La
única y definitiva independencia que celebramos los cubanos es la
alcanzada el 1 de enero de 1959, con el invicto liderazgo del Comandante
en Jefe Fidel Castro Ruz
Alguien o algunos no le han dicho la
verdad al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien este
sábado 20 de mayo felicitó al pueblo de Cuba por el día de la
independencia.
Y debe dársele el beneficio de la duda al jefe de la administración
norteamericana, pues evidentemente ha sido mal asesorado o solo escuchó a
aquellos que añoran el pasado colonial. Solo así podría evocar el 115
aniversario de aquel quinto mes del año 1902 y al propio tiempo enviar
un mensaje de felicitación a los cubanos
.
Cuba, su pueblo y su gobierno, ha manifestado la disposición de
conversar sobre cualquier tema con Estados Unidos y mantener relaciones
civilizadas, respetando las diferencias. Es en ese ánimo en el que
también podríamos conversar sobre ese 20 de mayo, que en esta Isla
soberana e independiente no se celebra, pero sobre el que sí conocemos
bien.
Hace 115 años no hubo un acto de independencia. El cuento es un poquito más largo.
En 1898 el Ejército Libertador Cubano tenía la guerra contra España
prácticamente ganada. Las huestes peninsulares estaban vencidas,
agotadas física y moralmente. En ese escenario ve la luz una Resolución
del Congreso de Estados Unidos para intervenir en el conflicto, con el
objetivo de garantizar la libertad de Cuba. Pero los jefes mambises
desconocían la carta del subsecretario de guerra estadounidense:
«Debemos destruir todo lo que esté dentro del radio de acción de
nuestros cañones. Debemos concentrar el bloqueo de modo que el hambre y
su eterna compañera, la peste, minen a la población civil y diezmen al
ejército cubano. [...] debemos crear dificultades al gobierno
independiente y estas y la falta de medios para cumplir con nuestras
demandas y las obligaciones creadas por nosotros, los gastos de guerra y
la organización del nuevo país, tendrán que ser confrontadas por ellos
[...]. Resumiendo: nuestra política debe ser siempre apoyar al más débil
contra el más fuerte hasta que hayamos obtenido el exterminio de ambos a
fin de anexarnos la Perla de las Antillas».
Ojo, concentrar el bloqueo de modo que el hambre… Cualquier semejanza
con el bloqueo que sufrimos hace más de 55 años no es pura
coincidencia. Esa es la antesala del 20 de mayo de 1902 ¿Se puede
celebrar así la independencia o recibir una felicitación?
El episodio había tenido como antecedente la explosión en la bahía
habanera del acorazado Maine el 15 de febrero de 1898 y aunque el propio
William McKinley, vigesimoquinto presidente de Estados Unidos,
reconoció que la comisión investigadora creada para aclarar el suceso no
había podido concretar responsabilidades en la voladura, expresó: «Pero
la verdadera cuestión se centra en que la destrucción nos muestra que
España ni siquiera puede garantizar la seguridad de un buque
norteamericano que visita La Habana en una legítima misión de paz». Era
el pretexto para declarar la guerra a España, en un boceto que dibujaría
aquel 20 de mayo. Al decir de Vladimir Ilich Lenín, comenzaba la
primera guerra imperialista de la época moderna.
Pero no era todo. En la ruta hacia mayo de 1902 apareció el ruin y
mezquino 10 de diciembre de 1898. En esa fecha, el Tratado de París
decretaba el fin del colonialismo español sobre la Mayor de las
Antillas, cometiéndose un colosal agravio a la dignidad de los cubanos
al ser apartados de esa conversación. Estados Unidos “arregló” una
libertad que ni ganó ni sufrió en los cruentos combates en la manigua y
España renunciaba, si es que cabe el término —realmente lo que hacía era
entregarse— a un derecho que había perdido en los campos de batalla.
