Por
Ángela Oramas Camero
Antonio
Moltó era un ser humano hecho de amor. Visitaba con frecuencia mi casa
acompañado de Rebeca Cabrales del Valle, su esposa. Lo esperábamos con una jarra
de limonada con hielo preparada. Y Marrero y yo le decíamos: este mejunje es
bueno para bajarte la presión. Él sonreía y se adentraba inmediatamente con
Marrero en una honda conversación sobre temas de actualidad, un intercambio de
reflexiones e ideas que devenía en un privilegio sin límites. Eso era escuchar a
estos dos grandes del periodismo, conocedores de los asuntos del gremio y de los
problemas del país y del mundo.
Ambos
casi siempre convergían. Marrero, más mesurado; Moltó como buen crítico, según
demostró en su programa radial Hablando Claro, más vehemente a la hora de
ofrecer un criterio. Nunca me perdonaré no haber grabado alguna de sus
conversaciones. Pero, ¿y si me descubrían? ¡Ay Dios! Juan me hubiera echado una
reprimenda…, él que era tan ético.
¡Menudo problema conyugal me hubiera
buscado!
Aquellas
visitas no las detuvo ni el infarto masivo que había sufrido Moltó. Reciente ese
impacto sobre su salud, subía las tres escaleras que conducen a mi casa, porque
para él Marrero era el amigo intachable. Así lo demostró cuando Juan, ingresado
en el Cardiocentro, recibía las visitas de Moltó varias veces a la semana. Y
salía muy dolido de la sala de terapia intensiva; sabía que Juan partiría
pronto. No obstante, le hablaba de trabajos que tenía pendientes,
como Dos siglos de Periodismo en Cuba, su último libro, que
será presentado el próximo 14 de julio en el Congreso de la UPEC, según la
propuesta de Moltó y los esfuerzos de Aixa Hevia y la editorial Pablo de la
Torriente. Así, Juan Marrero también estará presente en el máximo evento de los
periodistas cubanos.
Pero,
¿quién mejor que Rebeca Cabrales para contarnos la estatura humana y moral de
Moltó? Sé que pasará mucho tiempo para que ella acepte que él se ha ido. Rebeca
no lo abandonó ni un segundo en los días más difíciles de su enfermedad, de sus
infartos y de su cáncer. Y le pedí que escribiera algunas anécdotas e
impresiones sobre el hombre que tanto amó y ama:
—Las
anécdotas son muchas. Recuerdo que ya muy enfermo con la metástasis, siempre
quería estar pendiente de la salud de Isabelita Moya y de Maga (Magaly García
Moré). Y yo me preguntaba cómo en una situación tan extrema aún se preocupaba
por los otros.
—No
olvido mis berrinches porque en esos momentos empezaba a tejer ideas para el
Congreso de la Felap que fue en junio de 2017. E, incluso para este X Congreso
de la Upec. Millones de veces le pedí que se jubilara y descansara los últimos
años de su vida. Su respuesta siempre fue la misma: No puedo, a mí me eligió
el gremio, mis amigos, mis periodistas y nunca voy a quedar mal con ellos.
Después del Congreso te prometo que descansaré, ahora solo ayúdame a
llegar…Y ya ves, no fue posible.
—Tenía
una frase muy peculiar para algunas de sus amigas cuando se sentían deprimidas o
sencillamente tenían un problema: “saca a pasear a la princesa”, significaba
poner el alma a coger aire y ser feliz. Fue un hombre que pensó más en los demás
que en él mismo. Y para disculparse conmigo solía decir: Me esforzaré
más. No sé por qué me dejaba sin palabras cada vez que le escuchaba esta
frase.
—Su
capacidad laboral era increíble, sobre todo para saber escuchar y sabía
persuadir. Pudiera ser que hasta regañara, pero siempre lo hacía con altura,
como una enseñanza, con palabra suave, sin grosería, ni mal humor.
—Creo
que, si Antonio no hubiera sido periodista, el magisterio con toda seguridad
hubiera sido su gran vocación, porque él nos enseñó a todos a ser mejores
personas, mejores profesionales.
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miércoles, 11 de julio de 2018
La estatura humana y profesional de Antonio Moltó
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