I
Un excelente pelotero cubano abandona su equipo ganador en plena
temporada beisbolera y se escabulle hacia un país desconocido. Su razón:
vender como agente libre su fuerza de trabajo deportiva a las Grandes
Ligas. Por las recientes cifras pagadas a otros coterráneos y ex
compañeros del equipo nacional –que “escaparon” antes, como él–, podría
aspirar con justificada razón a embolsarse una cifra superior a los
cuarenta millones de dólares.
El pelotero no puede acceder a un contrato
similar desde su país, porque el gobierno estadounidense prohíbe que
sea contratado si antes no escenifica el show mediático de una “fuga”, y
politiza su decisión. Prohíbe incluso que las federaciones
latinoamericanas, subordinadas a las Grandes Ligas, lo contraten, si
antes no deserta.
Ante la disyuntiva, elige la “fuga”, es decir, asume que la pelea no
es suya, sino entre los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos. Lo hace,
sabiendo o desconociendo (qué importa, para los adultos no vale la
inocencia) que las Grandes Ligas pagan su calidad y al mismo tiempo, el
progresivo desmantelamiento del deporte alternativo en Cuba, y que el
gobierno enemigo lo recibe y exhibe como “refugiado político”. No está
de moda la palabra, pero (se) traiciona. Algunos conocidos dicen,
encogiéndose de hombros: es inevitable, nada podemos hacer frente a la
fiesta de los millones.
El dinero manda. Y es obvio que Cuba jamás
podría ni querría pagar esa suma (si la pagara, ella misma habría
desmantelado el deporte alternativo). ¿Y qué importancia tiene para unos
u otros su existencia? Pues que es una de las expresiones más exitosas
de las nuevas relaciones anticapitalistas creadas por la Revolución.
Las medallas que Cuba obtuvo durante décadas en Olimpiadas y
campeonatos del orbe eran de verdad, aunque la propaganda enemiga trata
de disminuirlas. Junto a esas medallas están los records de nuestros
atletas. Y la decisión de estos de no traicionar el espíritu
antimercantil del mal llamado deporte amateur. ¿Cuántos millones
rechazaron Teófilo Stevenson y Omar Linares, o más recientemente Alfredo Despaigne,
para solo citar algunos ejemplos? Hoy, los peloteros y deportistas
cubanos son reconocidos como profesionales, eso está bien, lo que no
significa que estén sujetos a las leyes del profesionalismo, es decir,
del mercado, lo cual está mejor. Sí, es una manera conciente de
ideologizar la pelota, de preservarla como juego sano, porque si no la
ideologizamos, la ideologiza el mercado: transforma el juego sano en
mercancía. “Sí, soy revolucionario”, dijo firme y claro Antonio Muñoz,
el Gigante del Escambray, en Miami, a los interesados aduladores. “Con
lo que gano en Cuba vivo”, agregó.
Hoy, nuestros peloteros ganan un salario digno que se incrementa
según el rendimiento, y reciben otras facilidades materiales, pueden
contratarse en el circuito profesional japonés, y –acaba de suceder con
algunos de ellos– ganar en apenas una temporada hasta un millón de
dólares. Pero no basta, dicen. Cuarenta millones son más que un millón.
La guerra es asimétrica, porque el desafío se plantea en el terreno de
los intereses materiales, que es el de ellos. Replanteémosla en el
nuestro: el de la conciencia. O se construye una muralla de principios,
de razones, de afectos, o habrá triunfado la cultura del tener, el “todo
vale” capitalista. ¿Acaso es inevitable?
II
No puedo decir qué piensa o siente un médico cubano, intensivista,
con varias misiones cumplidas (Guatemala, Venezuela, Haití), cuando
alguien aparece en su casa, el día de su descanso, y le pregunta sin
miramientos: ¿partirías mañana para Liberia, o para Guinea Conakry o
para Sierra Leona, a combatir el ébola, la epidemia más letal que
enfrenta hoy la Humanidad?, ¿pondrías en riesgo tu vida por esa causa?
Pero puedo contar lo que, a veces, sucede: el médico acepta y en tres
horas empaca y se despide de padres, esposa e hijas. Se une en La Habana
a otros cientos que también han aceptado.
La prensa de la contrarrevolución –no la global, la que
cotidianamente reproduce los valores de la insolidaridad, sino la
subalterna, la mediocre prensa que se empeña en desmantelar la
Solidaridad cubana, y elogia la actitud de los peloteros que por
cuarenta millones o más, creen que es lícito hacer cualquier cosa–,
intenta atemorizar a sus familiares, e insinúa sin pudor que esos
médicos y enfermeros viajan forzados por “el hambre”, a cambio de un
pago escasamente superior. Para los cínicos, es una respuesta
tranquilizadora. Los que se encogen de hombros ante cada deserción,
porque, dicen, “hay que adaptarse al mundo en que vivimos”, suspiran
complacidos.
Como no puedo decir qué piensa o siente un médico cubano que decide
arriesgar su vida, reproduzco la respuesta del doctor Iván Rodríguez
Terrero –la suya, no la de otra persona interesada– en una entrevista
que le hiciera la periodista Yuliat Acosta para La Calle del Medio:
“Soy consciente de que es una misión a la que sabemos que vamos, pero
de la que no podemos garantizar el retorno. (…) Tus hijos están
dolidos, pero se sienten orgullosos. Tu esposa está triste porque te vas
y a veces las misiones traen miles de dificultades, pero a la vez se
siente orgullosa. Y que mis hijos digan: ¡mi papá fue a cumplir una
misión arriesgada, tuvo el valor de ir!, sirve de estímulo también para
tu familia.
(…) Cuando a nosotros no
s dijeron del Ébola, nadie preguntó: ¿nos van
a pagar? Nunca me ha preocupado eso. Mira, si me hubiese interesado el
dinero hubiese dicho: no, espérate, no voy. Yo tengo ya un poco de
misiones de riesgo, tengo derecho a cumplir una misión compensada con
mejores condiciones. Te digo más, yo estaba de certificado, tengo un
dedo del pie fracturado, eso aquí no lo sabe nadie, y me dije: ¡me voy!”
III
Esos médicos y esos peloteros, los que rechazan las ofertas que
pisotean principios y los que las aceptan, viven en la misma sociedad.
El problema no es que alguien quiera ganar mucho dinero, es lo que
estaría dispuesto a hacer para ganarlo, qué entregaría a cambio. Habrá
que construir consensos para la Cuba socialista que queremos y rechazar
los que construye la globalización capitalista. Los consensos no son
verdades. Fidel es irrepetible, pero ello no significa que debamos
domeñar los sueños. Los que creen que las cosas sin él ya no pueden ser,
no confían en el pueblo, en su historia heroica (ni entendieron a
Fidel). Es lo que cree el imperialismo, por eso podemos vencerlo. Los
cientos de médicos y enfermeros que partieron hacia África, son una
prueba irrefutable: en el pueblo hay reservas morales que esperan, que
necesitan ser convocadas.
(Tomado de Dialogar Dialogar)
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