No le debo a Cuba
obediencia alguna, más que respeto y amor profundo por hacerme hombre digno al
servirle desinteresadamente y dar a mis seres queridos una morada digna para descansar
eternamente apegados a su tierra tibia y solidaria. La defiendo, empero de la
mentira y de la maldad fabricada por sus detractores y por ello –aparte de
cualquier interés político de la parte cubana–
no puedo permitirle, señor Trump, que usted aplauda, a quienes la han
agredido durante décadas, con una complacencia que solo puede dar espacio a la
ignorancia o a la mala fe.
Por ello debo
rebatirle a usted lo expresado en su Comunicado por el 115 aniversario de la
mal llamada independencia de Cuba, en el cual expresa: "El pueblo cubano merece un gobierno que respete los valores
democráticos, las libertades económicas, religiosas y los derechos humanos, y
mi gobierno está decidido a dar forma a esa visión". ¿De qué
independencia nacional habla usted? La historia demuestra que este acto
histórico solo abrió las puertas a un nuevo tipo de dependencia colonial a
costa del añejo servilismo a España para dar a EEUU una fruta madura para poder
explotarla descaradamente y expoliar sus reservas más útiles
. Es esa misma
dependencia a la que hoy, con un enfebrecido y a destiempo anexionismo,
defienden contrarrevolucionarios como los miembros del grupúsculo Partido Unión
por Cuba quienes celebraron el advenimiento de Cuba como neocolonia el 20 de
mayo de 1902 o como aquel provocador llamado Daniel Llorente –quien solo busca emigrar a su país con un
dudoso historial de disidente de conciencia–, borrando con este acto y de manera
oportunista su pasado delincuencial.
El saludo para el
pueblo cubano, controvertido y manipulado, demuestra que mucho le falta conocer
a usted sobre la historia de Cuba. Muchos a los que felicita en esta
oportunidad han sido criminales y terroristas, cómplices de una guerra sucia y
agresiones permanentes, que le han costado al este pueblo miles de víctimas y
cuantiosos daños materiales. No use usted a José Martí de manera manipulada y
distorsionada, cuando fue la Revolución Cubana quien por primera vez en la
historia de esta tierra dignificó a su ideario independentista y humanista.
El despotismo en Cuba no existe, tan solo es la imagen falseada de una
verdadera democracia: la dictadura de todo un pueblo sobre una minoría
irrelevante y vendida a intereses foráneos. ¿No ignora la desaprobación de
millones de sus conciudadanos a su gestión presidencial que lo ha llevado a
tener una de las mayores reprobaciones a un presidente en la historia de los
EEUU? Acaso esto le da derecho a hablar de democracia, derechos humanos y otras
cuestiones cuando goza de tal desprestigio político.
No ataco al cubano digno y a sus descendientes nacidos en EEUU, quienes
se han labrado un futuro con su sudor y perseverancia, en busca de una vida
mejor, llevados principalmente por motivos económicos. A ellos les respeto y
admiro. Solo me duele que usted, como otros presidentes que le han sucedido,
hagan caso de las malsanas intenciones de personajes como Marco Rubio y los miembros de la derrotada brigada 2506, quienes
han tratado vanamente de destruir a nuestra gobernabilidad.
Sepa usted que el pueblo cubano respeta al pueblo norteamericano y
espera de ustedes una relación franca y armónica como buenos vecinos. Aunque mi
eterno antiimperialismo y viejas heridas me han dicho lo contrario, he aceptado
que llevan la razón aquellos que apuestan por una convivencia sana y provechosa
entre nuestras dos naciones. Dudo, a mi pesar, de quien me da la zanahoria y
oculta solapadamente el garrote. Eso es una parte incurable de mi ser.
Por ello, señor presidente, guatemalteco yo y cubano de corazón, le
invito a que se atreva a visitar a Cuba, a cooperar con nosotros para fabricar
una relación de respeto y comprensión, alejada de la enfermiza locura mediática
que nos sataniza y de la que usted también ha sido víctima. Venga pues a Cuba,
sin protocolos y malas compañías. Aquí verá una obra que dista de ser perfecta,
incluso a veces con aspectos a cuestionar, pero que pone al hombre y a sus
derechos humanos como principal condición. Le invito, pues.
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