Por Michel Torres Corona
La organización constitucional de los Estados Unidos está signada por la tripartición de poderes, que enuncia un supuesto equilibro entre órganos legislativo, ejecutivo y judicial. Pero lo cierto es que la Carta Magna estadounidense hace de la figura presidencial (es decir, el ejecutivo) un “rey sin corona”, cuyo único riesgo está en la prevalencia de un partido contrario en los demás órganos.
Por ello, en una jugada política del Partido Demócrata para limitar (e intentar incluso inutilizar) el mandato presidencial del polémico magnate Donald Trump, las muy recientes elecciones celebradas sirvieron como escenario idóneo para intentar renovar buena parte de los escaños ocupados por una mayoría republicana en el Congreso y sus dos cámaras (la Casa de Representantes y el Senado).
Pero la llamada “ola” o “marea azul” no fue precisamente ese tsunami avasallador que tanto se anunció en medios y redes sociales.
Los legisladores contra el rey sin corona
Es cierto: el saldo general puede catalogarse como una victoria para el partido de Obama (que salió de su retiro para hacer campaña por los candidatos demócratas, en un claro afán de capitalizar el descontento con la administración Trump). El Partido Demócrata recuperó el control de la Cámara de Representantes, tras ocho años de hegemonía republicana. Sin embargo, los “elefantes rojos” se mantuvieron con mayoría en el Senado.
Esto no quiere decir que Trump tendrá por delante un camino de rosas, como lo tuvo en sus dos primeros años de mandato cuando podía hacer y deshacer sin que del Congreso se pudieran alzar voces en contra. Pero tampoco serán los demócratas un obstáculo insalvable.
Aunque podrán bloquear la aprobación de leyes e impulsar sus propios proyectos legislativos, los demócratas requerirán el visto bueno de ambas cámaras del Congreso y casi nunca podrán sortear el muro republicano en el Senado. Y sí, los muchachos del equipo de Obama y Hillary ahora disponen de los votos necesarios para impulsar un proceso de impeachment. Pero para que prospere la destitución del presidente se precisa de dos tercios de los senadores. Y eso no es factible que lo consigan. Así que lo más probable es que Donald siga siendo presidente, por lo menos durante dos años más.
La nueva conformación del Congreso, dividido y polarizado en sus dos cámaras, marca el fin de la agenda unilateral del Partido Republicano, y sin dudas, una nueva fase de mayor supervisión sobre la Casa Blanca por parte de sus opositores políticos, lo que podría reavivar investigaciones que pueden ser impulsadas por la Cámara de Representantes con respecto a los muy llevados y traídos temas de supuesta injerencia rusa en las elecciones presidenciales y los negocios turbios de Trump.
Pero también hay que aclarar que el “rey sin corona” puede gobernar sobre su país con decretos, como ya lo hizo Obama cuando se enfrentó a un legislativo con apabullante mayoría republicana. Incluso cuando intentaron un “cierre técnico” al no aprobar fondos, la administración del primer presidente negro de los Estados Unidos siguió adelante a golpe de normativas aprobadas unipersonalmente.
Trump ya ha hecho uso de estos decretos con bastante regularidad, en gran medida para deshacer normativas aprobadas por su antecesor. Ahora, con una mayoría demócrata en la Casa de Representantes, estos decretos de seguro serán su arma fundamental.
La Florida y los cubanoamericanos
Para Cuba, las elecciones en Estados Unidos (del tipo que sean) siempre resultan de particular interés. Nadie puede obviar la fuerte presencia que históricamente ha tenido la comunidad cubanoamericana en la política estadounidense, muchas veces coadyuvando al aumento de la agresividad contra nuestro país y nuestro sistema político.
Estas elecciones de medio término han arrojado un grupo de resultados de particular interés para Cuba. Si bien la Florida se mantuvo roja (en el sentido del “rojo republicano”, por supuesto), con la elección para el senado de un hombre cercano a Trump como Rick Scott y la victoria para la gubernatura del republicano Ron DeSantis, este Estado de la Unión no estuvo exento de sorpresas.
La más sonada fue la derrota de Carlos Curbelo ante la demócrata Debbie Mucarsel-Powell, prácticamente desconocida en Miami. Curbelo es un político de rancio discurso contra Cuba y la “cruel, inhumana y violenta dictadura de los Castro” y aliado tradicional de las posiciones más retrógradas con respecto a la normalización de relaciones y las injustas sanciones que impone el gobierno estadounidense a nuestro país. Sin embargo, su tradicional base de apoyo esta vez le falló y sucumbió ante la “marea azul” y la prédica de Mucarsel-Powell, que lo acusó (con razón) de votar en contra del Obamacare, un programa al que la mayoría de sus votantes están adscritos.
Otra gran derrotada fue la “heredera política” de Ileana Ros-Lehtinen, la presentadora de televisión María Elvira Salazar, con una apabullante diferencia de 15 mil votos frente a la demócrata Donna Shalala. A la comunidad de Miami y a ese autodenominado (ridículamente) “exilio histórico” solo le resta perder al senador Marco Rubio y el representante Díaz-Balart. Por desgracia, estos heraldos de la mafia anticubana conservarán sus trabajos.
Otros políticos cubanoamericanos que se mantuvieron en sus puestos fueron el demócrata Bob Menéndez (entusiasta activista de la inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo) y el republicano Ted Cruz, cuya victoria electoral fue un significativo logro para que su partido retuviera el control sobre el Senado.
Ya sea por la intensa campaña de los demócratas, por el repudio a la presente administración o por un recambio generacional que sustrae voto a los favoritos de siempre, lo cierto es que ese gremio oscuro de discurso agresivo contra nuestro país ha sufrido con estas elecciones dolorosas derrotas. Espero que nunca se recuperen.
