DEBATE: AURELIO ALONSO / ENRIQUE UBIETA GÓMEZ
¿Es que el centro es el centro?
Aurelio Alonso
Segunda Cita / 5 de agosto de
2017
Con el título “Un debate ideológico
necesario”, la primera página del Granma del 21 de julio
remitía al artículo de su sección de opinión. Pensé que ese enunciado podía
abrir el espacio a otros puntos de vista y envié a la Dirección del diario unas
líneas, el día 29, las cuales no fueron publicadas ni puedo reconocer respondidas.
Pues no se me ocurre identificar una respuesta en el anónimo titulado “El
debate, el Arca de Noé y los reclamos al Granma”, irrespetuoso además para mi
persona y para otros compañeros, aparecido en el blog Post Cuba, junto a otros
textos igualmente acusatorios. Como no había hecho públicas mis líneas al
diario, solicito ahora a Silvio que me permita una vez más hacer uso de su
espacio Segunda cita para darlas a conocer. La unidad se fortalece tomando en
cuenta las discrepancias dentro de la Revolución, y termino preguntándome si no
habrá quien se regodee de habernos puesto a pelear en torno a un dilema teórico
cuando enfrentamos el más complejo desafío práctico como Nación.
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Fue con un día de retraso que logré leer
la entrevista de Enrique Ubieta en el Granma del viernes 7 de julio, y me pasó
otro tanto con el artículo de Elier Ramirez del día 21. Confieso que por
momentos he sentido deseos de decir que no quiero oír más de
centrismo, pero sería meter la cabeza en la arena, como dicen que
hace el avestruz. La existencia del centro en política, derivada de la
oposición de fuerzas de izquierda y de derecha – conceptos cuya connotación es
siempre relativa, sujeta a realidades históricas concretas –, es un hecho desde
la transición de las monarquías absolutas al republicanismo burgués o la
realeza formal en el siglo XIX europeo. Lo que quisiera añadir ahora
es que lo que llamamos el centro es el más borroso de los territorios, pues
puede ser caracterizado desde la moderación sistemática, la falta de
radicalidad, la prudencia desmedida, la indefinición, la voluntad de permanecer
apolíticos, la vacilación o la incertidumbre. Por lo tanto no siempre califica
como tendencia. Una característica a tomar en cuenta del centrismo, cuando se
le necesita para concertar alianzas, es que suele comenzar distanciándose de la
izquierda para terminar barrido por la derecha. Lo delatan actuaciones
pendulares. Omar Pérez Salomón, en La pupila insomne, usó una cita de Martí en
1882 para caracterizar retrospectivamente lo que sería, en su criterio, un
centrismo autonomista: “soberbios para abominar la dominación española, pero
bastante tímidos para no exponer su bienestar personal en combatirla”. Pero
Martí nunca les llamó centristas
.
Una digresión, sin entrar en las
respuestas de Ubieta, para señalar una discrepancia con su entrevistador de
Cubadebate, en una apreciación que, por ser común, no dejo de considerar
errada, y que afecta la mirada global. El mundo no dejó de ser
bipolar, solo que se nos despejó la errática noción del bipolarismo Este/Oeste,
como primario, para dejar inequívoco el dominio del bipolarismo Norte/Sur, que
siempre estuvo ahí. Pienso que, en el fondo, nunca hubo dos mercados en
competencia en el mundo, sino que el mercado moderno fue siempre uno,
capitalista, a escala global, y que el CAME no pasó de ser una asociación para
insertarse en él con condiciones más ventajosas. Su éxito fue relativo, aunque
los presupuestos de la coexistencia entre dos sistemas resultaron
inconsistentes. Pero este sería otro debate.
Posiblemente uno de nuestros pecados –
que no son de la dimensión de los atribuibles al socialismo soviético aunque
tampoco los creo ajenos – ha sido no haberlo entendido antes, aunque no nos
faltaran atisbos. Tuvo que derrumbarse el sistema socialista a escala mundial
para que la necesidad nos llevara a descubrir que era posible (y necesaria) la
asociación con el capital extranjero, la explotación del turismo como fuente de
ingresos, la expansión de sistemas de propiedad cooperativa, una comprensión
positiva de la autogestión, y la privatización en escala controlada; todo eso
sin salirnos de las coordenadas del proyecto socialista.
