Por: Jorge Gómez Barata .
Tomado de CubaAhora.
Cuando los procesos políticos implican a varios países, tienen efectos sobre la sociedad en su conjunto y perduran por mucho tiempo, asumen una entidad y una escala que hace virtualmente imposible abordarlos en su conjunto, más aun cuando se trata de rectificar. Así ocurre con la política norteamericana hacía Cuba, que dicho sea de paso, no es sólo el bloqueo.
Con las carencias que ya han revelado y otras que presumiblemente puedan aparecer, a la Casa Blanca ha llegado una administración diferente. No es menos capitalista ni menos imperialista ni ha renunciado a la hegemonía, simplemente parece menos brutal y primitiva y procura alcanzar sus objetivos, que no son loables, de modo menos cruentos. En ciertos asuntos la administración de Obama ha realizado pronunciamientos y dado señales que parte de la opinión pública y muchos gobernantes juzgan como positivos.
Para llegar al punto donde se encuentra, a lo largo de cincuenta años, la política cubana de los Estados Unidos ha transitado por un largo y tortuoso camino de desmesurada hostilidad. Las agresiones y las amenazas militares, el terrorismo y las acciones desestabilizadoras, incluso armadas promovidas y conducidas por la CIA, el financiamiento a la contrarrevolución interna, los intentos por asesinar a Fidel Castro, la manipulación de los procesos migratorios, las transmisiones de radio y televisión y el bloqueo económico, entre otras medidas, configuran un conjunto, difícilmente abarcable con una decisión.
Cada una de esas acciones y todas en su conjunto han impactado sobre millones de personas, sembrado el camino de carencias materiales, sufrimientos y tensiones, separado, dividido y enlutado familias y retrasado el progreso, creando reservas que pasan de una generación a otras, no como legado, sino como presente. Cincuenta años de cerco han dejado una profunda cicatriz en la psicología social de autoridades y gentes que reaccionan con desconfianza. Se necesita tiempo y pruebas para que los cubanos vuelvan a creer en la buena fe de un presidente norteamericano.
Si fueran ciertas las intenciones de la actual administración, no existe mejor opción que, al igual a como hizo en el viaje de ida, sin necesidad de diálogos ni de justificaciones y sin pedir lo que Cuba no puede dar, Estados Unidos, por sus propias razones, comience a desmantelar el entramado que forma su política hacia Cuba.
Es absurdo creer que, como si estuvieran en un estado de virginal inocencia las partes pueden comenzar con un diálogo como si nada hubiera ocurrido y encontrare una mágica solución global. Un punto de vista semejante es una ilusión o una tomadura de pelo. No existen las condiciones para ello y sobre todo no existe una agenda bilateral.
Para avanzar los primeros tramos, Estados Unidos tiene que actuar unilateralmente para sanear el ambiente, crear un clima adecuado y propiciar una especie de "desenganche"; para lo cual es preciso una inequívoca revisión de sus acciones más agresivas, ilegales, irritantes y criminales, asumiendo una lógica que forma parte del ABC del pragmatismo americano: "Primero lo primero".
En ese entendido, Estados Unidos debiera declarar que no abriga la intención de cambiar el régimen político cubano de ninguna forma y por tanto carece de intenciones agresivas desde el punto de vista militar. Por ese camino el presidente pudiera ratificar la instrucción dictada por Gerald Ford, quien prohibió a todas las agencias y funcionarios norteamericanos involucrarse en conspiraciones para asesinar a líderes políticos.
Definiciones así evidenciarían una voluntad de normalizar las relaciones estatales entre ambos países, para lo cual es preciso descontinuar las prácticas y comportamientos que impiden llegar a ese status. Entre los primeros pasos que no requieren de complicados procesos legislativos y que disfrutan de consenso entre importantes sectores de la sociedad norteamericana, pudieran estar la cuestión de los viajes de ciudadanos estadounidenses a Cuba, las visitas familiares de cubanos a Estados Unidos, los intercambios académicos, científicos y culturales; así como el levantamiento de las restricciones y de las trabas financieras para la adquisición de alimentos, medicinas, materias primas, fertilizantes, maquinarias y tecnología para producirlos.
A ese proceso pudieran sumarse contactos oficiales u oficiosos a diferentes niveles y encuentros de funcionarios norteamericanos con legisladores, intelectuales y representantes de la sociedad civil cubana tal y como habitualmente han hecho altos dirigentes cubanos, especialmente Fidel Castro con personalidades norteamericanas. La idea de que las autoridades norteamericanas sólo pueden hablar y recibir evaluaciones de la realidad cubana de los grupúsculos contrarrevolucionarios es enfermiza y discrimina a la inmensa mayoría de la sociedad cubana.
Estados Unidos no debiera dilatar ni un minuto más la decisión de suspender las transmisiones de radio y televisión hacía Cuba y restablecer el uso de las frecuencias de onda media y corta asignadas a la Voz de los Estados Unidos.
Por ese camino de un modo expedito, sin estridencias ni polémicas, ambos países podrán centrarse en las cuestiones bilaterales y avanzar hacía zonas de intereses comunes donde se abren perspectivas de cooperación. De ese modo el bloqueo caerá por su propio peso y se avanzará hacía la solución de entuertos mayores, entre ellos, la base naval de Guantánamo.
