David tiene el reto de ser más astuto que
Goliat
Discurso de la Dra. Rosa Miriam Elizalde,
en nombre de los Premiados por la Comisión Nacional de
Grados Científicos, del Ministerio de Educación Superior de
Cuba. (17 de enero de 2015)
Rosa Miriam Elizalde
Agradezco a la Comisión Nacional de Grados
Científicos el honor que me hace al designarme para ofrecer
estas breves palabras en nombre de los premiados, y les
confieso que no salgo de la sorpresa. Me he visto en no
pocos aprietos profesionales como periodista e
investigadora, pero jamás ante uno en el que a la
responsabilidad de la encomienda se une el peso de las
columnas de esta Aula Magna, tan imponente en su belleza,
tan abrumadora en nuestros recuerdos.
La primera vez que estuve aquí fue para
escuchar al doctor Carlos Rafael Rodríguez hace 30 años. Les
juro que no entendí lo que dijo. Y no creo que haya sido por
mi corta edad y por mi ignorancia. La razón, seguramente, es
porque su mensaje estaba cifrado para hoy y ha llegado ahora
en nuestro auxilio. Releyendo en la colección Letra con
filo el discurso de aquel día, resulta que Carlos Rafael nos
habla de la necesidad del rigor en la formación científica,
de la trascendencia que tiene para el socialismo la
capacidad de examinar críticamente las propias ideas y las
tradiciones culturales en que se ha crecido. Parado en este
mismo lugar, el viejo comunista se ajusta sus gruesos
espejuelos e indaga sobre la capacidad que tenemos, cada uno
de nosotros, de vernos no solo como ciudadanos
pertenecientes a una nación, sino como seres humanos
vinculados a los demás seres humanos por lazos de
reconocimiento y mutua inquietud.
Y por si fuera poco, nos exige:
“Frente a lo que nos imputan nuestros
adversarios, repudiamos como opuesta al socialismo la
comunidad de los autómatas, administrados por la propaganda
o por la imposición, y abogamos por su antítesis: el hombre
pleno, delineado en el Manifiesto Comunista. Cuando Carlos
Marx, al preguntársele cuál era su precepto favorito,
replicó: ‘De omnibus dubitandum’ (Dudar de todo), no
predicaba el escepticismo como norma, sino nos hacía ver que
la duda metódica, fórmula incompleta del racionalismo
cartesiano, es una parte inseparable del racionalismo
materialista que nos guía; que el fideísmo embrutecedor es
el antípoda del marxismo esclarecedor”[1].
No sé qué piensan mis compañeros, pero yo
no habría podido hilvanar nada mejor para esta ocasión como
voz colectiva, que debe responder la pregunta de qué puede
esperar Cuba de sus doctores; pregunta que no merece ser
respondida solo con lo obvio: aportar a la transformación de
una sociedad equitativa, que brinde espacios para la
solidaridad, la igualdad, la inclusión, la participación
efectiva y la sostenibilidad.
La perspectiva cientificista y
tecnocrática, que imagina a la ciencia como una condición
necesaria y suficiente para tratar los asuntos humanos, no
puede ser hoy más que ese acto de cruel dogmatismo del cual
nos habla Carlos Rafael. Si algo hemos aprendido en la
investigación es que las soluciones a los problemas de una
organización o de un país no están ni en la teorías
asépticas, descoyuntadas de los dilemas sociales, ni en los
enfoques mágicos que abandonan a la tecnología la salvación
de nuestras almas.
Lo que no significa que la búsqueda de un
saber objetivo que nos permita entender y consensuar, más
allá de la subjetividad, aspectos relevantes del universo
natural y social, sea una actividad secundaria. No es cierto
que hayamos entrado en la era del conocimiento. Hemos
entrado en la era del aprendizaje. Donde empieza a esbozarse
una respuesta que no termine en una gaveta, comienza de
hecho el cambio. Como dice el investigador Pedro Urra,
fundador de Infomed, no se pueden dirimir los problemas de
las sociedades complejas del mundo actual desde el sentido
común. Se necesita, como nunca antes, de la ciencia y de la
ética. Una ciencia que forme parte del corazón de nuestra
cultura y, aunque su poder puede desplegarse para preservar
intereses dominantes de clase o de género, también puede
hacerlo para aliviar el sufrimiento humano y promover una
perspectiva liberadora.
