El nasobuco ayer y hoy
Foto tomada del semanario Escambray.
La primera vez que vi en La Habana a una joven usando mascarilla sanitaria mientras viajaba en el ómnibus pensé que estaba enferma. Luego, supe que se trataba de una moda adoptada por los famosos duräkos, esa llamada tribu urbana amante de las redes, likes, emojis y un raro lenguaje que combina los alfabetos latino, griego, ruso y vietnamita.
Sin embargo, antes de que pudiera aceptar la idea de una moda tan extravagante en un clima cálido como el nuestro, el uso del nasobuco trascendió los límites de los llamados “teams” durakös y se convirtió en necesidad frente a la covid-19
.
Enseguida, su presencia obligatoria en los lugares públicos, sin dejar de resultar insoportable, se volvió tendencia; y aquellos rectangulares de tres pliegues industriales o caseros no tardaron en sufrir adaptaciones.
La repentina fiebre de mascarillas en forma de bozal, adornados con dibujos, flores, perlas, encajes o banderas, como las del doctor Durán, parecían haber llegado para quedarse, mientras en casa las tendederas seguían llenándose de múltiples diseños.
A más de uno escuché decir que llevaría esta prenda aun cuando dejaran de exigir su uso, como tantos asiáticos lo han hecho incluso antes de la aparición del nuevo coronavirus, debido a los elevados índices de contaminación en ciudades superpobladas.
Hace poco hasta oí a alguien valorar la baja incidencia de enfermedades respiratorias y demanda de aerosoles en los policlínicos gracias a las mascarillas; claro, eso sin contar a quienes temen convertirse en sospechosos de portar el virus si solicitan asistencia médica.
No obstante, tras la apertura de la tercera fase muchos olvidaron sus promesas y quizás hasta el peligro de contagio. Ahora, en el cuello, en la cabeza, como cartera o totalmente ausente, esta prenda es recluida nuevamente al olvido por muchos que hasta saludan con besos y abrazos bajo el argumento de que “aquí no existen casos”.
Mas, las noticias siguen siendo abrumadoras en otras naciones y aunque el sistema de salud cubano ha demostrado una vez más su eficiencia en pos del bienestar popular, todavía nuestro país no se encuentra exento de riesgos y las constantes indisciplinas vuelven a aumentar el número de infectados.
Perpleja ante las aglomeraciones alrededor de una pipa de cerveza, donde por supuesto nadie usa nasobuco o frente a quienes se lo retiran cuando van a hablar y menosprecian sus efectos, considero que no deberían caducar el control y obligatoriedad de su empleo.
Más allá de la incomodidad que genera, debemos valorar sus beneficios como el medio de protección idóneo en medio de una pandemia que multiplica la cifra de pacientes asintomáticos y por ende las amplias posibilidades de propagación.
Los cubrebocas o también llamados barbijos, no solo reducen el esparcimiento de partículas portadoras de bacterias o virus generadas al estornudar o toser, además constituyen una barrera que nos recuerda el peligro de tocarnos la nariz o la boca luego de tener contacto con superficies contaminadas.
Urge comprender que, como lo fue en 1918 ante la mortal gripe española que cobró entre 50 y cien millones de vidas, el nasobuco hoy resulta de vital utilidad contra el SARS-CoV- 2 y a favor de la definitiva normalidad que todos anhelamos.
Como lo fue en 1918 ante la mortal gripe española que cobró entre 50 y cien millones de vidas, el nasobuco hoy resulta de vital utilidad.
Foto tomada del semanario Escambray.
La primera vez que vi en La Habana a una joven usando mascarilla sanitaria mientras viajaba en el ómnibus pensé que estaba enferma. Luego, supe que se trataba de una moda adoptada por los famosos duräkos, esa llamada tribu urbana amante de las redes, likes, emojis y un raro lenguaje que combina los alfabetos latino, griego, ruso y vietnamita.
Sin embargo, antes de que pudiera aceptar la idea de una moda tan extravagante en un clima cálido como el nuestro, el uso del nasobuco trascendió los límites de los llamados “teams” durakös y se convirtió en necesidad frente a la covid-19
.
Enseguida, su presencia obligatoria en los lugares públicos, sin dejar de resultar insoportable, se volvió tendencia; y aquellos rectangulares de tres pliegues industriales o caseros no tardaron en sufrir adaptaciones.
La repentina fiebre de mascarillas en forma de bozal, adornados con dibujos, flores, perlas, encajes o banderas, como las del doctor Durán, parecían haber llegado para quedarse, mientras en casa las tendederas seguían llenándose de múltiples diseños.
A más de uno escuché decir que llevaría esta prenda aun cuando dejaran de exigir su uso, como tantos asiáticos lo han hecho incluso antes de la aparición del nuevo coronavirus, debido a los elevados índices de contaminación en ciudades superpobladas.
Hace poco hasta oí a alguien valorar la baja incidencia de enfermedades respiratorias y demanda de aerosoles en los policlínicos gracias a las mascarillas; claro, eso sin contar a quienes temen convertirse en sospechosos de portar el virus si solicitan asistencia médica.
No obstante, tras la apertura de la tercera fase muchos olvidaron sus promesas y quizás hasta el peligro de contagio. Ahora, en el cuello, en la cabeza, como cartera o totalmente ausente, esta prenda es recluida nuevamente al olvido por muchos que hasta saludan con besos y abrazos bajo el argumento de que “aquí no existen casos”.
Mas, las noticias siguen siendo abrumadoras en otras naciones y aunque el sistema de salud cubano ha demostrado una vez más su eficiencia en pos del bienestar popular, todavía nuestro país no se encuentra exento de riesgos y las constantes indisciplinas vuelven a aumentar el número de infectados.
Perpleja ante las aglomeraciones alrededor de una pipa de cerveza, donde por supuesto nadie usa nasobuco o frente a quienes se lo retiran cuando van a hablar y menosprecian sus efectos, considero que no deberían caducar el control y obligatoriedad de su empleo.
Más allá de la incomodidad que genera, debemos valorar sus beneficios como el medio de protección idóneo en medio de una pandemia que multiplica la cifra de pacientes asintomáticos y por ende las amplias posibilidades de propagación.
Los cubrebocas o también llamados barbijos, no solo reducen el esparcimiento de partículas portadoras de bacterias o virus generadas al estornudar o toser, además constituyen una barrera que nos recuerda el peligro de tocarnos la nariz o la boca luego de tener contacto con superficies contaminadas.
Urge comprender que, como lo fue en 1918 ante la mortal gripe española que cobró entre 50 y cien millones de vidas, el nasobuco hoy resulta de vital utilidad contra el SARS-CoV- 2 y a favor de la definitiva normalidad que todos anhelamos.
Como lo fue en 1918 ante la mortal gripe española que cobró entre 50 y cien millones de vidas, el nasobuco hoy resulta de vital utilidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario