sábado, 13 de junio de 2020

Lectura del día:”La política de Joe Biden hacia Cuba”

tomado de MIRADAS  ENCONTRADAS.


 

 El pasado 28 de abril, en una entrevista concedida a la cadena de noticias CBS, el candidato demócrata, Joe Biden, declaró que, en caso de ganar las elecciones, retomaría la política llevada a cabo por Barack Obama hacia Cuba, lo que significaría regresar al mejor momento de las relaciones entre los dos países.

Dicho en Miami, resulta claro que tal declaración respondió a fines electorales, en especial movilizar a las fuerzas que apoyaron este proceso en el seno de la comunidad cubanoamericana, donde Obama obtuvo un 48 por ciento de respaldo en las elecciones de 2012 y Hillary Clinton el 46 por ciento, cuatro años más tarde. También fue una política que tuvo un alto índice de aprobación por parte de la sociedad norteamericana, en particular en importantes sectores de negocio, interesados en el mercado cubano.


Mirado desde esta perspectiva, la propuesta de abogar por un mejoramiento de las relaciones con Cuba, en contraposición con la política seguida por Donald Trump a instancias de la derecha cubanoamericana, parece bastante segura para los demócratas de cara a las elecciones. Sin embargo, Biden se quedó a medio camino y matizó sus declaraciones diciendo que mantendría las sanciones contra Cuba, debido al apoyo cubano a Venezuela. Esta plataforma lo acerca más a Donald Trump que a Obama, el cual siempre trató de mantener la política hacia los dos países por carriles separados.

También aseguró que exigiría a Cuba cumplir con los compromisos contraídos con el gobierno de Obama, dando a entender que se trata de compromisos relacionados con aspectos de la política cubana dentro y fuera del país. Lo ridículo de tal promesa es que tales compromisos nunca existieron. Un factor decisivo en el resultado de las negociaciones llevadas a cabo por Obama con Cuba fue que, consciente de que el gobierno cubano no aceptaría ese tipo de exigencias, nunca intentó hacer reclamos que pudieran interpretarse como lesivos a la soberanía nacional o el respeto en las relaciones entre ambos países.

Unos días más tarde, con tal de criticar la política de Trump hacia Cuba, Biden escogió un mal ejemplo, y achacó a errores de la diplomacia trumpista la reciente elección de Cuba para integrar el Consejo de Derechos Humanos e la ONU. En realidad, desde que fue creado ese órgano, en 2006, ningún gobierno de Estados Unidos ha podido impedir la elección de Cuba en siete ocasiones, siempre con los niveles de votación más altos del continente americano.

La primera reacción ante estas declaraciones, es asumir que responden a una vieja fórmula, determinada por el complejo liberal de no lucir débil ante países considerados adversarios de Estados Unidos, también que refleja la manera injerencista de proyectar la política exterior, presente tanto en demócratas como en republicanos. De hecho, es un discurso repetido durante décadas en el caso de Cuba; su anacronismo radica en desconocer que la experiencia de la política de Obama modificó estos presupuestos.

Es un mito que la política hacia Cuba se decide en Miami, la influencia de los cubanoamericanos en la política de Estados Unidos hacia Cuba ha dependido, en lo esencial, de ser funcionales a las visiones e intereses del gobierno norteamericano en cada momento. Esto explica la preponderancia de la extrema derecha, salvo en los mandatos de Jimmy Carter y Barack Obama, cuando se potenciaron otras fuerzas alternativas. La revitalización de la derecha durante el actual gobierno de Donald Trump no hace más que confirmar esta tendencia, dado los intereses electorales del presidente en la Florida.

Por su vigencia en el tiempo y el grado de penetración que ha logrado alcanzar la extrema derecha en las estructuras políticas y administrativas del enclave cubanoamericano de Miami, son muy escasos los políticos del sur de la Florida que han podido elegirse y funcionar sin que medie algún tipo de compromiso con estas fuerzas, mucho menos con una narrativa de confrontación sobre sus posiciones respecto a Cuba. Se trata, por demás, de grupos que pueden ser muy violentos, por lo que la actitud preponderante ha sido respaldar sus posiciones o evitar un conflicto que asusta a muchos.

Bajo estas condiciones, la conducta histórica de los demócratas ha sido competir con los republicanos por el voto de la derecha. La excepción fue Obama que, a partir de una mirada más inteligente de las tendencias políticas de la comunidad cubanoamericana, transformó la relación costo-beneficio vinculada con la agenda que abogaba por revisar la política hacia Cuba.

Si Biden quiere adoptar la política de Obama tiene que asumir su discurso. Que nunca fue de respaldo al gobierno cubano, pero sí de reconocimiento y colaboración en asuntos de mutuo interés. Incluso sería lógico suponer que, si Biden quiere entusiasmar a los propugnadores de esta política, debiera comenzar donde lo dejó Obama, dígase un manifiesto rechazo al bloqueo económico, lo que fue confirmado por el presidente tanto en su última directiva sobre Cuba, como en la inusual abstención de Estados Unidos en la ONU, cuando la Asamblea General votó contra esta política en 2016.

Los sectores que apoyan el bloqueo, incluso su aplicación a medias como mecanismo de presión, están lejos de la filosofía obamista y tienen el alma republicana, como ha quedado confirmado bajo la presidencia de Donald Trump. Una enseñanza para todas las partes, es que el experimento de un cambio en las relaciones entre los dos países no puede ser reconstruido bajo condiciones tan frágiles como las alcanzadas durante el gobierno de Obama. Volver atrás sería mucho menos inspirador.

Otro argumento es que, si bien Obama tuvo un respaldo significativo de la comunidad cubanoamericana, el apoyo a Donald Trump ha crecido durante su gobierno, incluso entre aquellos que han emigrado más recientemente, por lo que la estrategia demócrata no debiera enajenar a estas personas. Igual que la política de Obama alentó expectativas en las relaciones con Cuba que dispararon los índices de aprobación al acercamiento, no es de extrañar que ocurra lo contrario en el contexto político existente, sobre todo cuando las fuerzas políticas que apoyaron el cambio, han hecho poco por establecerse como una contraparte a la extrema derecha.

En verdad, resulta sorprendente la impunidad con que la derecha ha maltratado a la comunidad cubanoamericana, en temas tan sensibles como sus derechos migratorios y las relaciones con sus familiares en Cuba. La lógica sería suponer que los demócratas aprovechen el momento para establecerse como defensores de los cubanoamericanos, máxime cuando los llamados grupos moderados ganaron relevancia durante el gobierno de Obama y en las pasadas elecciones los candidatos demócratas desbancaron a dos de los tres congresistas republicanos, en los distritos de alta concentración de cubanoamericanos. Sin embargo, salvo algunas declaraciones y acciones legislativas poco trascendentes, poco han hecho en este sentido.

Por último, está la supuesta importancia del tema de Cuba para decidir el voto de los electores, incluyendo a los cubanoamericanos. Creo que salvo votar o no por Donald Trump, ningún tema será decisivo en las próximas elecciones. Sin embargo, la compleja construcción de la plataforma demócrata y su capacidad para movilizar a los votantes, tendrá que ser la resultante de satisfacer muchos intereses, en especial dar cabida a las posiciones de izquierda que animaron la candidatura de Bernie Sanders y hoy tienen una expresión dramática en las revueltas sociales. El tema de Cuba forma de los asuntos que pudieran acercar a Joe Biden a los sectores progresistas y falta le haría aprovecharlo.

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