Hace un par de semanas, Charleena Lyles llamó a la policía de Seattle
para informar de un robo. Lyles era una mujer negra, embarazada, madre
de cuatro hijos (uno de ellos con síndrome de Down) y vivía en un
apartamento de realojo para personas que antes habían estado en la
calle. Los oficiales se presentaron en el lugar, encontraron a
Lyles en medio de una crisis nerviosa, supuestamente armada con un
cuchillo, y la mataron.
El asesinato provocó una gran indignación en todo el país, ¿pero que
más se puede hacer para superar esto? ¿Cómo se termina, de una vez por
todas, con la relación que hay entre violencia policial y racismo, clasismo y discriminación contra las personas con discapacidades psico-sociales o mentales?
Cuando se difundió la noticia de la evitable muerte de Lyles, un
grupo de activistas no blancos y con discapacidad de Chicago se tomó la
noticia con una triste naturalidad. Ya se saben la canción. Y les
preocupa que les estén quitando una de las mejores herramientas que
tienen para frenar la violencia.
Internamientos forzados
Chris Huff intentó suicidarse en 2005 y fue internado, contra su
voluntad, en el hospital Michael Reese del barrio South Side de Chicago. “Mi mamá me llevó para un estudio. Solo iban a hacerme un estudio y, de repente, me estaban internando”, contó Huff.
La internación no fue de mucha ayuda. Tres meses después, Huff llevó
un arma a su escuela secundaria, presa del miedo y la paranoia, como
luego lo describió. Se le abalanzaron, Huff sacó el arma y disparó. Le
levantaron cargos como si fuera adulto: intento de homicidio, violencia
física agravada y uso de un arma de fuego en un establecimiento público.
Huff tenía 15 años.
Ahora tiene 27 y vive en Ogden Park (Englewood), un vecindario del
South Side de Chicago. Mientras la calurosa tarde llegaba a su fin,
pasamos una hora hablando a la sombra de unos plátanos, sentados en un
banco inclinado de madera.
Huff estaba inquieto. Se sentaba. Se ponía de pie. Iba y venía
fumando. Poco a poco, comenzó a desgranar sus teorías sobre
discapacidad, raza, pobreza, vigilancia policial y sobre el círculo
vicioso en el que se ven atrapados los residentes negros y con
discapacidad de Chicago.
Chris Huff es miembro de Advance Youth Leadership Power, un grupo de apoyo que se organiza a través de Access Living
(una de las principales organizaciones de Chicago en derechos de las
personas con discapacidad) con el objetivo de luchar en dos complicados
frentes. En primer lugar intentan mostrar a todo el que le interese el
comportamiento policial (incluido el cuerpo especial creado en el
Ministerio de Justicia para controlarlo), cómo se inscribe el factor de
la discapacidad en la narrativa generalizada de abusos de la policía de
Chicago: entre un tercio y la mitad de las personas asesinadas por la
policía tenían algún tipo de diversidad funcional.
En segundo lugar, y tal vez aún más importante, los activistas de
este grupo tienen la esperanza de ayudar a sus propias comunidades a
comprender las conexiones que hay entre discapacidad y justicia racial y
económica.
Una ola de muertes por disparos de la policía
En 2015 hubo en Chicago una sucesión de muertes provocadas por disparos de la policía.
Empezó con el caso de LaQuan McDonald y continuó con los también
notorios de Philip Coleman, Quintonio Legrier y Bettie Jones. Los tres
hombres tenían una discapacidad o patología psiquiátrica. La mujer,
Jones, fue asesinada cuando la policía buscaba a Quintonio.
Las repercusiones políticas de esa ola de muertes terminaron
provocando la dimisión del jefe de policía. El Ministerio de Justicia
(DOJ, por sus siglas en inglés) investigó las actuaciones policiales en
la ciudad abriendo foros para que los vecinos pudieran compartir sus
experiencias.
Fue en uno de esos foros donde conocí a Chris Huff. En pie frente a
la multitud, contaba su historia de vida, instruía a los demás. “No
creo que haya sido coincidencia que tres meses después de que me
diagnosticaran mi patología, yo estuviera usando un arma en la escuela”, recuerda Huff sobre su arresto.
En su opinión, fue afortunado por no haber pasado mucho tiempo en la
cárcel. Con la ayuda del Instituto Northwestern su madre pudo ponerle
abogados y lograr que un juez les permitiera mudarse al estado sureño de
Georgia, lejos de Chicago, mientras esperaban el juicio.