Confieso que interrumpí este artículo al
ver que Pedro Monreal se había detenido en una oportuna defensa del significado
de las estadísticas, y del dato probatorio (y otros puntos en textos igualmente
certeros), y Humberto Pérez desmontó, con una síntesis impecable de referencias
marxistas estratégicas, la quimera de que el capitalismo no tiene aporte que dar
en una transición socialista. Nada que ver en ellos con la superficialidad de
imaginar “terceras vías” o “juntar lo mejor del capitalismo y el socialismo”
que se atribuye a los centristas camuflados. Estamos hablando de
perfeccionamiento socialista, y de los Lineamientos que lo definen a través de
las discusiones de muchos de nuestros propios criterios. Posteriormente
apareció también un artículo –convincente por su rigor– de Julio César Guanche
sobre el centrismo. Todo ello en el sitio web Segunda cita, donde debemos
agradecer la solidaridad de Silvio Rodríguez al acoger las respuestas polémicas
desde temprano, sin dejar de tomar posición con sus criterios personales.
Al igual que el día 7, el viernes 21 me
sorprendió de nuevo Granma, dedicando completa la página de opinión a una
contra-riposta de Elier, sin que se hubieran hecho llegar igualmente al lector
las opiniones discrepantes que acabo de aludir, todas ellas incuestionables por
su seriedad como por su perspectiva revolucionaria. Sin precisar a quienes
responde, Elier habla de una “maquinaria de fango” (sic), de “improperios y
manipulación” que yo no he hallado en los autores citados, y si se trata de
otros autores habría que nombrarlos y no dejar acusaciones en el aire. De
ningún modo dejarlos confundidos con la polémica de argumentos. También alude
sin más datos a quienes “antes fueron defensores a ultranza del dogma y ahora
se presentan como abogados de la mayor pluralidad de ideas…”. Bueno, solo puedo
decir que la evolución a posiciones críticas de una inteligencia que se inició
dogmática, al igual que la de un reformista que se radicaliza – sea uno u otro
el caso– me motiva casi siempre reconocimientos, nunca reproches.
No excluyo que Elier se haya sentido
ofendido; no lo he leído todo y no puedo saber si alguien incurrió en
“improperios”, como dice. Pero en todo caso dudo que sean más graves que las
acusaciones arbitrarias de desviarse, de manera intencional o por ingenuidad,
del curso socialista, que Ubieta y él han lanzado con impunidad, hacia quienes
no compartimos los criterios que les animan en este debate. A quien pueda
seguir las dos posiciones en discusión – para lo cual, hasta ahora, tiene que
entrar en Internet, porque Granma solo ha propiciado una mirada – se hace más
fácil discernir quienes “eluden [verdaderamente] lo esencial del debate”, y
cómo lo eluden.
Decir que “la fórmula centrista funciona
al interior del sistema capitalista como un recurso electorero” – como afirmó
Ubieta en la entrevista de marras – es válido, pero insuficiente, pues el
centrismo no se define así. No obstante, de lo que se trataría aquí es de
explicar cómo funciona al interior del socialismo; del nuestro específicamente.
Situados ya en este plano, afirma que el centrismo “se apropia de elementos del
discurso revolucionario, adopta una postura reformista y en última instancia
frena, retarda u obstruye el desarrollo de una verdadera Revolución”. Dicho en
abstracto puedo compartir esa afirmación. Pero cuando en 2005 Fidel lanzó la
dramática advertencia de que la Revolución no podía ser derrotada por el
enemigo pero que existía el peligro de que la hiciéramos fracasar nosotros
mismos, se refirió de manera explícita a la corrupción, no al centrismo. Aunque
no excluyo que podamos ver también en la complacencia hacia el acomodo,
la indolencia, el inmovilismo, la incompetencia tolerada, el
oportunismo, la búsqueda de beneficios en los cargos públicos y todas las
anomias que distorsionan los dispositivos de la administración socialista, una
manifestación del centrismo. Una más íntima, que no se genera en estrategas de
Washington. Ahí están los circuitos más generalizados de corrupción que afectan
al sistema cubano, donde el crimen organizado, el narcotráfico, el lavado de
dinero, el robo de bancos, el terrorismo, la prostitución infantil, el tráfico
de personas no existen o no alcanzan (todavía) una magnitud que pueda
desordenar la sociedad (o reordenarla en consonancia con la aquiescencia
imperial).
