¿Y si Trump pierde y se niega a dejar la presidencia?
La pregunta es muy seria y se la están haciendo a los niveles más
altos de las esferas políticas, judiciales y legislativas, a raíz de que
Donald Trump haya declarado que no está dispuesto a ceder fácilmente el
poder si pierde la elección frente a Joe Biden.
“No voy a decir que sí [voy a conceder la derrota]. Tengo que ver”, respondió en una reciente entrevista en Fox News. La declaración elevó el grado de alarma, dado que no es la primera vez que insinúa su deseo de perpetuarse en el poder.
Si
llegara esa situación el caos sería inimaginable, empezando porque no
hay nada escrito en la Constitución ni en las leyes federales que
garantice un traspaso pacífico de poder. El proceso ha funcionado sin
incidentes durante 220 años, incluso a través de guerras, basado sólo en
el honor y buena voluntad de los dos candidatos involucrados.
Por impensable que ahora pueda parecer la ruptura de esa tradición,
es totalmente posible. Estados Unidos se vería abocado a una crisis sin
precedentes, para la que no existe un mapa claro de soluciones. Aunque
sí hay caminos legales para evitar el descenso al infierno dantesco de
Washington. Y también, como no, sistemas para torpedearlos.
La
preocupación ante un eventual rechazo de Trump a dejar la presidencia no
es nueva. Ha ido aumentando a medida que sus instintos autócratas iban
saliendo a la luz. O mejor dicho, Trump iba exhibiéndolos, incluso
alardeando: “El deseo popular es que yo me quede 20 años más en la
presidencia”, es una de las fórmulas que ha repetido en los mítines que
se siente arropado por sus fanáticos.
En torno al temor de un
“tirano Trump” se ha creado casi un género literario. Libros, artículos o
conferencias exploran tal zozobra. Destaca el texto del profesor de
Amherst College, Lawrence Douglas, “Will He go? Trump and the Looming
Election Meltdown” (Se irá? Trump y el inminente desastre electoral”).
Y también se están realizando simulacros para gestionar el
“apocalipsis”, en caso de que Trump, como Nerón, decida “incendiar Roma”
antes que salir de la Oficina Oval por voluntad propia. Y digo irse por
las buenas, porque ya Nancy Pelosi ha advertido
que por las malas sería “fumigado” de la Casa Blanca. Con esa palabra,
fu-mi-ga-do. Por cierto, Pelosi es según la Constitución, la tercera en
línea para asumir la presidencia en caso de que no hubiera un claro
ganador o la situación descendiera al caos abismal.
Qué ironía
sería para un misógino que lo segundo que más teme después de la
etiqueta de “perdedor” es que sea una mujer quien le sustituya, y dentro
del universo femenino, es difícil pensar en alguien a quien Trump más
deteste que a Pelosi.
Volviendo a los simulacros, hay uno bipartidista en el que participan
al menos 60 personas, incluidos ex gobernadores y ex secretarios de
gobiernos republicanos y demócratas. El grupo se llama Transition
Integrity Project.
Pero antes de seguir explorando las opciones
y contra-opciones, conviene contextualizar la realidad en que nos
encontramos a menos de 100 días de las elecciones: no se puede decir que
la suerte de Trump esté ya echada, pero sí que se le ha volteado.
Es patente su continuo hundimiento en todas las encuestas, su
incapacidad para gestionar las crisis y su afán de usar tácticas
autoritarias. Estas últimas sirven de aperitivo para imaginar cómo sería
una segunda presidencia sin el freno de tener que rendir cuentas ante
el electorado.
De momento, sus tácticas de militarizar las calles —empezando en
Portland— o el intento de deslegitimar por adelantado la votación de
noviembre, son ensayos de un Trump desesperado calibrando hasta dónde
puede quebrantar la democracia, para aferrarse al poder. O para
perpetuarse, como se ha atrevido a sugerir en varias ocasiones.
Me
refiero a quebrantar la democracia más de lo que ya la ha golpeado
desde que llegó a la Casa Blanca, debilitando instituciones y violando
normas. Creyéndose invencible, con la complicidad de la mayoría del
Partido Republicano. Tan ebrio de poder que durante seis meses ha negado
al enemigo innegable: una pandemia imposible de esconder con sus
típicas distracciones.
Y si esta semana se ha visto forzado a claudicar ante el coronavirus,
que nadie se llame a engaño, no lo ha hecho por la cifra de muertos.
Trump nunca se digna nombrar a esas casi 150,000 almas, muchas de las
cuales estarían vivas si él hubiera establecido un plan nacional para
proteger a la población, que es su primera responsabilidad como
presidente. Y su gran fracaso.
Son otros números los que le han
movido a reconocer la gravedad de la pandemia: el 10% a 15% que va
detrás de Biden en todas las encuestas. Incluida la de su canal
favorito, Fox News. El margen de victoria es igualmente amplio en
estados clave como Michigan, Wisconsin, Pennsylvania, Arizona y Florida.
En otras palabras, si continúa esta trayectoria la derrota sería
humillante.
Se lo recordó educadamente el periodista Chris Wallace en la
entrevista en Fox el 19 de julio en la que rehusó comprometerse a ceder
el poder en caso de derrota. Trump le respondió acusando al canal de ser
“fake news”. ¡A Fox News!, lo cual es el colmo y demuestra el callejón
sin salida en el que se encuentra. Y a solas con el virus. Ese es su
problema, que ningún humano le ha llevado a ese callejón, se metió él
solito, con Twitter y sin máscara.
Ahora, a toda prisa busca
una salida, mientras el virus avanza sin que el presidente todavía haya
presentado un plan. Y mientras Biden avanza sin que ninguna de las
caricaturas urdidas por Trump se le haya pegado.
A estas alturas, y después de desperdiciar la ocasión de su vida
pudiendo haber usado el COVID-19 para unir al país, la única estrategia
que le queda es la suya de siempre: dividir, crear caos. De eso trata el
envío de soldados en uniformes de guerra a las calles.
Para justificar su lema de campaña, “ley y orden”, antes tiene que crear desorden.
Y
para deslegitimar la elección por si pierde, antes tiene que impedir
que mucha gente vote, por correo o en persona. Al tiempo que inventa
conspiraciones, y quien sabe cuantas cosas más se están cocinando. Una
de las que se conoce es el ejército de abogados listo para cuestionar
los resultados el 3 de noviembre a todos los niveles.
Hay tantos potenciales escenarios que son imposibles de enumerar en
este espacio limitado pero trataré de ir analizando en sucesivas
columnas. Solo un apunte: el arbitraje final (en caso de que la elección
acabe en retos múltiples) puede desembocar en manos del Congreso o del
Tribunal Supremo. Y hasta llegar a esas instancias pasaría por cortes
inferiores, recuentos de votos etc.
Salvo milagros, hay un horizonte que parece incuestionable: Estados Unidos tiene que prepararse para una pesadilla.
Periodista y analista internacional. Twitter: @TownsendRosa.
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