De hecho tenemos la certeza de que será
imposible construir una sociedad más igualitaria y un futuro
más prometedor de espaldas al conocimiento y a los
compromisos racionales de la ciencia. Y, también, que esa
sociedad que soñamos será impracticable sin los jóvenes.
¿Quién tuviera 30 años menos para asomarse por primera vez a
esta Aula Magna? ¿Quién se atreve a negar que vivimos un
momento privilegiado para los que padecen “la pasión del
conocimiento”, de la cual más de una vez nos habló Fidel en
esta misma Universidad? Hoy sabemos más de astronomía que
Ptolomeo o Kepler, de física que Newton -e incluso que
Einstein-, de medicina que Hipócrates, de química que
Lavoisier. Tenemos en nuestros laboratorios piedras traídas
de la Luna. Las sondas exploran los planetas vecinos y la
semana pasada un astronauta replicó en el espacio una llave
inglesa con una impresora 3D. Nuestra medida del universo es
más exacta que la de Copérnico, y dialogamos con las
estrellas fuera de la órbita terrestre. A pesar de lo que no
sabemos y de lo que no nos imaginamos que no sabemos,
podemos decir que los conocimientos que tenemos son mayores
que los que tenían los griegos, o los que se tenían hace dos
siglos o dos años.
Si lo pensamos así, no podemos sino
preguntarnos cómo es que llegamos desde los Siete Sabios de
Grecia hasta nuestra realidad contemporánea, pasando además
por Félix Varela, por Finlay, por Martí, por Mella, por
Rubén, por Fidel. Todo esto tiene evidentemente las pistas
de una aventura incomparable: es la historia del esfuerzo
intelectual del hombre por comprender el mundo en el que le
tocó vivir, y por transformarlo. Y allá vamos, pero no de
cualquier modo. El Doctor Agustín Lage lo dijo
insuperablemente: “La ciencia es una tarea social: la hacen
las colectividades humanas a través de determinados
individuos, no a la inversa” (como algunos aún la describen,
por cierto)[2]. Luchamos y estudiamos en Cuba para que esto
sea así, para que lo que se hace en común se disfrute en
común, y para ser ciudadanos del mundo sin dejar de ser
jamás cubanos.
Finalmente, compañeros, no quiero pasar
por alto noticias recientes. El 17 de diciembre Washington
puso sobre la mesa su nuevo consenso en torno a Cuba. Se ha
calzado guantes de seda, pero la sentencia de muerte a la
Isla la mantiene en pie, lo que obliga a David a ser más
astuto que nunca frente a Goliat; y a la universidad, a ser
más rigurosa, comprometida, emancipada y más antidogmática
que nunca.
En ese espíritu, permítanme cerrar estas
palabras con un llamado de atención: el que hiciera un
intelectual cubano, tesoro de las Letras y las Ciencias
Sociales y Humanísticas de este país, al que entrevisté
varias veces como periodista, y al que he vuelto muchas más
como investigadora, Cintio Vitier. Dice Cintio en su libro
Resistencia y libertad, y con esto termino:
“Este inicio de siglo replantea, muy
agravada y a su modo, la problemática del 98: el
imperialismo entonces naciente es hoy hegemónico, el
independentismo entonces aplastado es hoy irreductible, el
eterno reformismo intenta volver por sus fueros y el
anexionismo por sus desafueros”[3].
Citas
[1] Rodríguez, C. (1983). “La Universidad
en el socialismo”. En Letra con filo, Tomo III (pp.578-579).
La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
[2] Lage, A. (2001). “La ciencia y la
cultura: las raíces culturales de la productividad”.
Educación Médica Superior, v.15 n.2, pp. 189-205.
[3] Vitier, C. (2012). “Resistencia y
libertad”. En Resistencia y libertad (p.107). La Habana:
Centro de Estudios Martianos.
Fuente:
Cubadebate.cu
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martes, 20 de enero de 2015
David tiene el reto de ser más astuto que Goliat
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