Cada lunes a las 8:30 p.m., en las emisiones del programa humorístico
Vivir del cuento, aparece un personaje que rompe con las clásicas
representaciones de la “abuelita”. Alguien peculiar que siempre intenta
vender a Pánfilo alguna pieza o material, que nada tienen que ver con
la aguja de tejer o el estambre
.
Hace ocho años, Aris Teresa Bruzos Núñez, perdió su nombre; “ahora
todos me llaman Evarista”, dice y en ese momento saca un puñado de
fotos de las grabaciones del programa que guarda en una caja de zapatos.
“Jamás en la vida pensé trabajar en la televisión y mucho menos en un
programa cómico. Primero fui al casting de Los Amigos de Pepito en el
año 2008, pero nunca tuve la idea de recibir un premio. Participé en el
espacio para que mi familia de Oriente me viera, porque hacía muchos
años que no sabía de ellos. Solo llevé la cantidad de cuentos que pedían
y les gustó, me aceptaron. Así me convertí en Evarista y te confieso
que no me agrada mucho el nombre”, y frunce el ceño porque extraña que
la llamen Aris.
El humorismo siempre le agradó. Desde pequeña veía a su papá hacer
chistes. “A todo le sacaba lasca”, me dice. De ahí viene su influencia,
además de que le encanta reír. El programa para ella significa
diversión, emplear su tiempo libre de una forma amena, sonriendo.
Se pinta los labios para la foto que más tarde le haría mientras me
cuenta que se dedicó al magisterio por 34 años, dos de profesora frente a
un aula, y el resto, de directora de distintas escuelas. “Cada vez que
había un alboroto me mandaban a mí a componerlo”. Fue lo que siempre
quiso hacer, nunca pensó ser actriz.
“Enseñar es lo mío, cuando jugaba de pequeña siempre era la maestra. Ahora la vida me puso de humorista y así me siento feliz”.
Las arrugas en la cara de Aris solo desprenden energía y lucidez. Sus
manos no paran de tejer, como si la aguja y el estambre fueran un
apéndice de su cuerpo. Es su hobby favorito, y al demostrar su destreza
lo convierte en algo mágico.
Es presidenta del círculo de abuelos Para empezar a vivir, radicado
en Reina entre Gervasio y Escobar, en el municipio capitalino de Centro
Habana, y hace ejercicios con ellos las mañanas, en el tiempo que su
nueva profesión le permite.
“Me gusta hacer de todo un poco, así me siento útil y valiosa, aunque el cariño de las personas no me falta. Me gusta coger la guagua para que la gente me reconozca y me salude, eso me encanta, sobre todo los niños, su inocencia me cautiva”.
Aldo, su hijo, no estuvo de acuerdo con la decisión de Aris de presentarse al programa al principio. Hoy la presenta a sus amigos y conocidos con agrado.
“Él es mi orgullo y yo quiero ser el suyo”, confiesa con un tono
inconforme por no haber recibido todo el apoyo posible de su familia.
Entre las tantas anécdotas que Aris guarda sobre su vida de humorista, una de las que recuerda con vergüenza y cariño a la vez es el encuentro con un exalumno que le dijo muy serio, casi molesto: “Profesora, con lo seria que usted era y ahora enseña el ombligo y los muslos en la televisión, usted ya no tiene edad para eso”. De solo hacer el cuento se le enrojecieron las mejillas.
“Las personas que piensen lo que quieran. Mis años hasta ahora no han
sido obstáculo para nada, gozo la vida minuto a minuto. Al final el
tiempo pasa, y yo, no me pongo vieja”.
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