Pero no es ese el centrismo que parece
preocupar a Ubieta y a Elier, sino la proximidad, real o aparente, de una
corriente crítica, proyectada al cambio, con objetivos reformistas de corte
socialdemócrata. Y tampoco es para subestimarlo.
Les preocupa que, con la generación
histórica de la revolución envejecida, el 80% de los cubanos vivos – ellos
mismos incluidos – no han vivido el capitalismo. En ese 80% se proponen
distinguir los dispuestos a impedir que los planos del pasado nacional retornen
a nuestra Isla, de los que querrían la restauración de la burguesía. ¿Pero cómo
definir “el centro” simplemente a partir de la acusación a personas o a
iniciativas institucionales dentro de la sociedad civil? ¿Y
piensan que el peligro advertido por Fidel en 2005 se desvaneció
solo?
Por cierto, aprovecho para recordarle a
Ubieta que en el asesinato de Olof Palme, socialdemócrata amigo, en febrero de
1982, no puede verse, como él afirma, un hecho sucedáneo a la desarticulación
de la Unión Soviética, que ocurrió casi una década después.
El problema es que la polémica que se ha
abierto ahora no me parece dirigida realmente contra el centrismo
sino contra el ejercicio de la crítica y la disposición de polemizar
desprejuiciadamente, en el momento en que nuestra revolución más lo necesita y
cuenta con más madurez para hacerlo
.
Me he decidido a retomar estas líneas
después de leer el día 21 “Tarjeta roja para el ‘centro’: respuesta a Elier
Ramírez” de Monreal, por la carta enviada a Granma por Fidel Vascós, que el
diario publicó solo en su página digital, y el comentario de Humberto Pérez
sobre la asimetría en la difusión de este debate entre revolucionarios. Ninguna
de estas notas ha llegado al gran público.
Hago llegar estas líneas a la dirección
de Granma con la solicitud expresa de que aparezcan en la edición impresa, ya
que ninguno de los textos omitidos – más importantes que lo que aquí expreso –
han sido publicados en el diario. Lo hago porque creo, personalmente, que lo
que se dirime en este debate –aun si quedara limitado solamente a dejar el
problema expuesto con claridad –es de un talante que rebasa el marco de los
planteos teóricos, y toca al dilema práctico de hacer sostenible (o
sustentable, como prefiera decir cada cual) nuestro proyecto socialista.
Reconozco que tiene razón Elier, cuando
afirma, al final de su último artículo, que “el tiempo se ocupará en
definitiva de sacar a flote la verdad y colocar a cada quien en su verdadero
lugar”.
28 de julio de 2017.
La pregunta esencial
Enrique Ubieta Gómez
A pesar de que Aurelio Alonso se insertó
desde el comienzo en el debate en curso con un texto ajeno a su temática, que
solo parecía buscar el descrédito del joven historiador Elier Ramírez Cañedo,
yo me abstuve de mencionarlo, sobre todo por respeto a Martínez Heredia –un
hombre de extraordinaria coherencia–, su amigo, a quien admiré siempre, y
porque el propio Elier se encargó de responderle de manera brillante. Ha vuelto
sin embargo al ruedo, ahora sí en tema. No sé si solo ha leído los textos
aparecidos en Granma –el de Elier y el mío–, pero debo
enfatizar el hecho de que en estos días se han publicado contundentes
reflexiones en el blog La pupila insomne, en Cubadebatey
en las redes, más valiosos y profundos en mi opinión que los que cita con
entusiasmo y casi nos privan de su respuesta, según dice.
