Por:
Iroel Sánchez
Humberto Solás ya legó al cine cubano una película sobre el oportunismo, Un hombre de éxito. Recorriendo la historia prerrevolucionaria, Solás centra en un personaje el camaleonismo que incluso llega a dejar una puerta abierta con el martirologio de su hermano para intentar insertarse en la realidad revolucionaria, más como inquietante mensaje hacia el presente que como realidad histórica.
A mi juicio, Cuba libre, dirigida por Jorge Luis Sánchez,
da otra vuelta de tuerca al tema pero lejos del recorrido por decenios
de historia neocolonial, ha concentrado la mirada en un instante crítico
del devenir cubano para hablarnos de los engaños, comportamientos
camaleónicos, servilismos y traiciones que el traspaso de las manos
españolas a las estadounidenses, frustrando los sacrificios de tres
décadas de guerras independentistas, desató en la Cuba de 1898 en
un proceso hábilmente conducido por los interventores norteamericanos,
quienes supieron aislar a aquellos que vieron con claridad sus
intenciones y se les opusieron y, por otra parte, utlizar en su provecho
las debilidades de los que -juzgaron los norteamericanos- podían
servirles mejor. Unos y otros serán desechables según dicten las
circunstancias.
Un guión escrito en 1998 y cuya preproducción comenzó en 2013, ajeno
su director a lo que sucedería el 17 de diciembre de 2014, ha tenido su
estreno comercial en Cuba un año después de esa fecha, desatando
lecturas inevitables, que – como en su excelente documental sobreFidelio Ponce– son un instrumento para mirar el presente a través de el pasado.
Con personajes arquetípicos y cargados de simbolismo: el cura, la
maestra, el jefe mambí, su segundo Lamberto, devenido alcalde por
designación estadounidense, la abuela negra que guarda las armas para
revoluciones por venir, la prostituta, el coronel yanqui y sus
subordinados negros, el director logra el entorno verosímil en que se
mueven los dos niños que protagonizan la historia. El hecho de que los
roles sean arquetípicos no quiere decir que los personajes estén libres
de contradicciones que la mayoría de las actuaciones en el filme logran
exponer convincentemente
.
Manuel Porto en el rol del cura veleidoso y
oportunista vuelve a dar lecciones de actuación con un personaje clave
en la película y da vida a un aspecto de nuestra historia poco tratado
en el presente: la complicidad de la jerarquía eclesiástica con el
colonialismo español y el imperialismo yanqui. El director ha tenido la
valentía, en un contexto en el que hasta la Operación Peter Pan pareciera
se ha vuelto innombrable, para recordarnos que las actuales relaciones
entre el patriotismo y la Iglesia católica, con un Papa que acaba de dejarnos un mensaje humanista y solidario, no siempre han sido de esa manera.
En la maestra Alfonsa, interpretada magistralmente por Isabel Santos, cuándo no lo ha hecho así, se logra hacer creíble un autoritarismo que muy probablemente en otra actriz sin sus dotes hubiera rayado en la caricatura. El dúo del cura y la maestra nos habla sobre la doble moral que suelen esconder los extremismos, y también ilustra el dañino papel de la educación religiosa al servicio de un orden injusto.
Punto
y aparte para los dos niños que interpretan a quienes deben asumir los
descubrimentos de su edad en un entorno que cambia dramáticamente y son
utilizados con el mismo interés manipulador que si confunde a los
adultos qué no logrará hacer con quienes apenas comienzan a conocer el
mundo. Convencen y conmueven, ayudados por una fotografía que hace
belleza de la miseria que protagonizan en una realidad que cada vez más
nos es mostrada como próspera y feliz porque la mayoría de las veces se
olvida contarnos que son las clases pudientes y minoritarias las que
nos hablan desde la arquitectura que ha trascendido gracias al trabajo
de los humildes.
El actor noruego que encarna al coronel estadounidense logra
transmitir con su desempeño todo el cinismo, frialdad y cálculo de una
conducta que nos acompaña hasta hoy: intereses más que aliados suele
decirse que tienen los Estados Unidos. La carne de cañón, los
combatientes negros norteamericanos arrastrados a una guerra que no es
suya, es el único espacio de los interventores donde los indepentistas
cubanos son comprendidos. El liderazgo mambí es presa de las
contradicciones que en el campo libertador supo aprovechar muy bien el
poder interventor y contra él son lanzadas las mismas armas con que nos
acechan en la actualidad: promesas que serán incumplidas, prebendas para
estimular divisiones y hasta fabricadas confrontaciones generacionales
cuando el hijo del jefe insurrecto recibe una beca en EEUU para influir
en su padre.
Otro
guiño al presente es la acumulación de objetos simbólicos que hacen los
interventores y que va convirtiéndose en una especie de altar del
pasado en el interior del colegio convertido en cuartel por los
norteamericanos mientras en el exterior se despliegan los símbolos del
ocupante. Desde la bandera hoy muy visible en nuestras calles hasta un
símil de la emblemática estatua que en 1989 fuera levantada
temporalmente en el Tienanmen de las protestas
proocidentales van poco a poco llenando la vida cotidiana en el pueblo
donde se desarrolla la película, al tiempo que la “desmoralización” -en
palabras del coronel mambí- cunde en las fuerzas libertadoras.
Inevitable recordar el despliegue simbólico del 14 de agosto -autos
clásicos, marines buenos y exitoso poeta cubanoamericano mediante- en la
apertura de la embajada de Estados Unidos en La
Habana o la mixtura imposible entre desiguales que -como si se tratara
del trago homónimo con la película- ya intentó imponernos un Mickey Valdés.
“Este inicio de siglo replantea, muy agravada y a su modo, la
problemática del 98: el imperialismo entonces naciente es hoy
hegemónico, el independentismo entonces aplastado es hoy irreductible,
el eterno reformismo intenta volver por sus fueros y el anexionismo por
sus desafueros”, escribió Cintio Vitier hace unos años. En ese contexto,
la estrategia norteamericana no deja de buscar Lambertos agazapados
entre nosotros, son hoy “el cuadro más útil” siempre más preocupado por
complacer a los jefes que por servir al pueblo, rehuyendo el contacto
con los problemas de la gente pero siempre listo y posicionado por si
regresan los tiempos del “yes, sir”; son los guatacas, los que
callan las críticas y asienten en las reuniones y por lo bajo intrigan y
dividen en oficinas y pasillos mientras buscan sacar su tajada de cada
situación.
Raúl acaba de llamar en el Consejo de Ministros a ir a la base y
enfrentar allí los problemas; “hay que ir hasta allí, hay que
conversar, no se le puede dejar terreno al derrotismo” ha dicho uno de
los mambises que entró en 1959 en Santiago de Cuba, revirtiendo la
historia que nos cuenta Cuba libre. Para esa conversación, que
debe trascender lo coyuntural y mirar también sobre lo que está en juego
en nuestro presente y nuestro futuro, la película de Jorge Luis Sánchez
es inquietante y a la vez movilizadora.
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