" TERMINAL DE OMNINUS DE MATANZAS "
Un huracán llamado Desorden
Al
igual que los huracanes, el Desorden es un fenómeno peligroso que puede
ganar intensidad cuando en el entorno laboral, social, familiar, se
abren espacios a las irregularidades. Entonces, sus vientos máximos
sostenidos cobran fuerza y provocan desastres como el deterioro de las
relaciones humanas y la pérdida del respeto.
Por supuesto, los estragos resultan más significativos cuando la pared del ojo del huracán atraviesa justo en medio de entidades que brindan un servicio de primera necesidad a la población. Ello implica que el número de damnificados aumente y comience a propagarse el desasosiego.
A ello se suma el peligro de que dicho fenómeno se extienda en el tiempo y permanezca sin frenos ni responsables que atenúen su impacto hasta alejarlo para siempre.
Testimonio de ello pueden ofrecer los pasajeros que se acercan a la Terminal de Ómnibus Intermunicipal de Matanzas donde, desde aproximadamente un mes, las rachas de la inestabilidad giran en torno a la entrega de los tiques que instauran el orden para abordar los ómnibus.
Mientras los comentarios atribuyen las causas a la ausencia de papel, todas las señales apuntan a una deficiente labor administrativa que deja desprotegidos a llamadores, choferes y usuarios.
De esta forma, sin ningún boleto que organice la fila de viajeros, ascender a los vehículos muchas veces es una lucha desenfrenada por alcanzar la puerta cueste lo que cueste. A duras penas los trabajadores de la entidad pueden lograr que pasen, sin ser arrastrados por el tumulto, los empleados, impedidos físicos, embarazadas y niños de brazo, los cuales están declarados como prioridad.
La ciudad deviene fuente sustancial de empleos, por eso disímiles pasajeros acuden diariamente a la Terminal para trasladarse a sus municipios tras cumplir con la jornada laboral. Otros, la contemplan como la única vía para alcanzar un medio de transporte más económico después de haber sido atendidos en algún centro de salud de la urbe.
Sin embargo, lo que pudiese ser el final feliz del recorrido diario, se convierte en una odisea donde los valores se esfuman tras la desesperación y no pocas veces el personal debe permanecer de pie frente a la puerta de las guaguas media hora antes del tiempo fijado, para no correr el riesgo de quedarse.
Así, también se abre un espacio para los oportunistas que aprovechan la ausencia de boletos para alcanzar un asiento de manera tal que los primeros, son los últimos en subir.
Cuando no se entregan los tiques correspondientes, quien se detiene a contemplar la disputa de un sitio en la ruta Pedro Betancourt – Matanzas a las tres y media de la tarde, de seguro puede asistir a una escena que contiene desde violencia, hasta lenguaje de adultos, donde prima el desconcierto.
¿De qué modo la administración de la Terminal Intermunicipal vela por los derechos de los pasajeros y su seguridad?, ¿Cómo es posible que la escasa gestión o el descuido impidan garantizar la estabilidad de un recurso tan simple como fragmentos de papel, para que no se suscite la violencia ni el maltrato entre la población?
La guagua está repleta. Cierra sus puertas y los que consiguieron situarse en su interior se encuentran ahora en la zona de calma correspondiente al ojo del huracán Desorden. Adaptados a lidiar con fenómenos meteorológicos, nadie está confiado. Saben que al día siguiente, si no se toman las medidas pertinentes para debilitarlo, volverán a sentir el azote de sus vientos.
Por supuesto, los estragos resultan más significativos cuando la pared del ojo del huracán atraviesa justo en medio de entidades que brindan un servicio de primera necesidad a la población. Ello implica que el número de damnificados aumente y comience a propagarse el desasosiego.
A ello se suma el peligro de que dicho fenómeno se extienda en el tiempo y permanezca sin frenos ni responsables que atenúen su impacto hasta alejarlo para siempre.
Testimonio de ello pueden ofrecer los pasajeros que se acercan a la Terminal de Ómnibus Intermunicipal de Matanzas donde, desde aproximadamente un mes, las rachas de la inestabilidad giran en torno a la entrega de los tiques que instauran el orden para abordar los ómnibus.
Mientras los comentarios atribuyen las causas a la ausencia de papel, todas las señales apuntan a una deficiente labor administrativa que deja desprotegidos a llamadores, choferes y usuarios.
De esta forma, sin ningún boleto que organice la fila de viajeros, ascender a los vehículos muchas veces es una lucha desenfrenada por alcanzar la puerta cueste lo que cueste. A duras penas los trabajadores de la entidad pueden lograr que pasen, sin ser arrastrados por el tumulto, los empleados, impedidos físicos, embarazadas y niños de brazo, los cuales están declarados como prioridad.
La ciudad deviene fuente sustancial de empleos, por eso disímiles pasajeros acuden diariamente a la Terminal para trasladarse a sus municipios tras cumplir con la jornada laboral. Otros, la contemplan como la única vía para alcanzar un medio de transporte más económico después de haber sido atendidos en algún centro de salud de la urbe.
Sin embargo, lo que pudiese ser el final feliz del recorrido diario, se convierte en una odisea donde los valores se esfuman tras la desesperación y no pocas veces el personal debe permanecer de pie frente a la puerta de las guaguas media hora antes del tiempo fijado, para no correr el riesgo de quedarse.
Así, también se abre un espacio para los oportunistas que aprovechan la ausencia de boletos para alcanzar un asiento de manera tal que los primeros, son los últimos en subir.
Cuando no se entregan los tiques correspondientes, quien se detiene a contemplar la disputa de un sitio en la ruta Pedro Betancourt – Matanzas a las tres y media de la tarde, de seguro puede asistir a una escena que contiene desde violencia, hasta lenguaje de adultos, donde prima el desconcierto.
¿De qué modo la administración de la Terminal Intermunicipal vela por los derechos de los pasajeros y su seguridad?, ¿Cómo es posible que la escasa gestión o el descuido impidan garantizar la estabilidad de un recurso tan simple como fragmentos de papel, para que no se suscite la violencia ni el maltrato entre la población?
La guagua está repleta. Cierra sus puertas y los que consiguieron situarse en su interior se encuentran ahora en la zona de calma correspondiente al ojo del huracán Desorden. Adaptados a lidiar con fenómenos meteorológicos, nadie está confiado. Saben que al día siguiente, si no se toman las medidas pertinentes para debilitarlo, volverán a sentir el azote de sus vientos.
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