundo y natural si la política de los gobiernos
de Estados Unidos, en especial el que ahora lleva las riendas en la Casa
Blanca, favoreciera los encuentros, dejara atrás la hostilidad y el
bloqueo, y comprendiera que en el ánimo de los pueblos prevalece el
deseo de una convivencia respetuosa, en la cual la cultura está llamada
a desempeñar un papel de primer orden.
«Los buenos vecinos conversan, los buenos vecinos comparten, los
buenos vecinos no construyen muros. Que la cultura sirva para construir
puentes», expresó el célebre actor Robert de Niro al conversar con el
presidente cubano Miguel Díaz-Canel este otoño durante la visita del
mandatario a Nueva York. Falta haría que esa voz, que refleja la de
tantísimos norteamericanos, taladre los oídos del inquilino de la Casa
Blanca y los que en su entorno apelan a la vieja receta del odio.
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