Es una tarea fatigosa volver a repetir
ideas que ya han sido formuladas por otros colegas. Me permito recomendar al
lector algunos pocos de esos textos:
de Raúl Antonio Capote, “Tercera opción
en Cuba,
el drama de los equilibristas”, (Cubadebate, del 26 de junio);
de Jorge Ángel Hernández, “¿Qué nos dice el centrismo a estas alturas en
Cuba?”, (La Jiribilla); de Iroel Sánchez, “El debate abierto y la mano
cerrada”, (10 de julio, blog La pupila insomne); y de Carlos Luque
Zayas Bazán, “Breves notas sobre la moderación política”, (8 de agosto,
blog La pupila insomne) entre otros. Escritores no directamente
vinculados a la polémica como Luis Toledo Sande, incluso algunos que residen en
el exterior, como René Vázquez Díaz y Emilio Ichikawa, han aportado valiosos
comentarios.
Una de las dificultades de un debate
como este suele ser la dispersión de los textos y la posibilidad de que los
contendientes no lean las respuestas más abarcadoras. Es el caso de Aurelio, al
parecer. Como reduce su réplica a mis palabras en la entrevista citada –al fin
y al cabo, una entrevista oral, retocada por supuesto, pero prisionera de la
improvisación–, e ignora mi artículo “Las falacias en su centro” (Cubadebate, 18
de julio) y luego mis extensas respuestas a López Levy (blog La isla desconocida,
Primera Parte, 24 de julio y Segunda Parte, 29 de julio), desconoce los
argumentos expuestos en esos textos, que quizás, hubiesen evitado entuertos
retóricos innecesarios.
En mi respuesta a López Levy menciono el
hecho de que el Che ya avizoraba que la contradicción primaria –prefiero usar
ese término– de la época, es la de países explotadores versus países
explotados. Tras ella, sin embargo, subyace otra, que sí puede ser catalogada
de fundamental: la que marca los límites históricos del capitalismo. No hablo
de una contradicción entre países capitalistas y países “socialistas”, sino
entre el capitalismo y el socialismo necesario. Porque no hay, no habrá
supresión de la explotación para la mayoría de los países y de los seres
humanos, vivan donde vivan, por unos pocos, si no se derriba el capitalismo.
Me sorprende sin embargo que un
investigador como Aurelio afirme que Cuba no pudo entender esa realidad antes
de la caída del socialismo este-europeo; si hubo un país que rompió desde sus
propios orígenes revolucionarios la burbuja de un “campo socialista en
coexistencia pacífica con el imperialismo” y se hizo cargo de aquella
contradicción primaria, fue Cuba. Una cosa son los manuales, estimado Aurelio,
–incluso los publicados o distribuidos en Cuba–, y otra la práctica
revolucionaria, cuando existen líderes de la estatura de Fidel y del Che. No
fue por el equilibrio Este – Oeste que decenas de miles de cubanos
entregaron sus vidas (muchas veces a contrapelo de los criterios de Moscú) en
República Dominicana, Argelia, Congo, Congo Brazzaville, Guinea Bissau, Angola,
Etiopía, Venezuela, Bolivia, Centroamérica, etc., ni el incondicional apoyo
dado a Vietnam –el nuestro fue el único país que tuvo embajada en el territorio
liberado del Sur–, o a los gobiernos de Allende en Chile, o de los sandinistas
nicas en su primera etapa, para solo citar tres casos paradigmáticos. Tampoco
el hecho de que decenas de miles de colaboradores de la salud y de otros
sectores –maestros, constructores, entrenadores deportivos, ingenieros, etc.–
ofrecieran sus servicios en zonas intrincadas, selváticas o marginales de más
de 60 países, en su mayoría del Tercer Mundo. Sobre las diferencias entre el
CAME y el ALBA, como proyectos integradores, expongo mi criterio en el libro Cuba,
¿revolución o reforma? (páginas 227 – 230) cuya segunda edición a
cargo de la Editorial Ocean Sur –de donde ubico las páginas–, será presentada
dentro de algunas semanas, en el venidero septiembre.
Me sorprende también su afirmación de
que el derrumbe del sistema socialista nos hizo “descubrir que era posible (y
necesaria) la asociación con el capital extranjero, la explotación del turismo
como fuente de ingresos, la expansión de sistemas de propiedad cooperativa, una
comprensión positiva de la autogestión, y la privatización en escala
controlada”. Aurelio coloca de esta manera la verdad fuera de todo contexto,
como una entidad que debe ser vislumbrada o descubierta al margen de los
sucesos históricos y sus necesidades. Existe la tendencia a calificar de
erróneas todas las políticas implementadas con anterioridad por la Revolución
–no creo que sea su caso–, lo que resulta un disparate y en algunos autores,
una estrategia descalificadora.