El mantenimiento de esa instalación militar en contra de las leyes cubanas y frente a la voluntad del gobierno y el pueblo de la Isla, convierten a las tropas norteamericanas en dicha instalación en un virtual destacamento de ocupación. El camino es largo y difícil, pero como cualquier otro, comienza por los primeros pasos.
Con las carencias que ya han revelado y otras que presumiblemente puedan aparecer, a la Casa Blanca ha llegado una administración diferente. No es menos capitalista ni menos imperialista ni ha renunciado a la hegemonía, simplemente parece menos brutal y primitiva y procura alcanzar sus objetivos, que no son loables, de modo menos cruentos. En ciertos asuntos la administración de Obama ha realizado pronunciamientos y dado señales que parte de la opinión pública y muchos gobernantes juzgan como positivos.
Para llegar al punto donde se encuentra, a lo largo de cincuenta años, la política cubana de los Estados Unidos ha transitado por un largo y tortuoso camino de desmesurada hostilidad. Las agresiones y las amenazas militares, el terrorismo y las acciones desestabilizadoras, incluso armadas promovidas y conducidas por la CIA, el financiamiento a la contrarrevolución interna, los intentos por asesinar a Fidel Castro, la manipulación de los procesos migratorios, las transmisiones de radio y televisión y el bloqueo económico, entre otras medidas, configuran un conjunto, difícilmente abarcable con una decisión.
Cada una de esas acciones y todas en su conjunto han impactado sobre millones de personas, sembrado el camino de carencias materiales, sufrimientos y tensiones, separado, dividido y enlutado familias y retrasado el progreso, creando reservas que pasan de una generación a otras, no como legado, sino como presente. Cincuenta años de cerco han dejado una profunda cicatriz en la psicología social de autoridades y gentes que reaccionan con desconfianza. Se necesita tiempo y pruebas para que los cubanos vuelvan a creer en la buena fe de un presidente norteamericano.
Si fueran ciertas las intenciones de la actual administración, no existe mejor opción que, al igual a como hizo en el viaje de ida, sin necesidad de diálogos ni de justificaciones y sin pedir lo que Cuba no puede dar, Estados Unidos, por sus propias razones, comience a desmantelar el entramado que forma su política hacia Cuba.
Es absurdo creer que, como si estuvieran en un estado de virginal inocencia las partes pueden comenzar con un diálogo como si nada hubiera ocurrido y encontrare una mágica solución global. Un punto de vista semejante es una ilusión o una tomadura de pelo. No existen las condiciones para ello y sobre todo no existe una agenda bilateral.
Para avanzar los primeros tramos, Estados Unidos tiene que actuar unilateralmente para sanear el ambiente, crear un clima adecuado y propiciar una especie de "desenganche"; para lo cual es preciso una inequívoca revisión de sus acciones más agresivas, ilegales, irritantes y criminales, asumiendo una lógica que forma parte del ABC del pragmatismo americano: "Primero lo primero".
En ese entendido, Estados Unidos debiera declarar que no abriga la intención de cambiar el régimen político cubano de ninguna forma y por tanto carece de intenciones agresivas desde el punto de vista militar. Por ese camino el presidente pudiera ratificar la instrucción dictada por Gerald Ford, quien prohibió a todas las agencias y funcionarios norteamericanos involucrarse en conspiraciones para asesinar a líderes políticos.
Definiciones así evidenciarían una voluntad de normalizar las relaciones estatales entre ambos países, para lo cual es preciso descontinuar las prácticas y comportamientos que impiden llegar a ese status. Entre los primeros pasos que no requieren de complicados procesos legislativos y que disfrutan de consenso entre importantes sectores de la sociedad norteamericana, pudieran estar la cuestión de los viajes de ciudadanos estadounidenses a Cuba, las visitas familiares de cubanos a Estados Unidos, los intercambios académicos, científicos y culturales; así como el levantamiento de las restricciones y de las trabas financieras para la adquisición de alimentos, medicinas, materias primas, fertilizantes, maquinarias y tecnología para producirlos.
A ese proceso pudieran sumarse contactos oficiales u oficiosos a diferentes niveles y encuentros de funcionarios norteamericanos con legisladores, intelectuales y representantes de la sociedad civil cubana tal y como habitualmente han hecho altos dirigentes cubanos, especialmente Fidel Castro con personalidades norteamericanas. La idea de que las autoridades norteamericanas sólo pueden hablar y recibir evaluaciones de la realidad cubana de los grupúsculos contrarrevolucionarios es enfermiza y discrimina a la inmensa mayoría de la sociedad cubana.
Estados Unidos no debiera dilatar ni un minuto más la decisión de suspender las transmisiones de radio y televisión hacía Cuba y restablecer el uso de las frecuencias de onda media y corta asignadas a la Voz de los Estados Unidos.
Por ese camino de un modo expedito, sin estridencias ni polémicas, ambos países podrán centrarse en las cuestiones bilaterales y avanzar hacía zonas de intereses comunes donde se abren perspectivas de cooperación. De ese modo el bloqueo caerá por su propio peso y se avanzará hacía la solución de entuertos mayores, entre ellos, la base naval de Guantánamo.
El mantenimiento de esa instalación militar en contra de las leyes cubanas y frente a la voluntad del gobierno y el pueblo de la Isla, convierten a las tropas norteamericanas en dicha instalación en un virtual destacamento de ocupación. El camino es largo y difícil, pero como cualquier otro, comienza por los primeros pasos.
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