Por William M. Leogrande
El callejón sin salida creado en las últimas semanas, en la cual han quedado atrapados cientos de emigrantes cubanos en la frontera de Costa Rica con Nicaragua, mientras intentaban llegar a los Estados Unidos, es muestra fehaciente de que la política migratoria de Washington hacia Cuba ya no es sostenible. De no cambiarse, podría generar una crisis similar a la del puete marítimo del Mariel en 1980 o la crisis de los balseros en 1994 —si es que ya no ha comenzado a producirse
.
La actual política, basada en los
acuerdos migratorios negociados con La Habana en 1994 y 1995, compromete
a los Estados Unidos a admitir por lo menos a 20 000 inmigrantes
legales cubanos cada año, y devolver a los emigrantes cubanos que sean
interceptados en el mar en su intento por entrar ilegalmente a los
Estados Unidos.
Unilateralmente, los Estados Unidos
también adoptaron la política de «pies secos/pies mojados» que le
permite a los cubanos que lleguen a los Estados Unidos («pies secos»)
permanecer en el país bajo un estatus especial llamado «parole» y, un
año después, ser elegibles, en virtud de la Ley de Ajuste Cubano de
1966, para solicitar residencia permanente. Ninguna otra nacionalidad
extranjera disfruta de este estatus privilegiado.
Desde hace tiempo, el Gobierno cubano ha
expresado que estas políticas estimulan la emigración ilegal y la trata
de personas. Sin embargo, el problema de los cubanos que llegan a los
Estados Unidos por vías ilegales había sido un problema relativamente
menor hasta hace muy poco.
Durante los años transcurridos desde que
se firmaron los acuerdos migratorios, alrededor de 4 000 cubanos han
eludido anualmente al Servicio de Guardacostas de los Estados Unidos,
han llegado a las playas de la Florida y han reclamado el estatus de
«pies secos». Unos 2 000 a 3 000 han sido interceptados en el mar
(«pies mojados») cada año y han sido devueltos a Cuba. Como el cruce por
el Estrecho de la Florida en balsas destartaladas o botes en estado
ruinoso es tan peligroso, y la probabilidad de ser apresados por el
Guardacostas es tan alta, el flujo de emigrantes ilegales se había
mantenido dentro de límites manejables.
Pero ya no. El número de emigrantes ha aumentado vertiginosamente desde el pasado mes de diciembre, cuando el Presidente Obama y su contraparte cubano, Raúl Castro,
anunciaron su intención de normalizar relaciones. Los emigrantes
potenciales temen que la reconciliación prefigure la derogación de la Ley de Ajuste Cubano, lo cual obliga a los emigrantes a actuar de inmediato, no sea que pierdan su oportunidad.
Teniendo en cuenta esta posibilidad, los
cubanos han encontrado una ruta aire-tierra para llegar a los Estados
Unidos, mediante la cual todos pueden ser «pies secos» y aspirar a ser
admitidos en los Estados Unidos. Durante los últimos 12 meses, más de
45 000 cubanos han entrado a los Estados Unidos desde México —sin haber
enfrentado el riesgo de cruzar un desierto peligroso, como hacen los
mexicanos y los centroamericanos.
La nueva ruta es posible porque en el año
2013 el Gobierno cubano abolió el requerimiento de que los ciudadanos
obtuviesen el permiso del Gobierno para viajar al exterior.
Actualmente, la mayoría de los cubanos puede viajar a cualquier país que
les conceda visa. Ecuador los admitió incluso sin visa hasta el pasado martes, y Guyana aún los admite.
Como resultado de ello, los emigrantes
potenciales han estado volando hacia el Ecuador para dar inicio a una
larga y subrepticia travesía hacia el Norte, sin visas, pasando por Colombia, América Central y México. En la frontera de Texas, ellos simplemente declaran su nacionalidad y son admitidos en virtud de la política de «pies secos».