Por cierto, la primera Ley de Inversión
Extranjera data de 1982, mucho antes de la caída del socialismo europeo.
Empecemos por abordar el tema del
reformismo. Las reformas en el capitalismo –en este caso, las que provienen de,
o fueron enarboladas por la socialdemocracia– solo son realizables si el
capitalismo las necesita o dicho de manera más exacta, solo fueron realizables
mientras el capitalismo las necesitó. Ese es el problema histórico del
reformismo, que presume de realista y de pragmático, de conocedor de los datos
de la realidad, de lo que es posible –en oposición al espíritu revolucionario,
acusado de utópico, de cazador de imposibles– en aras de objetivos mayores que
nunca alcanza. Cuando el capitalismo europeo necesitó del Estado de Bienestar y
de las políticas keynesianas, en las décadas posteriores a la Segunda Guerra
Mundial, las implementó, estuviese o no en el gobierno la socialdemocracia. No
fueron conquistas de un partido, sino enroques de un sistema. Pero a finales de
la década de 1970 cambió la situación: la especulación financiera y la
contracción del capital productivo, así como la transnacionalización
desnacionalizadora del capitalismo, entre otros rasgos, requerían de políticas
neoliberales. Algunos líderes socialdemócratas como Olof Palme resultaban
molestos y contraproducentes para el insaciable proceso de reproducción del
Capital, y fueron eliminados de manera impune. Cuando sobrevino la caída del
llamado campo socialista, la socialdemocracia –supuestamente dueña absoluta,
por primera vez, de las banderas de la izquierda–, ya no era viable (por sí misma
nunca lo fue), y para sobrevivir electoralmente tuvo que ajustar sus programas
hasta hacerlos indiferenciables de la derecha neoliberal. En la entrevista oral
que reprodujo Granma, hablo de manera muy sucinta de
esto y al intercalar la alusión al asesinato de Palme, da la impresión de que
lo vinculo al derrumbe del socialismo, peccata minuta que
aprovecha Aurelio, ante la ausencia de argumentos más sólidos. Vale decir, no
obstante, que sí existe al menos una relación indirecta y por supuesto,
adelantada, entre aquel asesinato y esa caída, porque el debilitamiento del
sistema socialista le permitiría al capitalismo el abandono paulatino de las
políticas de corte socialdemócrata, algo que Aurelio debiera saber y no dice.
Si hubiese leído mi respuesta a López Levy, hubiese comprendido lo que acabo de
explicar.
No comparto la teoría del péndulo en la
sensibilidad política de los pueblos, pero es posible señalar al menos dos
períodos de predominio reformista en Cuba, ambos asociados a grandes
decepciones nacionales; el primero ocurre después del Pacto del Zanjón, cuando
se impone la mirada del autonomismo, y del cientificismo positivista. Cintio
Vitier añade un tercer elemento a los dos anteriores, que los complementa: la
crítica literaria academicista. Martí, solar, se apartó de esa tríada de
tendencias reductoras. Fue independentista (revolucionario), antipositivista
–la verdad social no podía ser ajena a la justicia humana–, y modernista.
El segundo momento se produce al nacer
la República neocolonial, con una Enmienda que rebajaba su condición de Estado
libre y soberano, por el que habían muerto en la manigua tantos cubanos.
Durante las dos primeras décadas del siglo XX predominó en Cuba el apego al
dato, un cientificismo positivizante muy orondo, sin alas para volar. No
significa, por supuesto, que en uno u otro período no se hiciesen aportes
relevantes a la cultura cubana; el mejor ejemplo, por sus indudables aciertos y
también por sus limitaciones, es la revista Cuba Contemporánea.
Incluso Fernando Ortiz, nuestro tercer descubridor, aparece atado todavía a
conceptos “científicos” que lastran sus primeros acercamientos a la realidad
nacional, lo que luego superaría con creces.
