tomado de MIRADAS ENCONTRADAS.
El pasado 28 de abril, en una entrevista concedida a la cadena de
noticias CBS, el candidato demócrata, Joe Biden, declaró que, en caso de
ganar las elecciones, retomaría la política llevada a cabo por Barack
Obama hacia Cuba, lo que significaría regresar al mejor momento de las
relaciones entre los dos países.
Dicho en Miami, resulta claro que tal
declaración respondió a fines electorales, en especial movilizar a las
fuerzas que apoyaron este proceso en el seno de la comunidad
cubanoamericana, donde Obama obtuvo un 48 por ciento de respaldo en las
elecciones de 2012 y Hillary Clinton el 46 por ciento, cuatro años más
tarde. También fue una política que tuvo un alto índice de aprobación
por parte de la sociedad norteamericana, en particular en importantes
sectores de negocio, interesados en el mercado cubano.
Mirado desde esta perspectiva, la
propuesta de abogar por un mejoramiento de las relaciones con Cuba, en
contraposición con la política seguida por Donald Trump a instancias de
la derecha cubanoamericana, parece bastante segura para los demócratas de cara a las elecciones. Sin embargo, Biden
se quedó a medio camino y matizó sus declaraciones diciendo que
mantendría las sanciones contra Cuba, debido al apoyo cubano a
Venezuela. Esta plataforma lo acerca más a Donald Trump que a
Obama, el cual siempre trató de mantener la política hacia los dos
países por carriles separados.
También aseguró que exigiría a Cuba
cumplir con los compromisos contraídos con el gobierno de Obama, dando a
entender que se trata de compromisos relacionados con aspectos de la
política cubana dentro y fuera del país. Lo ridículo de tal promesa es que tales compromisos nunca existieron.
Un factor decisivo en el resultado de las negociaciones llevadas a cabo
por Obama con Cuba fue que, consciente de que el gobierno cubano no
aceptaría ese tipo de exigencias, nunca intentó hacer reclamos que
pudieran interpretarse como lesivos a la soberanía nacional o el respeto
en las relaciones entre ambos países.
Unos días más tarde, con tal de criticar
la política de Trump hacia Cuba, Biden escogió un mal ejemplo, y achacó a
errores de la diplomacia trumpista la reciente elección de Cuba para
integrar el Consejo de Derechos Humanos e la ONU. En realidad, desde que
fue creado ese órgano, en 2006, ningún gobierno de Estados
Unidos ha podido impedir la elección de Cuba en siete ocasiones, siempre
con los niveles de votación más altos del continente americano.
La primera reacción ante estas
declaraciones, es asumir que responden a una vieja fórmula, determinada
por el complejo liberal de no lucir débil ante países considerados
adversarios de Estados Unidos, también que refleja la manera
injerencista de proyectar la política exterior, presente tanto en
demócratas como en republicanos. De hecho, es un discurso repetido
durante décadas en el caso de Cuba; su anacronismo radica en desconocer
que la experiencia de la política de Obama modificó estos presupuestos.
Es un mito que la política hacia Cuba se decide en Miami,
la influencia de los cubanoamericanos en la política de Estados Unidos
hacia Cuba ha dependido, en lo esencial, de ser funcionales a las
visiones e intereses del gobierno norteamericano en cada momento. Esto
explica la preponderancia de la extrema derecha, salvo en los mandatos
de Jimmy Carter y Barack Obama, cuando se potenciaron otras fuerzas
alternativas. La revitalización de la derecha durante el actual gobierno
de Donald Trump no hace más que confirmar esta tendencia, dado los
intereses electorales del presidente en la Florida.
Por su vigencia en el tiempo y el grado
de penetración que ha logrado alcanzar la extrema derecha en las
estructuras políticas y administrativas del enclave cubanoamericano de
Miami, son muy escasos los políticos del sur de la Florida que han
podido elegirse y funcionar sin que medie algún tipo de compromiso con
estas fuerzas, mucho menos con una narrativa de confrontación sobre sus
posiciones respecto a Cuba. Se trata, por demás, de grupos que pueden
ser muy violentos, por lo que la actitud preponderante ha sido respaldar
sus posiciones o evitar un conflicto que asusta a muchos.
Bajo estas condiciones, la conducta
histórica de los demócratas ha sido competir con los republicanos por el
voto de la derecha. La excepción fue Obama que, a partir de una mirada
más inteligente de las tendencias políticas de la comunidad
cubanoamericana, transformó la relación costo-beneficio vinculada con la
agenda que abogaba por revisar la política hacia Cuba.
Si Biden quiere adoptar la política de
Obama tiene que asumir su discurso. Que nunca fue de respaldo al
gobierno cubano, pero sí de reconocimiento y colaboración en asuntos de mutuo interés.
Incluso sería lógico suponer que, si Biden quiere entusiasmar a los
propugnadores de esta política, debiera comenzar donde lo dejó Obama,
dígase un manifiesto rechazo al bloqueo económico, lo que fue confirmado
por el presidente tanto en su última directiva sobre Cuba, como en la
inusual abstención de Estados Unidos en la ONU, cuando la Asamblea
General votó contra esta política en 2016.
Los sectores que apoyan el bloqueo,
incluso su aplicación a medias como mecanismo de presión, están lejos de
la filosofía obamista y tienen el alma republicana, como ha quedado
confirmado bajo la presidencia de Donald Trump. Una enseñanza para todas
las partes, es que el experimento de un cambio en las relaciones entre
los dos países no puede ser reconstruido bajo condiciones tan frágiles
como las alcanzadas durante el gobierno de Obama. Volver atrás sería
mucho menos inspirador.
Otro argumento es que, si bien Obama tuvo
un respaldo significativo de la comunidad cubanoamericana, el apoyo a
Donald Trump ha crecido durante su gobierno, incluso entre aquellos que
han emigrado más recientemente, por lo que la estrategia demócrata no
debiera enajenar a estas personas. Igual que la política de Obama alentó
expectativas en las relaciones con Cuba que dispararon los índices de
aprobación al acercamiento, no es de extrañar que ocurra lo contrario en
el contexto político existente, sobre todo cuando las fuerzas políticas
que apoyaron el cambio, han hecho poco por establecerse como una
contraparte a la extrema derecha.
En verdad, resulta sorprendente la impunidad con que la derecha ha maltratado a la comunidad cubanoamericana,
en temas tan sensibles como sus derechos migratorios y las relaciones
con sus familiares en Cuba. La lógica sería suponer que los demócratas
aprovechen el momento para establecerse como defensores de los
cubanoamericanos, máxime cuando los llamados grupos moderados ganaron
relevancia durante el gobierno de Obama y en las pasadas elecciones los
candidatos demócratas desbancaron a dos de los tres congresistas
republicanos, en los distritos de alta concentración de
cubanoamericanos. Sin embargo, salvo algunas declaraciones y acciones
legislativas poco trascendentes, poco han hecho en este sentido.
Por último, está la supuesta importancia
del tema de Cuba para decidir el voto de los electores, incluyendo a los
cubanoamericanos. Creo que salvo votar o no por Donald Trump, ningún
tema será decisivo en las próximas elecciones. Sin embargo, la compleja
construcción de la plataforma demócrata y su capacidad para movilizar a
los votantes, tendrá que ser la resultante de satisfacer muchos
intereses, en especial dar cabida a las posiciones de izquierda que
animaron la candidatura de Bernie Sanders y hoy tienen una expresión
dramática en las revueltas sociales. El tema de Cuba forma de los
asuntos que pudieran acercar a Joe Biden a los sectores progresistas y
falta le haría aprovecharlo.
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