La organización constitucional de los Estados Unidos está signada por la tripartición de poderes, que enuncia un supuesto equilibro entre órganos legislativo, ejecutivo y judicial. Pero lo cierto es que la Carta Magna estadounidense hace de la figura presidencial (es decir, el ejecutivo) un “rey sin corona”, cuyo único riesgo está en la prevalencia de un partido contrario en los demás órganos.
Por ello, en una jugada política del Partido Demócrata para limitar (e intentar incluso inutilizar) el mandato presidencial del polémico magnate Donald Trump, las muy recientes elecciones celebradas sirvieron como escenario idóneo para intentar renovar buena parte de los escaños ocupados por una mayoría republicana en el Congreso y sus dos cámaras (la Casa de Representantes y el Senado).
Pero la llamada “ola” o “marea azul” no fue precisamente ese tsunami avasallador que tanto se anunció en medios y redes sociales.
Los legisladores contra el rey sin corona
Es cierto: el saldo general puede catalogarse como una victoria para el partido de Obama (que salió de su retiro para hacer campaña por los candidatos demócratas, en un claro afán de capitalizar el descontento con la administración Trump). El Partido Demócrata recuperó el control de la Cámara de Representantes, tras ocho años de hegemonía republicana. Sin embargo, los “elefantes rojos” se mantuvieron con mayoría en el Senado.
Esto no quiere decir que Trump tendrá por delante un camino de rosas, como lo tuvo en sus dos primeros años de mandato cuando podía hacer y deshacer sin que del Congreso se pudieran alzar voces en contra. Pero tampoco serán los demócratas un obstáculo insalvable.
Aunque podrán bloquear la aprobación de leyes e impulsar sus propios proyectos legislativos, los demócratas requerirán el visto bueno de ambas cámaras del Congreso y casi nunca podrán sortear el muro republicano en el Senado. Y sí, los muchachos del equipo de Obama y Hillary ahora disponen de los votos necesarios para impulsar un proceso de impeachment. Pero para que prospere la destitución del presidente se precisa de dos tercios de los senadores. Y eso no es factible que lo consigan. Así que lo más probable es que Donald siga siendo presidente, por lo menos durante dos años más.
La nueva conformación del Congreso, dividido y polarizado en sus dos cámaras, marca el fin de la agenda unilateral del Partido Republicano, y sin dudas, una nueva fase de mayor supervisión sobre la Casa Blanca por parte de sus opositores políticos, lo que podría reavivar investigaciones que pueden ser impulsadas por la Cámara de Representantes con respecto a los muy llevados y traídos temas de supuesta injerencia rusa en las elecciones presidenciales y los negocios turbios de Trump.
Pero también hay que aclarar que el “rey sin corona” puede gobernar sobre su país con decretos, como ya lo hizo Obama cuando se enfrentó a un legislativo con apabullante mayoría republicana. Incluso cuando intentaron un “cierre técnico” al no aprobar fondos, la administración del primer presidente negro de los Estados Unidos siguió adelante a golpe de normativas aprobadas unipersonalmente.
Trump ya ha hecho uso de estos decretos con bastante regularidad, en gran medida para deshacer normativas aprobadas por su antecesor. Ahora, con una mayoría demócrata en la Casa de Representantes, estos decretos de seguro serán su arma fundamental.
La Florida y los cubanoamericanos
Para Cuba, las elecciones en Estados Unidos (del tipo que sean) siempre resultan de particular interés. Nadie puede obviar la fuerte presencia que históricamente ha tenido la comunidad cubanoamericana en la política estadounidense, muchas veces coadyuvando al aumento de la agresividad contra nuestro país y nuestro sistema político.
Estas elecciones de medio término han arrojado un grupo de resultados de particular interés para Cuba. Si bien la Florida se mantuvo roja (en el sentido del “rojo republicano”, por supuesto), con la elección para el senado de un hombre cercano a Trump como Rick Scott y la victoria para la gubernatura del republicano Ron DeSantis, este Estado de la Unión no estuvo exento de sorpresas.
La más sonada fue la derrota de Carlos Curbelo ante la demócrata Debbie Mucarsel-Powell, prácticamente desconocida en Miami. Curbelo es un político de rancio discurso contra Cuba y la “cruel, inhumana y violenta dictadura de los Castro” y aliado tradicional de las posiciones más retrógradas con respecto a la normalización de relaciones y las injustas sanciones que impone el gobierno estadounidense a nuestro país. Sin embargo, su tradicional base de apoyo esta vez le falló y sucumbió ante la “marea azul” y la prédica de Mucarsel-Powell, que lo acusó (con razón) de votar en contra del Obamacare, un programa al que la mayoría de sus votantes están adscritos.
Otra gran derrotada fue la “heredera política” de Ileana Ros-Lehtinen, la presentadora de televisión María Elvira Salazar, con una apabullante diferencia de 15 mil votos frente a la demócrata Donna Shalala. A la comunidad de Miami y a ese autodenominado (ridículamente) “exilio histórico” solo le resta perder al senador Marco Rubio y el representante Díaz-Balart. Por desgracia, estos heraldos de la mafia anticubana conservarán sus trabajos.
Otros políticos cubanoamericanos que se mantuvieron en sus puestos fueron el demócrata Bob Menéndez (entusiasta activista de la inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo) y el republicano Ted Cruz, cuya victoria electoral fue un significativo logro para que su partido retuviera el control sobre el Senado.
Ya sea por la intensa campaña de los demócratas, por el repudio a la presente administración o por un recambio generacional que sustrae voto a los favoritos de siempre, lo cierto es que ese gremio oscuro de discurso agresivo contra nuestro país ha sufrido con estas elecciones dolorosas derrotas. Espero que nunca se recuperen.
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