A veces temo que un sector descreído de
la intelectualidad –escéptico y desilusionado– produzca un tercer período, e
intento hacer contrapeso. A eso me refería, por supuesto, cuando aludía a las
estadísticas y a la descripción minimalista, como síntomas de un cientificismo
empobrecedor y desmovilizador
(contrarrevolucionario). Es una reacción típica
de un cientificista el sacar de inmediato su sable en defensa de las
estadísticas –sin entender el sentido de la frase–, cuando cualquiera, en
realidad, las reconoce como útiles y necesarias. Las estadísticas, desde luego,
no son el problema: son los hombres y las mujeres que las usan, los que quedan
atrapados en sus redes. Los revolucionarios están obligados a conocer a fondo
la realidad –la tangible y la intangible, la visible y la invisible, o
simplemente la posible (que es una zona muchas veces desconocida de la
realidad)– para transformarla, nunca para aceptarla de forma pasiva. Martí y
Fidel conocían mejor que sus contemporáneos sus respectivas realidades, porque
trascendían la mirada que se ajustaba estrictamente al dato comprobable. He repetido
mucho esta anécdota en mis conferencias y textos sobre Martí, pero es menester
que insista en ella: cuentan que tras un ardoroso discurso ante emigrados
cubanos en los Estados Unidos, en el que Martí había exaltado con verbo
encendido las condiciones que según él existían en el país para la Revolución,
un recién llegado de la Isla replicó: “Maestro, pero en la atmósfera de Cuba no
se respira ese fervor que usted describe”, a lo que Martí respondió: “Pero yo
no hablo de la atmósfera, hablo del subsuelo”.
El uso de uno u otro nombre para denotar
un hecho o una posición política, caramba, no cambia su cualidad. Que Martí no
utilizara el término centrista para referirse al autonomismo –atrapado en una
solución intermedia entre el colonialismo verticalista y la independencia– no
implica que el reformismo no intente situarse siempre en esa incómoda e irreal
posición. Pero, ¿alguien cree que nos creemos el cuento? Si nos piden que
eliminemos “la etiqueta” por falsa, no tendremos reparos; lo que no podemos es
dejar de señalar la postura. Tampoco Aurelio logra avanzar mucho al rechazar
mis asedios al término. Coloca una advertencia que compartimos todos: “una
característica a tomar en cuenta del centrismo, cuando se le necesita para
concertar alianzas, es que suele comenzar distanciándose de la izquierda para
terminar barrido por la derecha.
Lo delatan actuaciones pendulares”. Parece
escrito por el incisivo Iroel Sánchez. Pero intenta deslindarse: “la fórmula
centrista –afirmo yo en la entrevista oral–, funciona al interior del sistema
capitalista como un recurso electorero”, y Aurelio, en un tono condescendiente,
acota de inmediato: “es válido, pero insuficiente”. También lo creo. Después,
reproduce mi definición para Cuba: el centrismo “se apropia de elementos del
discurso revolucionario, adopta una postura reformista y en última instancia
frena, retarda u obstruye el desarrollo de una verdadera Revolución”. Retengo
la respiración para esperar el veredicto, pero enseguida sentencia: “dicho en
abstracto puedo compartir esa afirmación.” Estoy aliviado, al menos saco el
aprobado. Sin embargo, el propio Aurelio demuestra más adelante –lo hace para
objetar que nos enfoquemos en algo que le parece baladí– que la definición del
centrismo que manejamos no es tan abstracta como pretendía: “el centrismo que
parece preocupar a Ubieta y a Elier, [es] la proximidad, real o aparente, de
una corriente crítica, proyectada al cambio, con objetivos reformistas de corte
socialdemócrata”. No podría decirlo mejor.