En lugar de la sentencia de varias décadas que le podía haber caído
si lo juzgaban como adulto (una posibilidad que contempla la ley), Huff
terminó pasando unos pocos meses en un centro para delincuentes
juveniles de Illinois. Cuando cumplió los 18, se borraron sus
antecedentes penales. Después llegó el momento de la universidad, en el
sur, y más tarde, el regreso al South Side de Chicago para un postgrado.
Allí sigue hoy, en el Instituto Vera de Justicia, ayudando a jóvenes
recién encarcelados.
Hombres negros con algún tipo de diversidad funcional
Nadie sabe con certeza cuántas víctimas de la violencia policial son
personas enfermas o con discapacidad. Para todo el país hay algunos
datos (que en 2015 yo puse sobre papel para la Fundación Ruderman) pero
dependen demasiado de los testimonios. Los distintos
departamentos de policía y los gobiernos de los estados se han mostrado
reacios a registrar y controlar el uso de la fuerza. Aún así,
los testimonios siguen siendo reveladores. Los principales casos
investigados por el DOJ en Chicago involucraban a hombres negros con una
discapacidad.
LaQuan McDonald tenía trastorno por estrés postraumático (TEPT) y una
discapacidad mental no especificada. Philip Coleman, muerto durante el
arresto, estaba sufriendo una crisis nerviosa cuando la policía llegó a
la casa después de que los padres llamaran al 911. “Nosotros no los llevamos al hospital, los llevamos a la cárcel”,
dijeron los agentes mientras lo detenían. En un vídeo publicado a
finales de 2015, se puede ver a Coleman recibiendo descargas con una
pistola eléctrica y siendo arrastrado de su celda sin oponer
resistencia. Un policía de Chicago mató a Quintonio Legrier, un joven
negro que sufría una crisis nerviosa, y también disparó contra la vecina
que lo estaba vigilando, una mujer negra llamada Bettie Jones.
En julio de 2016, el grupo Advance Youth Leadership Power
(AYLP) y sus activistas decidieron tomar cartas en el asunto con una
manifestación en la puerta de la audiencia que trataba el caso, donde
también entraron a declarar.
Yo estaba ahí y vi a un niño de 11 años, acompañado por su madre,
hablar de su trauma. Cuando tenía 6, la policía entró violentamente en
el patio de atrás de su casa con las armas desenfundadas. La persona que
buscaban estaba en la misma manzana, pero a varias casas de distancia.
Su madre, Melinda Manson, describió los años de pesadillas que había
sufrido su hijo tras el episodio.
Timotheus Gordon, un estudiante de doctorado en la Universidad de
Illinois, de raza negra y autista (se describe a sí mismo como “un
jugador de fútbol americano negro y con rastas”), habló sobre el temor
constante a ser detenido por la policía y no responder rápido y de una
manera que los agentes consideren satisfactoria. Los familiares de
Stephon Watts, un joven negro autista asesinado por la policía en la
cercana ciudad de Calumet, hablaron de la pérdida de su ser querido.
Huff también contó su historia.
El mensaje era claro: no habría justicia para los habitantes de
Chicago hasta que no se abordase el tema de la discapacidad tanto como
el de la raza para entender el comportamiento de la policía.
Lo bueno es que los investigadores del DOJ entendieron el mensaje y
colaboraron con el grupo AYLP en la organización de una serie de
reuniones, algunas públicas y otras privadas (más seguras), para
asegurarse de que estos habitantes de Chicago pudieran contar su
historia.
El problema es del sistema y de la estigmatización
Durante el otoño entrevisté a varios miembros del grupo AYLP para
conocer su punto de vista. Aunque con formas diferentes, todo el tiempo
escuché mencionar dos temas.
El primero, que estas personas creen que el sistema legal está
diseñado para maximizar la opresión de la gente negra y con
discapacidad. El segundo, que dentro de la comunidad negra del área de
Chicago, la estigmatización hace que la gente evite hablar de la
discapacidad. En otras palabras, muchos piensan que referirse a la
discapacidad de LaQuan McDonald es una forma de minusvalorarlo, o que el
debate sobre las enfermedades mentales y el accionar policial debería
ser diferente al debate sobre el autismo.
