La doble
moral de la fallida estrategia de EE.UU. en Iraq y Siria está contribuyendo al
fortalecimiento de los insurgentes del Estado Islámico, opina en su nuevo libro
el periodista y escritor Patrick Cockburn.
“Hay
elementos extraordinarios en la actual política de EE.UU. en Iraq y Siria que,
sorprendentemente, están atrayendo escasa atención”, escribe Cockburn en su
libro ‘The Jihadis Return: ISIS and the New Sunni Uprising’ (‘el retorno
de los yihadistas: EIIL y el nuevo levantamiento sunita’), que cita en un
artículo publicado en la revista ‘Mother Jones‘.
Cockburn
—corresponsal en Oriente Medio para ‘The Independent’— hace hincapié en que en
Iraq, Washington está llevando a cabo ataques aéreos y envía asesores y
entrenadores a la capital kurda, Erbil, para ayudar a hacer retroceder el
avance del Estado Islámico (EI).
No obstante,
en Siria la política de EE.UU. es exactamente la contraria: allí el principal
oponente de los insurgentes del Estado Islámico es el Gobierno sirio, apoyado
en su lucha por los kurdos sirios en sus enclaves del norte. Ambos están bajo los ataques de
los radicales del EI, que han tomado alrededor de una tercera parte del
territorio del país, incluyendo la mayor parte de sus instalaciones de
producción de petróleo y gas, asegura el autor.
La
estrategia de EE.UU., de Europa occidental, Arabia Saudita y los países del
Golfo es derrocar al presidente sirio, Bashar al Assad, único bastión de la
lucha contra el EI y otros yihadistas en Siria. “Si Al Assad se va el EI sale
beneficiado, puesto que derrotará o absorberá lo que queda de la oposición
armada siria”, afirma el periodista.
“Pronto el
nuevo califato puede extenderse desde la frontera iraní hasta el Mediterráneo y
la única fuerza que, posiblemente, puede evitar que esto suceda es el Ejército
sirio”, señala Cockburn. Sin embargo, la línea estratégica de EE.UU. es apoyar
al Gobierno de Iraq en su lucha contra el Estado Islámico pero dejar al de
Siria fuera de juego o incluso tratar de eliminarlo, indica el corresponsal.
Una de las
razones principales por las que el Estado Islámico ha sido capaz adquirir tanta
fuerza en Iraq es que el grupo radical puede recurrir a recursos y combatientes
en Siria, revela el autor.
Además, no
todo lo que salió mal en Iraq fue culpa del primer ministro Nuri al Maliki, a
quien actualmente políticos y medios occidentales han convertido en un chivo
expiatorio, declara el escritor. “Políticos iraquíes me han estado diciendo
durante los últimos dos años que el apoyo extranjero para la revuelta sunita en
Siria inevitablemente desestabilizará su país también. Esto es lo que ha
sucedido ahora”, concluye el corresponsal.
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