Aurelio pide que revisemos el discurso
de Fidel en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, aquel que advierte
que el imperialismo jamás podría destruirnos, y que nosotros sí. Sobre ese
discurso publiqué un artículo titulado “Dos modelos éticos: una década después
de la advertencia de Fidel” en la revista Universidad de La Habana,
en su número 279 de enero – junio de 2015. Lo que podría autodestruirnos, dice
Aurelio basado en ese texto, no es el centrismo, sino la corrupción. Pero yo le
recomiendo que relea con más detenimiento ese discurso extraordinario. Por
supuesto, a Fidel le preocupa la corrupción, y no el centrismo –que solo existe
en la mente calenturienta de algunos partidarios del capitalismo, por acción o
por omisión– pero no en abstracto: le preocupa el mercanchinfleo, el
enriquecimiento ilícito de los que juegan al capitalismo como fuente de una
desigualdad no basada en el trabajo. Es decir, a Fidel le preocupan los
bolsones de capitalismo que emergen sin control en la sociedad cubana.
Recientemente el Estado cubano ha iniciado un reordenamiento de la actividad
privada y cooperativa, no para frenar su expansión, sino para mantener el
control popular. Los que se oponen a ese ordenamiento, y claman por una
profundización (liberalización) de las medidas, saben o intuyen –el instinto de
clase es poderoso–, que el desorden y la ausencia de controles le abriría las
puertas al capitalismo. A propósito, resulta pueril, pero evidentemente
necesaria, una aclaración: jamás he dicho que no existen elementos de
capitalismo en el socialismo, o que no hemos abierto o cerrado compuertas,
según las necesidades de su construcción. El camino hacia el socialismo, que es
lo que comúnmente se entiende por socialismo, se construye con el cemento y la
arena de las canteras del capitalismo. Pero, ¿qué significa traer “lo mejor”
del socialismo (que no existe como realidad establecida, que apenas se
construye) para unirlo a “lo mejor” del capitalismo? Lo mejor del socialismo,
cuando se alcanza en algún punto, es la negación-superación del capitalismo en
ese punto. Ignoro de dónde Humberto Pérez extrajo la frase entrecomillada
–"al capitalismo hay que descartarlo completamente como fuente de
experiencias a considerar ya que en él no hay aspectos positivos que
rescatar"– que le sirve de comodín para caricaturizar la imposibilidad de
unir “lo mejor” de cada sistema. No la escribí yo y él no expone la fuente.
Google, tan acuciosa, solo lo sitúa a él como referente. Pero debo admitir sin
embargo que en su más reciente artículo se acerca, no sé si conscientemente, a
las ideas que defendemos. Suscribo plenamente esta afirmación suya referida a
la Conceptualización del Modelo Económico y Social:
Es un magnifico documento que representa
el nuevo Programa del Partido y la Revolución en las circunstancias actuales y
que tiene sus antecedentes fundamentalmente en el Programa del Moncada, que fue
el primer programa, y en la Plataforma Programática aprobada en el I Congreso
del Partido, que fue el segundo programa de la revolución y su primero para la
construcción del socialismo.
También Aurelio menciona en acuerdo, así
sea someramente, la existencia de los Lineamientos consensuados con el pueblo.
Entonces, ¿en qué discrepamos? Quieren hacer creer que estamos en contra de la
crítica revolucionaria. En mi artículo “La añorada contaminación de la crítica
revolucionaria. Algunas reflexiones” (2012), publicado en mi blog La
isla desconocida y después en mi libro Ser, parecer, tener(Casa
Editora Abril, 2014), apunto tres objetivos que avanzaban ya de manera
sigilosa:
– El primer objetivo y el de más alcance, es quebrar la
identidad histórica entre Gobierno y Revolución (presuntamente, el Gobierno
cubano construye hoy en secreto un nuevo capitalismo).
– El segundo objetivo es la contaminación de ese imaginario
con presupuestos de una izquierda no revolucionaria, restauradora del
capitalismo, que utilice a conveniencia la terminología revolucionaria y eluda
las definiciones para pasar inadvertida; que aliente el combate contra el
Gobierno cubano “por no ser suficientemente revolucionario”, y que
simultáneamente teja una urdimbre conceptual que “supere” la visión
revolucionaria.
– El tercer objetivo sería entonces romper el nexo
histórico entre rebeldía juvenil y Revolución. Contaminar el espacio de la
crítica revolucionaria, es decir, incorporar en él a la crítica
contrarrevolucionaria. Hacer que la Crítica pierda sus apellidos, para
legitimar a los actores invisibles de la contrarrevolución.
