Por:
Rosa Miriam Elizalde
Esun delito regodearse con la desdicha ajena, particularmente si
ocurre en medio de una tormenta perfecta de mentiras y sandeces sobre
Venezuela que ha girado, un día tras otro, con la clara intención de
engullirnos. Ignacio Ramonet
lo explicaba muy bien anoche en Telesur, cuando todavía no se conocían
los resultados de las elecciones legislativas, que dio la mayoría a la
oposición. La Revolución bolivariana no está acabada, ni mucho menos,
aunque desde arriba, de las transnacionales mediáticas y de las élites
políticas, solo llueva fango sobre ella.
El director de Le Monde Diplomatique analizaba por qué. Esta fue una
elección para la Asamblea Nacional, pero el sistema de gobierno
venezolano es presidencial. Se puede tener una victoria en un Parlamento
de 167 curules, que dan un margen de poder, pero limitado, como ocurre
en EEUU. Los cubanos lo entendemos muy bien: el Presidente Obama tiene
prerrogativas para gobernar y tomar decisiones a diario, pero derogar el
bloqueo es un negocio del Congreso. Y aún así sabemos que Obama tiene
facultades que no ha utilizado, cuando podría perfectamente dejar en un
cascarón inútil esta política espuria. Vaya usted a saber por qué.
Quien haya seguido estas elecciones no puede ignorar que se ha
legitimado al Poder Electoral y la institucionalidad venezolanos. Hubo
gran tranquilidad durante toda la jornada y la nota indigna no fue del
chavismo, sino del acompañamiento internacional de la oposición, que
violó las normas más elementales de respeto al ejercicio eleccionario,
al entrometerse en la política local.
¿Que la tiene fácil el gobierno de Maduro? Claro que no. Mantendrá
ante sí el desafío constante de una derecha golpista que suele
despreciar la voluntad popular, que cuenta con el respaldo
político-militar de Estados Unidos y que con estas elecciones acaba de
recibir una inyección de esteroides. Que intentará, con ánimo renovado,
hacer retroceder no solo en Venezuela -ya sabemos el peso específico de
la revolución chavista en el ámbito continental- un proceso que hizo
ciudadanos a millones de pobres y que ha estado permanentemente acosado
por el boicot económico y el crimen organizado al servicio del
neoliberalismo trasnacionalizado y el paramilitarismo
.
El temor es que, de avanzar los objetivos de esa derecha de cacerolas
y bandera yanqui, el desmontaje simbólico y social de la Revolución en
Venezuela se convierta en una actividad salvaje que haga retroceder lo
que hasta ahora se ha conseguido. La intransigente radicalidad contra el
Gobierno bolivariano, fuente de la orfandad orgánica y de liderazgo de
la oposición en casi dos décadas de chavismo, tiene una doble
naturaleza: por un lado posee una alta capacidad autodestructiva, pero
por la otra resulta muy peligrosa dada su (no verbalizada ahora pero
patente) tradicional apuesta política por la sangre.
(Tomado del blog de la autora Desbloqueando Cuba)
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