Discurso del Papa Francisco en la ceremonia de bienvenida en el Aeropuerto Internacional José Martí, de La Habana, el sábado 19 de septiembre de 2015.
Señor Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Hermanos en el Episcopado,
Distinguidas Autoridades,
Hermanos en el Episcopado,
Señoras y señores:
Muchas gracias, Señor Presidente, por su acogida y sus atentas
palabras de bienvenida en nombre del Gobierno y de todo el pueblo
cubano. Mi saludo se dirige también a las autoridades y a los miembros
del Cuerpo diplomático que han tenido la amabilidad de hacerse presentes
en este acto.
Al Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, a
Monseñor Dionisio Guillermo García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba
y Presidente de la Conferencia Episcopal, a los demás Obispos y a todo
el pueblo cubano, les agradezco su fraterno recibimiento.
Gracias a todos los que se han esmerado para preparar esta visita
pastoral. Quisiera pedirle a Usted, Señor Presidente, que transmita mis
sentimientos de especial consideración y respeto a su hermano Fidel. A
su vez, quisiera que mi saludo llegase especialmente a todas aquellas
personas que, por diversos motivos, no podré encontrar y a todos los
cubanos dispersos por el mundo.
Este año 2015 se celebra el 80 aniversario del establecimiento de
relaciones diplomáticas entre la República de Cuba y la Santa Sede. La
Providencia me permite llegar hoy a esta querida Nación, siguiendo las
huellas indelebles del camino abierto por los inolvidables viajes
apostólicos que realizaron a esta Isla mis dos predecesores, san Juan
Pablo II y Benedicto XVI.
Sé que su recuerdo suscita gratitud y cariño
en el pueblo y las autoridades de Cuba. Hoy renovamos estos lazos de
cooperación y amistad para que la Iglesia siga acompañando y alentando
al pueblo cubano en sus esperanzas y preocupaciones, con libertad y con
medios y espacios necesarios para llevar el anuncio del Reino hasta las
periferias existenciales de la sociedad.
Este viaje apostólico coincide además con el I Centenario de la
declaración de la Virgen de la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba,
por Benedicto XV. Fueron los veteranos de Guerra de la Independencia,
movidos por sentimientos de fe y patriotismo, quienes pidieron que la
Virgen mambisa fuera la patrona de Cuba como nación libre y soberana.
Desde entonces, Ella ha acompañado la historia del pueblo cubano,
sosteniendo la esperanza que preserva la dignidad de las personas en
situaciones más difíciles y abanderando la promoción de todo aquello que
dignifica al ser humano. Su creciente devoción es testimonio visible de
la presencia de la Virgen en el alma del pueblo cubano. En estos días
tendré ocasión de ir al Cobre, como hijo de peregrino, para pedirle a
nuestra Madre por todos sus hijos cubanos y por esta querida Nación,
para que transite por los caminos de justicia, paz, libertad y
reconciliación.
Geográficamente, Cuba es un archipiélago que mira hacia todos los
caminos, con valor extraordinario como “llave” entre el norte y el sur,
entre el este y el oeste. Su vocación natural es ser punto de encuentro
para que todos los pueblos se reúnan en amistad, como soñó José Martí,
“por sobre la lengua de los istmos y la barrera de los mares” (La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América, en Obras escogidas
II, La Habana 1992, 505). Ese mismo fue el deseo de san Juan Pablo II
con su ardiente llamamiento a que “Cuba se abra con todas sus magníficas
posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba” (Discurso en la ceremonia de llegada, 21-1-1998, 5).
Desde hace varios meses, estamos siendo testigos de un acontecimiento
que nos llena de esperanza: el proceso de normalización de las
relaciones entre dos pueblos, tras años de distanciamiento. Es un signo
de una victoria de la cultura del encuentro, del diálogo, del “sistema
del acrecentamiento universal… por sobre el sistema, muerto para
siempre, de dinastía y de grupos” (José Martí, ibíd..). Animo a los
responsables políticos a continuar avanzando por este camino y a
desarrollar todas sus potencialidades como prueba del alto servicio que
están llamados a prestar a favor de la paz y el bienestar de sus
pueblos, de toda América, y como ejemplo de reconciliación para el mundo
entero. El mundo necesita reconciliación en esta atmósfera de Tercera
Guerra Mundial.
Pongo estos días bajo la intercesión de la Virgen de la Caridad del
Cobre, de los beatos Olallo Valdés y José López Piteira y del venerable
Félix Varela, gran propagador del amor entre los cubanos y entre todos
los hombres, para que aumenten nuestros lazos de paz, solidaridad y
respeto mutuo.
Nuevamente, muchas gracias, Señor Presidente.
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