Quiero recalcar que apoyo la crítica
revolucionaria, la que tiene como fin no el desmantelamiento del sistema o su
criminalización, sino su necesario y continuo perfeccionamiento; la crítica que
denuncie la aparición de bolsones de capitalismo sin control popular; la que
defienda a los más humildes de las injusticias o del acomodamiento de los de
más recursos. Qué vengan todas las ideas útiles, todas las mentes dispuestas a
contribuir al debate nacional, siempre que el propósito, la direccionalidad
discursiva, el sentido de cada sugerencia, sea la derrota definitiva del
capitalismo en Cuba. Pero entonces, ¿qué nos separa?, ¿quién nos separa?
Volvamos al origen de esta polémica,
tendenciosamente olvidado: Cuba Posible. Uno de sus fundadores,
Lenier González, expresaba en una entrevista concedida a Elaine Díaz para Global
Voices, en el 2014:
en el contexto cubano no se trata de
modificar “un modelo de prensa”, sino de transformar “un modelo de Estado”. Ese
“modelo de Estado” consagra constitucionalmente una ideología y la proyecta
sobre toda la nación, y pone a todo su aparato institucional en función de su
reproducción, como si de una iglesia y sus fieles se tratase.
(…) El desafío, que es de índole
estrictamente político, consiste en reconocer, de una vez por todas, el
pluralismo político de la nación, y construir unos marcos legales e institucionales
donde esos cubanos, con pensamiento(s) diferente(s), puedan trabajar por el
cumplimiento de las metas históricas de la nación.
(…) Si algo ha tipificado los últimos 10
años, es un corrimiento “al centro” en un conjunto importante de actores
sociales y políticos, dentro y fuera de la Isla. Ello ha sido positivo, y ha
favorecido el surgimiento de plataformas e iniciativas de comunicación de
inestimable valor.
¿Qué significa “un modelo de Estado” que
promueva y difunda todas las ideologías? Todas significa una: el capitalismo.
Otro de los fundadores, Roberto Veiga, comentaba a Reuters en el propio año
2014:
“Evidently in Cuba there will come a time when more than one party
exists," Veiga said. "I have a personal opinion in favor of a
multiparty Cuba. Our project wants to facilitate this and contribute to
serenity in the process. (“Yo tengo una opinión
personal a favor de una Cuba pluripartidista. Nuestro proyecto quiere facilitar
esto y contribuir a la serenidad en el proceso.”)
(…) Cuba Posible will promote "transitional change" with views
from a wide range of Cubans, Veiga said. (“Cuba
Posible promoverá el ‘cambio transicional’”)
Estos son los propósitos fundacionales
de Cuba Posible, alegremente financiados por embajadas,
instituciones y fundaciones que –es evidente–, no quieren el socialismo en
Cuba. Una plataforma en la que actores principales como Arturo López Levy
declaran de manera abierta su militancia socialdemócrata (y sionista) y en la
que se ataca desembozadamente a Venezuela (“Venezuela: claves para una crisis”,
6 de agosto) precisamente cuando el imperialismo intenta estrangularla y
privarla de la solidaridad externa. Porque Venezuela y Cuba libran una guerra
contra el mismo enemigo, aunque los procederes por el momento sean distintos.
Por eso las palabras de Emir Sader dirigidas a los intelectuales que se
distancian ahora de la Venezuela asediada, son también pertinentes para Cuba:
Para esos, aunque se digan de izquierda
no existen ni capitalismo, ni imperialismo. No hay tampoco derecha, ni neoliberalismo.
Las clases sociales desaparecen, disueltas en la tal “sociedad civil”, que
pelea en contra del Estado. No toman en cuenta que se trata de un proyecto
histórico anticapitalista y antimperialista.
Parece que no se dan cuenta que no se
trata de defender un gobierno, sino un régimen y un proyecto histórico.
Entonces, la pregunta esencial del
debate que Aurelio, uno de los miembros fundadores –como también lo fue Julio
César Guanche– de la directiva de Cuba Posible, de larga
trayectoria como intelectual revolucionario, debe hacerse, no para responderme
–no me debe explicación alguna–, sino para responderse él solo, es esta:
¿comparte o son compatibles con sus principios, estas posiciones y realidades
de partida?
10 de agosto de 2017.
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