Candace Coleman, coordinadora para la juventud en el AYLP, no está de acuerdo. “Soy negra, tengo discapacidad y soy del South Side, en Chicago”,
dice. Pero Coleman también sabe que la estigmatización existe. Siempre
supo que tenía discapacidad (tiene varias afecciones, entre ellas
parálisis cerebral y asma, y toda su vida ha estado entrando y saliendo
de los hospitales), pero le llevó mucho tiempo poder sentirse
verdaderamente orgullosa de esa parte de su identidad.
Coleman es hoy una de las líderes del movimiento de orgullo en la
discapacidad, pero reconoce que va a pasar mucho tiempo antes de que
todos sientan ese orgullo. En muchas comunidades, “no se puede hablar
sobre salud mental”. “Te automedicas, haces lo que tienes que hacer para salir adelante pero, incluso hoy, sigue sin estar bien hablar del tema”, dice. Y cuando nadie habla del tema, ni siquiera los reformistas bienintencionados pueden escuchar.
Para Chris, la estigmatización es algo que le sirve a un sistema
disfuncional. Ese día que nos encontramos en el parque me lo explicó por
encima. En su análisis, las circunstancias opresivas generan
estigmatización y profundizan los efectos negativos, especialmente de
los problemas mentales; esos efectos negativos a su vez hacen que se
provoque la interacción con las fuerzas policiales; como las fuerzas de
seguridad manejan muy mal ese tipo de interacciones, castigan con
demasiada frecuencia a los que se comportan de manera diferente,
reforzando así la necesidad de aislarse (incluso de sí mismas) que
tienen las personas con discapacidad.
La policía castiga a los que son diferentes
“Una vez que salí al mundo, ya tenían una serie de sistemas listos para mí”, dice Huff.“Ya tenían preparado mi vecindario, la comunidad… debido a la segregación. Ya estaba todo planeado de antemano. Lo que creo que está pasando verdaderamente es que una gran parte de la enfermedad sí tiene que ver con un factor genético, pero son desórdenes provocados por el hombre. Me tengo que adaptar al sistema y a la estructura actual para recibir educación, trabajo y vivienda”.
Una de las últimas medidas del Ministerio de Justicia de la
Administración Obama fue publicar un informe sobre el comportamiento
policial en Chicago. Una evaluación devastadoramente cruda de las
sistemáticas violaciones que comete la policía contra los derechos
civiles de sus habitantes. En un primer momento, el fiscal general de
EEUU, Jeff Sessions, desestimó el informe por considerarlo “anecdótico”,
incluso después de admitir que no lo había leído. Sessions se mostró
en contra de los llamados “decretos de consentimiento” entre el DOJ y
los departamentos de policía, [pensados para que el Departamento de
Justicia intervenga y ayude a mejorar el funcionamiento de las policías
locales].
El informe del DOJ identificó la práctica generalizada de abusos y añadió una serie de recomendaciones, como la de “trabajar
con los miembros de la comunidad procedentes de los diversos grupos
raciales, religiosos, étnicos, de género y de discapacidad en Chicago
para generar una conciencia cultural conjunta con la policía, informar y
sumar propuestas de medidas posibles que mejoren la relación entre la
policía y la comunidad”.
La inclusión de la discapacidad en ese listado es una muestra del
trabajo del AYLP, entre otros. Pero Trump y Sessions están tratando de
tirar el informe a la basura. Como escribió Rachel Cohen en la revista
Vice, los expertos en el tema y los activistas dicen que el alcalde de
Chicago, Rahm Emanuel, está aprovechando el mensaje antireformista de
Sessions para debilitar las reformas en la ciudad.
Cuando terminábamos nuestra conversación, Huff admitió que, a veces sentía un “vínculo traumático” con esta zona de Chicago. “Sé
que no soy la única persona que tiene un vínculo traumático con el
lugar en que creció. ¿A quién se le ocurre alejarse de una experiencia
traumática y volver a esa mierda?”.
“No es una coincidencia que estés viviendo aquí, que estemos en esta plaza. ¿En qué otro lugar podrías estar?”, le dije. Huff miró hacia otro lado.
“Solo intento sumar una voz en el debate sobre la discapacidad. Me gustaría entender cómo la violencia estructural crea o perpetúa las discapacidades psico-sociales o las discapacidades mentales, cómo la violencia estructural crea o contribuye a las disfuncionalidades que se experimentan en la vida”.
Huff siente que no tiene opción, que la disfunción del sistema está
en todas partes y que tiene que adaptarse. Pero termina diciendo: “Creo
que si uno se adapta a la disfunción, al final está adoptando esa
disfunción”.
(Traducido por Francisco de Zárate para El Diario/ Original The Guardian)
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