Por Rosa Mirian Elizarde / Desbloqueando Cuba
El
muro se está cayendo, pero en Miami. Cuando pocos podían viajar a Cuba,
el mito de la de Ley de Ajuste Cubano suponía un estado dictatorial en
la Isla tan férreo, que no había que probar nada para recibir ayuda
económica, seguro médico y residencia casi automática en EEUU, salvo que
se era cubano. Ningún otro emigrado recibió (ni recibe) semejantes
beneficios en toda la historia de ese país de inmigrantes. El cálculo
era que si la Isla no caía por su propio peso bajo la desestabilización
política que supone la promesa del paraíso a 90 millas en la “tierra de
la libertad”, los huidos de la “dictadura” darían muy mala prensa al
aislado gobierno de La Habana.
El problema ahora, para los
que inventaron la Ley, es que con las nuevas medidas de Obama de
relajamiento de ciertas categorías de viaje para los ciudadanos
norteamericanos, todo el que va y viene de la Isla desmiente la falsa
premisa. Para colmo les ha dado por viajar a Cuba a algunas
multimillonarias estrellas de la farándula y una legión de senadores y
congresistas de ambos partidos, que se dan baños de multitudes en la
Isla, felices de la vida, cosa que gritan a los cuatro vientos en los
medios de comunicación.
A eso se añade que los inmigrantes cubanos no
solo van y vienen como Pedro por su casa, sino que se acogen a los
exclusivos beneficios que en EEUU reciben por haber nacido en la Isla,
para disfrutarlo en su país natal.
En la era de la
transición en Miami del telón de acero cubano a la cortina rasgada,
Ileana Ros y sus cofrades del lobby pro-bloqueo están desesperados. En una serie de artículos publicados esta semana en el Sun Sentinel,
de Florida, admiten a los periodistas que no quieren levantar la Ley de
Ajuste -se quedarían sin electores-, pero a la vez hablan de impedir
que los beneficiados con ella puedan regresar a su país. En un giro
rocambolesco de la historia, cuando no culpan de traición a los
emigrantes -ex “luchadores por la libertad”-, los acusan de
delincuentes, y reiteran el discurso envenenado de siempre, como el rey
desnudo que una vez descubierto por el niño siguió como si nada, “con
sus ayudas de cámara sosteniendo la inexistente cola”, diría el genio de
Hans Christian Andersen.
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