El alquiler de los «coyotes», nombre dado
a los traficantes de inmigrantes, como guías de dicha travesía, es
costoso, pero muchos cubanos tienen familiares en los Estados Unidos que
están dispuestos a pagar. Recientemente, varios cubanos, provistos de
teléfonos celulares, han estado divulgando libremente sus propias rutas
de contrabando siguiendo las recomendaciones publicadas en las redes
sociales por aquellos que han hecho la travesía antes que ellos
.
La actual crisis en América Central se
desencadenó el 10 de noviembre, cuando las autoridades costarricenses
desarticularon una operación de contrabando, dejando varados a 1 600
cubanos. Cuando Costa Rica intentó enviarlos rumbo Norte, Nicaragua
cerró las fronteras. Dado que día tras día llegan cada vez más cubanos,
la cifra de los que se encuentran varados allí ha ascendido a 4 000,
sin que se vislumbre el fin de esta situación.
En una reunión celebrada recientemente
entre diplomáticos de la región, Costa Rica propuso crear un «corredor
humanitario» que les permitiera a los cubanos cruzar libremente hasta la
frontera de los Estados Unidos. Nicaragua rechazó la propuesta, pero
incluso la mera insinuación de dicho plan debe ser una señal de
advertencia para Washington. Los latinoamericanos se están cansando de
aplicar una política migratoria estadounidense hacia Cuba que no está
surtiendo efecto y que discrimina a sus propios ciudadanos. La
diferencia entre el trato privilegiado que le concede Washington a los
emigrantes cubanos y su frialdad hacia los centroamericanos, incluidos
los niños que huyen de la violencia criminal, es indefendible.
No obstante, el Gobierno de Obama ha
declarado en repetidas ocasiones que no tiene intención de cambiar la
actual política migratoria por temor a que cualquier atisbo de cambio
desencadene una estampida. Los diplomáticos estadounidenses reafirmaron
esa posición en una reunión con sus contrapartes cubanos el pasado
lunes. La reunión no produjo ninguna idea nueva acerca de cómo resolver
la crisis.
Existe una solución a este acertijo. Si
los emigrantes cubanos que tratan de llegar a los Estados Unidos por vía
terrestre fuesen tratados de la misma manera que los que son
interceptados en el mar y son devueltos a Cuba, el estímulo a
enfrascarse en la larga y peligrosa travesía hacia el Norte se reduciría
considerablemente
.
Ello no requeriría que se enmiende la Ley
de Ajuste Cubano, que establece el ajuste de estatus solo para los
cubanos que han sido admitidos o han recibido un estatus de parole en
los Estados Unidos. Solo sería necesario cambiar la política de «pies
secos» en virtud de la cual se admite, bajo parole, a cualquier persona
que pise el territorio de los Estados Unidos. Esa política es un asunto
de discreción ejecutiva. Para evitar un éxodo de último minuto desde
Cuba, dicha política pudiera ser rescindida por el Fiscal General sin
previo aviso.
El fin de la diferenciación que significa
la política de «pies secos/pies mojados» debe ir acompañada de un
aumento significativo de la cifra de cubanos que son admitidos
legalmente, para que aquellos que deseen emigrar hacia los Estados
Unidos tengan más oportunidades de hacerlo de manera segura.
Sin embargo, no hacer nada equivaldría a enfrentar una crisis migratoria en cámara lenta que sería interminable.
Cuba no impondrá nuevamente restricciones
de viaje a sus ciudadanos, y América Latina no cooperará
indefinidamente bloqueando el tránsito de los cubanos cuando la política
de Washington es permitirles la entrada a todos los cubanos que lleguen
a su territorio —y dejar fuera a otros latinoamericanos.
Para Washington, el hecho de negarse a
cambiar una política en el momento en que las nuevas circunstancias
hacen que resulte absolutamente ineficaz, tiene tanto sentido como el
intento del Rey Canuto de detener la marea.
William M. LeoGrande es profesor en American University en Washington D.C., y coautor con Peter Kornbluh del libro Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations between Washington and Havana.
(The New York Times, traducción de Juventud rebelde)
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