Por:
Rosa Miriam Elizalde
La Habana, 31 de diciembre, frente al Malecón. Cielo despejado, calor
y humedad de agosto y el 2015 que se va como la luz de la tarde.
Estamos frente al Monte de la Banderas, un farallón rojo, azul y blanco,
y saliéndose del encuadre de la cámara la insignia estadounidense,
sola, casi arrinconada dentro de la malla de alambre de la Embajada.
La escena invita al recuento mental de lo que ha sido este año, que
pasó de sorpresa en sorpresa, agradables unas y otras, menos: reapertura
de las sedes diplomáticas en La Habana y en Washington; visita del Papa
Francisco; pasarela de famosos, presidentes, ministros y gobernadores
de medio mundo un día sí y otro también; una revolucionaria política
para el acceso a las nuevas tecnologías, que mediáticamente parece
traducirse solo en wifi en plazas y avenidas; la macroeconomía en alza,
la doble moneda en el mismo lugar -como el bloqueo- y los precios del
agromercado por las nubes; Fidel acompañándonos y Raúl en la Asamblea
Nacional otorgándole dignidad a la palabra pueblo…
El almanaque es una línea que se cierra hoy, pero ¿se acaba o empieza
el tiempo que vivimos? Es tonto pensar que en unas horas, tras la
etiqueta de un nuevo año, pasaremos todos página a nuestras vidas. El
tiempo no empieza sino que transcurre, no se detiene, no lo dividen las
fiestas de cualquier índole ni le dan linealidad y sentido el comienzo o
el final del calendario. El tiempo es el espacio posibilitado por
nuestros proyectos y por los proyectos de los otros. Es un campo de
lucha. Un combate. Una historia. Usted y yo y esas banderas a un lado y
al otro, lo queramos o no, formamos parte de ello.
(Tomado del blog de la autora Desbloqueando Cuba)
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