Nota de José Miguel: Les traigo de Granma el comentario de Oscar Sánchez Serra, donde hace una especie de análisis de la personalidad del director del equipo de los Cocodrilos de Matanzas Víctor Mesa.
Aunque no coincido con el periodista en todas sus partes, si reconozco la objetividad con que aborda el tema.
Solamente quería dejar constancia de que muchos aficionados contrariamente a lo que dice el cronista de referencia no estamos de acuerdo con la decisión de César Valdés al no decretar pelotazo a Benavides y que dio lugar a la expulsión de Víctor.
No niego que la bola haya dado en el bate, pero también de alguna forma golpeó al bateador y eso es lo que reclamaba Víctor, claro está con su forma peculiar de protestar una jornada.
A César se le puso en el home en virtud de su probada experiencia , pero "el principal" debió haber acudido a toda su experiencia acumulada y haber visto ambas cosas. Ahora los dejo con el comentario de marras.
El Víctor bueno y el Víctor malo
Oscar Sánchez Serra
Después de 22 años, Matanzas vuelve a una final, un suceso que pocos, pero muy pocos, podrían divisar. Solo un hombre, de contrastante y controvertida personalidad, vio el camino desde el inicio. Nos guste o no, Víctor Mesa es el artífice de esta hazaña yumurina, y de una final soñada por muchos. Villa Clara, el adversario, lleva 17 temporadas sin escalar al trono, pese a su sempiterna presencia en la disputa del cetro.
Una vez me dijo que el béisbol desde afuera es uno y dentro del terreno es otro muy distinto. Me imaginé entonces, y todavía hoy, que él quería situarme en el primer espacio. Sí, yo no soy ni jugador ni director, ni entrenador. Intuí también que se refería a que una cosa es la que se piensa y se manda a hacer desde la incómoda silla del mentor y otra el resultado.
Cuando algo no sale según lo previó, Víctor Mesa se desata en gestos y requerimientos a sus jugadores, no importa si es un novato o un consagrado, si la grada está llena o no. Parece que se lo va a comer. Lo mismo le ocurre si un árbitro se equivoca o si no se equivoca y él cree que sí erró. Entonces aparece el Víctor malo, asediado por las justas críticas de muchos y por un sin fin de enemigos.
Pero cuando una selección, con los mismos jugadores, como la de Matanzas viene del lugar 14 hasta el tercero y en la siguiente temporada ya es segunda y va a disputar el título nacional, aflora el Víctor bueno. No son pocos a los que les he escuchado: "No lo soporto, pero tengo que admitir que nunca está perdido" o "a mí no me gusta lo que hace; sin embargo, inyecta espíritu de combatividad". Incluso, "ojalá que gane para enfrentarme con él y derrotarlo".
No pretendemos hacer un estudio psicológico de quien fuera un pelotero extraclase y que ahora vestido de director no ha podido quitarse el traje de jardinero central, de primer bate, es decir, de jugador. Y esto, si bien es una ventaja, también es un riesgo muy grande, pues para ver a los del campo no se puede ser uno de ellos, porque entre otras cosas, comienza a actuar así, incluso, frente a los árbitros, lo cual pudiera explicar —nunca justificar—, sus no pocas descompuestas manifestaciones frente a quienes imparten justicia en el terreno.
Lo que sí me atrevería a afirmar es que un Víctor no puede vivir sin el otro, si uno de los dos no existiera, mañana Matanzas no estaría discutiendo el pergamino cubano de béisbol.
Se acalora tras una decisión arbitral.
Y es que los dos Víctor son uno solo, una combinación rara, muy compleja de entender, pero en la que se le puede ver como un escolar sencillo, saltando y riendo cuando algo queda bien o como cascarrabias frente al error; como un padre reconfortando el esfuerzo de su jugador o criticándole cual verdadero inquisidor por una pifia; un tierno y fiel hermano al abrazar a un pelotero, agradeciéndole su desempeño, o una mirada o un gesto que no se le profesa ni al peor adversario. Incluso, al que es capaz de abrazarse a los periodistas, después de haberle lanzado no sé cuántos improperios.
Esa combinación está llena de exigencia, de explotar al máximo cada fibra muscular de sus atletas y de fe en la victoria. Pero también, y lo he podido comprobar, de mucho diálogo con sus peloteros, de respaldo incondicional hacia ellos, a quienes llega a considerar como las personas más importantes en cada provincia.
Como estamos fuera del terreno, donde el béisbol se ve distinto, donde se disfruta cuando la combinación da resultados, como el octavo capítulo del pasado sábado en el choque entre Sancti Spíritus y Matanzas, que les dio el pase a la final a los yumurinos, nos sentimos con el derecho de exigirle al Víctor bueno que no deje salir al malo.
En otras palabras, el espectáculo tiene que ser el béisbol, ese que jugó como pocos lo hacían, el que dirige con el mismo ímpetu, pero nunca el béisbol de los (sus) excesos, como los vimos una vez más, el propio sábado con el árbitro César Valdés, exacto y justo desde su posición de imparcial.
Deje salir al bueno, sáquelo a relucir, como lo hizo al responder la pregunta en la última conferencia de prensa, sobre la opinión que tenía del enfrentamiento en la final ante Villa Clara, equipo al que dirigió, y se dice que controversialmente, por lo cual los naranjas quieren sacarse la espinita. Fue muy bueno escucharle que no tiene espinita con nadie, solo con los norteamericanos en el terreno de pelota, que lo que está haciendo es también defender a la Patria.
A la afición y al béisbol nacional les hacen mucha falta ver al Víctor bueno.
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