Los CDR materializan una idea fidelista expresada en su propia génesis: «Somos algo más que nosotros mismos: ¡nosotros somos pueblo (...) nación!»
Era solo 1960, pero la gente sentía a Fidel como un patrimonio suyo: ni sagrado como los dioses, ni marmóreo como los héroes; un hombre situado en el territorio de la admiración y la leyenda, tan increíble e inspirador como mortal.
El pecho se les sobrecogía a muchos imaginando los peligros para el líder, fuera de Cuba. En territorio nacional era otra cosa, estaba la masa (que es siempre combinación ardiente de individualidades) dispuesta a poner su fuerza para protegerlo, y hasta la sangre.
Por eso y por toda una fiebre revolucionaria, nadie se movió de su sitio al sonar el primer petardo, el 28 de septiembre de aquel año cuando, frente al Palacio Presidencial, el entonces Primer Ministro del Gobierno Revolucionario hablaba a un pueblo eufórico por verlo y escucharlo después de su estancia de diez días en Estados Unidos.
Fidel regresaba tras remover la onu con su uniforme verde olivo y el inusitado discurso de cuatro horas y media, insólito, además, por su contenido radical.
Conversaba «de la idea clara y completa de lo que significa tener Patria», de lo distinta que resultaba la vida de los pueblos si tienen sentido, ideal, algo por lo que luchar… cuando se escuchó la primera explosión.
Podía ser una bomba, pero no hubo estampida. Se oyó gritar: ¡Venceremos!... luego el Himno Nacional… y ¡Viva Cuba!, ¡Viva la Revolución!
Fidel dijo que aquellos «petarditos» pagados por el imperialismo eran los gajes de la impotencia y la cobardía, y compartió el concepto para forjar la organización más popular, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).
«Estos ingenuos parece que de verdad se han creído eso de que vienen los “marines” y que ya está el café colado aquí (…) ¡vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva! (…) Porque si creen que van a poder enfrentarse con el pueblo, ¡tremendo chasco se van a llevar!, porque les implantamos un comité de vigilancia revolucionaria en cada manzana...».
En ese discurso se hallan principios que han sido motor de los CDR: «la tremenda fuerza revolucionaria que hay en el pueblo», «conservar nuestra serenidad y nuestro paso, que es un paso firme y seguro», y obtener la victoria con «inteligencia y valor, con la cabeza y el corazón».
A la segunda explosión tampoco le siguió el pánico, sino aplausos, exclamaciones y más argumentos sobre por qué la Revolución tendría delante «una lucha larga y una lucha dura».
En aquella ocasión, el Comandante en Jefe cerró su discurso con lo que es aún base sobre la cual los Comités, con su cubanía intrínseca, asumen el imperativo de avanzar a la par de la sociedad y sus demandas: «…lo que importa es que esa bandera se mantenga en alto, que la idea siga adelante! ¡que la Patria viva!».
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