A aquel 20 de mayo se llegó tras la celebración de elecciones en
junio de 1900, que cercenaron el derecho de los cubanos. Las mujeres no
podían votar, solo podían hacerlo los mayores de 21 años de edad. Y ese
día le iba a dejar a Cuba una constitución, en la cual se atentaba
justamente contra la independencia y la soberanía de la Isla. La
Enmienda Platt, impuesta por Estados Unidos como apéndice
constitucional, estableció, de facto, una República neocolonial.
En el tercer punto, de ocho que contenía aquel documento usurpador
se establecía: «Que el Gobierno de Cuba consiente que los Estados
Unidos puedan ejercitar el derecho de intervenir para la preservación de
la Independencia y el sostenimiento de un gobierno adecuado a la
protección de la vida, la propiedad y la libertad individual, y al
cumplimiento de las obligaciones con respecto a Cuba, impuestas a los
Estados Unidos por el tratado de París».
En un enjundioso artículo en estas mismas páginas el pasado 2 de
noviembre de 2016, el investigador Ernesto Limia nos hacía leer:
«Estados Unidos propuso incluir la Enmienda Platt como apéndice a la
Constitución cubana y condicionó a ello la retirada de su contingente
militar. Conseguido su propósito, accedió a que el 20 de mayo de 1902
la Isla se diera una República que para nacer debió someterse a la
tutela yanqui. Ese año, en su discurso sobre el estado de la Unión, el
presidente Theodore Roosevelt abundó al respecto: Cuba queda a
nuestras puertas y cualquier acontecimiento que le ocasione beneficios o
perjuicios, también nos afecta a nosotros. Tanto lo ha comprendido así
nuestro pueblo, que en la Enmienda Platt hemos establecido la base, de
una manera definitiva, por la que en lo sucesivo Cuba tiene que mantener
con nosotros relaciones políticas mucho más estrechas que con ninguna
otra nación […]».
No hay dudas de que el presidente Trump ha estado mal asesorado.
Quienes le ayudan o le aconsejan deben haberle leído también mal a
Martí, sino no lo “viste” de empresario o no lo invoca en su mensaje de
felicitación para decirnos que «el despotismo cruel no puede extinguir
la llama de la libertad en los corazones de los cubanos, y que la
persecución injusta no puede alterar los sueños de los cubanos para sus
hijos de vivir libres sin opresión». Nadie como el apóstol de la
independencia de Cuba para advertir del peligro de la potencia del
norte. Lo dejó bien claro en la carta a su amigo Manuel Mercado, el 18
de mayo de 1895: «ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por
mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que
realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se
extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza
más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré,
es para eso».
Nueve años después, otro 20 de mayo, pero de 1904 el presidente
estadounidense Theodore Roosevelt anunció al Senado que extendería a
Centroamérica y el Caribe los preceptos de la Enmienda Platt. Martí
conoció como pocos a Estados Unidos en los 14 años que vivió allí y le
arrancó del fondo de su alma patriótica la frase «viví en el monstruo y
conozco sus entrañas». Al 20 de mayo de 1902 se llegó con la disolución
del Partido Revolucionario Cubano fundado por Martí para emprender la
guerra necesaria por la verdadera libertad de los cubanos. Esa decisión,
tomada por quien fuera el primer presidente de aquella República, Tomás
Estrada Palma, sucesor del apóstol como delegado del Partido, sucedió
justo 11 días después de haberse firmado el Tratado de París, entre
España y Estados Unidos, en el cual Cuba fue tratada como botín de
guerra.
La única y definitiva independencia que celebramos los cubanos es la
alcanzada el 1 de enero de 1959, con el invicto liderazgo del Comandante
en Jefe Fidel Castro Ruz.
Sobre lo ocurrido hace 115 años nos quedamos con la sentencia siempre
aleccionadora de Eusebio Leal Spengler, a quien le escuche decir en
mayo del 2001, a propósito de la fecha: «No vamos a festejar el 20 de
mayo de 1902, pero lo vamos a conmemorar, vamos a hacer memoria. La
república tenemos que analizarla con profundidad para entender esta
Revolución que tenemos. No hay futuro sin pasado».
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