Por:
Ariel Terrero
La ola estadounidense no ha llegado a las playas de Cuba todavía pero
ya revolvió preocupaciones, unas más aterrizadas que otras. Las dudas y
conjeturas se dispararon ante el boom de visitantes extranjeros que
comenzó este año, sin esperar por los gringos. A juzgar por las
reservaciones de hoteles en diciembre y las tendencias desatadas desde
enero, este año cerrará con un récord de 3,5 millones de turistas, un 18 por ciento por encima del registro de 2014.
Las costuras de la industria cubana del ocio crujieron. Nunca había
dado una zancada de tal magnitud en tan breve plazo: medio millón de
visitantes de crecimiento en un año; antes le tomó todo un lustro sumar
una cantidad similar para llegar a la cifra de tres millones.
Los demás polos turísticos caribeños no han conseguido un incremento
proporcionalmente comparable en 2015. La región de conjunto ganó un 5,8
por ciento en el primer semestre, informó la Organización Caribeña de
Turismo (CTO, por sus siglas en inglés).
Estados Unidos continúa a la cabeza de los mercados emisores del
Caribe, pero en Cuba no ha desembarcado todavía el millón de
estadounidenses pronosticado por los estudios más moderados. Los más
exaltados esperan hasta tres millones, cuando el gobierno de EEUU les de
libertad a sus ciudadanos para viajar a Cuba.
Un preámbulo, todavía discreto, es el aumento de visitantes de ese
país este año, al amparo de motivos culturales y otras licencias que la
administración Obama les ha entreabierto tímidamente: hasta septiembre
vacacionó en la mayor de las Antillas un 62 por ciento de
estadounidenses más que en 2014 en igual lapso (109 mil en total, de
acuerdo con datos analizados por el profesor José Luis Perelló). Esto
los ubica en el quinto lugar de los países emisores a Cuba.
A pesar de
estas señales, los cerca de 145 mil norteamericanos previsibles en 2015
–ese dato no incluye las llegadas de cerca de 300 mil cubanos residentes
en el exterior- representarían menos del 5 por ciento de los visitantes
y solo unos 50 mil como incremento neto. Los canadienses por un lado –
alza del 14 por ciento hasta septiembre y más de un tercio del total-, y
los europeos por otro, pesaron más en el salto de medio millón.
No hizo falta estadounidenses para la crecida, pero sí los Estados
Unidos. Las visitas de otras nacionalidades se dispararon después de
anunciar los presidentes Raúl Castro y Barack Obama el 17 de diciembre,
hace un año, el inicio de conversaciones para normalizar relaciones.
Curiosidad por ver las ciudades y playas antes de que lleguen los
gringos en short, camiseta y sandalias o relajación de nexos con Cuba
ante la perspectiva de conclusión del bloqueo económico.
Las interrogantes burbujearon de inmediato. ¿Está preparada Cuba para
soportar el boom de turistas pronosticado? ¿Tiene capacidad para
cobijarlos? No faltó alguna agencia de noticias, replicada en internet,
que dudó de la suficiencia de habitaciones con ese fin en la mayor de
las Antillas.
Perelló rechazó de inmediato tal infundio. Este profesor
de la Facultad de Turismo de la Universidad de La Habana descarta la
idea de una “avalancha” –con sentido más realista prefiere hablar de
crecimiento-. En entrevista a Cubahora comentó que “la ocupación hotelera no llega al 60 por ciento” de las habitaciones disponibles
.
Queda potencial para acoger más huéspedes. Cuba ha garantizado hasta
la fecha alojamiento de extranjeros y hasta de turistas nacionales –no
son pocos los cubanos que en el verano acuden como hormigas a los
hoteles de playas, en franca competencia con los forasteros-. A las más
de 62 mil habitaciones existentes en cadenas hoteleras, se suman casi 19
mil en las casas de alojamiento; el sector privado, en expansión,
agrega una cantidad muy cercana, por ejemplo, al total con que cuenta la
playa cubana de más renombre mundial, Varadero.
El Ministerio de Turismo, entretanto, ha anunciado planes de
inversión intensos para ampliar la capacidad de alojamiento hasta 85 mil
habitaciones en 2020, cifra que puede ampliar aún más si logra hilar
alianzas y proyectos que negocia hoy con firmas extranjeras. Solo la
empresa Gaviota, líder en la actividad hotelera, se propone abrir 14 mil
nuevas habitaciones durante los próximos dos años.
¿Por qué rechinaron, entonces, las costuras de la industria turística
este año?
La actividad inversionista arrastra una de las deudas de
eficiencia tradicionales del modelo económico cubano. También la
planificación y, de manera dolorosa, la labor de mantenimiento. Una
evidencia es el alto número de habitaciones fuera de servicio, incluso
en las cadenas de hoteles 4 y 5 estrellas, como Gran Caribe y Cubanacán,
para no hablar de la cenicienta Islazul.
La reparación de instalaciones
ha quedado relegada en comparación con la construcción de hoteles, que
tampoco ha transitado con la diligencia planificada.
Un hotel emblemático, el Habana Libre, operado hoy por la española
Meliá, además de gran número de habitaciones cerradas, desde hace meses
ha detenido por roturas, uno tras otro, tres de sus seis elevadores de
huéspedes.
Otra piedra la pone en el tenis del visitante la insuficiencia de
aeropuertos y alternativas de transporte aéreo. De no emprender una
ampliación y renovación acelerada de esas instalaciones y de las líneas
aéreas contratadas, solo queda la esperanza de que los turistas vean
como una curiosidad muy tercermundista la oportunidad –demasiado común-
de dormir acostados en el piso del aeropuerto de Holguín, ciudad cercana
a uno de los principales polos de sol y playa de Cuba, o en la terminal
aérea de La Habana, a la espera de un vuelo horas y horas demorado.
Con tales antecedentes, mejor que anunciar metas de desarrollo sería
que el Ministerio de Turismo, las cadenas hoteleras, los inversionistas y
las empresas constructoras, explicasen cómo garantizarán esta vez el
cumplimiento en tiempo de los planes de inversión… y de mantenimiento. Y
de paso, cómo harán para poner fin a la inestabilidad de los
suministros de hoteles y otras instalaciones, importados en magnitud
desmesurada aún por vacíos de la producción nacional.
Más que lecturas de bolas de cristal o la capacidad para absorber
otro millón de visitantes lo que está en juego ya, aumenten los
huéspedes o no, es la calidad de los servicios, la profesionalidad de un
sector que cuenta con el aval de dos décadas y media de experiencia, y
el sello mismo de cubanía que debe distinguir a esta industria y a sus
trabajadores, sello que además actúa como resguardo de un valor mayor de
la nación: la identidad cultural.
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