Nota de José Miguel:: Traigo a mi blog este artículo de la colega Giselle Morales Rodríguez con el cual coincido plenamente y solo agrego: Debemos tener a Telesur las 24 horas el día y trasladar la programación del Educativo 2 para otros canales.
Por: Gisselle Morales Rodríguez
Desde que accedo en vivo a Telesur y no a lo que algún especialista del ICRT considere “Lo mejor de Telesur”, estoy mucho más aliviada: ahora sé que el periodismo militante de izquierda no tiene que ser necesariamente monótono y consignista, sino que puede dárselas de atrevido, desenfadado, inmediato y, ante todo, transparente. Puede ser periodismo, no panfleto.
Que los medios de prensa cubanos caigan de bruces ante esa realidad me parece el saldo más beneficioso de los cambios anunciados por la televisión cubana; cambios que, salvo algún programa de reciente creación y la permuta de horario y de canal de otros, no han pasado de “mucho ruido y pocas nueces”.
La transmisión de Telesur, sin embargo, viene revelando al público cubano los más contemporáneos y menos ortopédicos modos de televisar las complejas circunstancias de América Latina y el mundo, lo cual si bien ha redundado en el aumento de las fuentes de información en la isla, también coloca a la televisión nacional frente a la disyuntiva de superar las décadas de estatismo o perder definitivamente la audiencia, ya bastante desperdigada por obra y gracia del DVD.
No se me malinterprete: no estoy pidiendo que Cubavisión promueva una herramienta para los teléfonos celulares con la cual hubiéramos podido seguir paso a paso las elecciones del pasado 3 de febrero, tal como hace Telesur para los comicios en Ecuador -ni en Cuba la telefonía celular está al alcance del salario medio ni la nuestra es la Revolución Ciudadana de Correa-. No estoy pidiendo un corresponsal cubano en cada país del mundo porque las carencias económicas no nos dan para soñarlo, ni el derroche de tecnología de las pantallas táctiles. Como dijera Sabina, “lo que yo quiero, corazón cobarde”, es un mensaje periodístico menos anquilosado.
La cobertura en tiempo real, no grabada de antemano con el maquiavélico propósito de hacerle pasar gato por liebre al espectador; el empleo de infografías atractivas en las que se ponga a prueba el talento de los egresados del Instituto Superior de Diseño y no la proyección de spots al más básico estilo Word Art; el respeto a la identidad propia de cada programa para evitar que un mismo locutor presente la cartelera al mediodía, actúe en un espacio humorístico y describa un bombardeo a la franja de Gaza en el noticiero del cierre pudieran ser las moralejas de más fácil interpretación para el ICRT, ya que es precisamente la televisora de la integración latinoamericana y no un conglomerado de prensa reaccionaria -líbreme Dios de Univisión y CNN- la que anda restregándonos nuestra indigencia visual.
Antes de que me lapiden los defensores a ultranza de la televisión cubana -que también los hay-, aclaro: bien sé que Telesur dispone de recursos continentales, pero creo que no es tanto la falta de financiamiento como la crisis de creatividad lo que más daña a la televisión nacional.
Si así no fuera, ¿cómo se explicarían las notabilísimas excepciones de profesionales como Ismary Barcia y Julio Acanda, maestros en el arte de emocionar con las más triviales historias de vida, y de la Televisión Serrana, capaz de universalizar los conflictos de una región perdida en el lomerío? ¿Cuán costoso pudo ser un programa de visualidad austera y gran audiencia como Con dos que se quieran? Hasta la televisora espirituana demostró, con su espectacular salida al aire durante las lluvias de mayo pasado, que lo imprescindible no son los recursos -una cámara más, una cámara menos- sino las ganas de hacer.
En lo que el palo va y viene, me conformo con sentarme a cualquier hora frente al Canal Educativo 2 y suspirar con cierta dosis de envidia por esas coberturas desalmidonadas, que sitúan la noticia en contexto y resultan todo lo objetivas que puede esperarse de una multinacional comprometida, por suerte, con los movimientos de izquierda. Entonces me convenzo, por enésima vez, de que en el empeño de conseguir un periodismo desprejuiciado, militante pero no militar, nuestro Norte es Telesur.
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