El triunfo, como era de esperar, hizo delirar a un territorio embellecido por la fiebre beisbolera durante varios días
El triunfo, como era de esperar, hizo delirar a un territorio embellecido por la fiebre beisbolera durante varios días.
Muy feliz por el inolvidable resultado, el mentor Armando Ferrer, debutante en estas lides, reconoció que los camagüeyanos fueron un hueso duro de roer y cayeron con las botas puestas, al tiempo que enalteció la labor de todos y cada uno de los integrantes de su elenco.
Hay innumerables factores que determinaron el triunfo pero todo el mundo hizo lo suyo, anotó para atribuir más importancia al mérito colectivo.
De esta forma concluyó la fraternal disputa entre los dos más grandes conjuntos de la 59 Serie Nacional de Béisbol, una final a veces deslucida por el alto número de pifias defensivas, descuidos inexplicables, desaciertos arbitrales, pero a su vez con muchos buenos momentos y que dejó ver sobre todo los inmensos deseos de jugar de los contendientes y la alegría de una afición que cada día repletó los estadios.
Una postemporada que pese al evidente declive de nuestro béisbol en la arena internacional, es prueba tangible del valor enorme que para los cubanos tiene la pelota.
Al margen de los reproches y una multitud de opiniones entre los cubanos en torno al béisbol, es difícil permanecer neutral o no sentirse tocado por esas manifestaciones de pasión de que hemos sido testigos, aun cuando no esté implicado el equipo de nuestra simpatía.
Nadie puede negar que la final estuviera matizada por una extraordinaria acogida popular, y tanto Camagüey como Matanzas tembló más de una vez bajo la sacudida de la concurrencia que repletó el Cándido González y el Victoria de Girón.
Un play off lleno de dramatismo. En un ambiente sano y criollísimo, los aficionados se divirtieron de lo lindo aclamando a su equipo preferido, algunos ataviados de la manera más sorprendente.
Cuando mejor estaba planteada la controversia salió a relucir el exquisito sentido del humor de los cubanos, afincados en ese sincretismo religioso que es síntesis de nuestras raíces y cultura.
Filosofía muy propia de los cubanos para ponerle música a todo, incluido el deporte. Con la esperanza de que sirviera para alentar a su equipo desde ambos bancos no pocas veces tiraron cubos de agua hacia el terreno, rito memorable con el propósito adicional de «quitar las malas energías y expulsar lo indeseado».
Otro acto de tradición o magia blanca fue cuando la mascota de los Toros regó en dirección al banco de los yumurinos algo que parecía polvo de cascarilla para bendecir a los suyos.
Esas «menudencias» llegaron a su extremo en el séptimo capítulo del quinto juego de la final, mientras Matanzas iba debajo en el marcador 9x0. De pronto apareció una gallina en los jardines del Victoria de Girón, y hay quienes aseguran que a partir de entonces los Cocodrilos iniciaron una remontada.
Fue el clima que salpicó la final de la pelota cubana, impregnada de un montón de iniciativas en los territorios, espíritu competitivo, entrega de los atletas y apoyo del público y de las autoridades.
Un torneo que a la postre premió al elenco con la capacidad de ir desde un último lugar hasta lo más alto del podio, algo que se debe en grado sumo a la dirección colegiada y a la gracia de un timonel que se hizo respetar y, sobre todo, querer.
Bienaventurada esa aptitud de los cubanos para mirar la pelota con cierto gozo, un béisbol que merece escalar en calidad pero
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