miércoles, 11 de abril de 2018

Espantar amenazas haciéndole la guerra a los demás



Por Francisco Arias Fernández
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Muchos afirman que se trata de la segunda temporada de la Guerra Fría, que ante los avances de Rusia, China y otras potencias emergentes, Washington y sus aliados imperiales requieren inventar enemigos o crear conflictos, cual cortinas de humo para alejar o tratar de desaparecer amenazas internas y tener en jaque a gobiernos de países ricos.

Asediada por rechazos y cuestionamientos diversos al presidente y sus políticas erráticas, que le han granjeado el más bajo índice de popularidad en 70 años, investigaciones legales en su entorno y sucesivos fracasos legislativos, la antidiplomacia como política exterior y despidos sistemáticos en los principales puestos del gobierno, la Casa Blanca y su maquinaria de guerra no convencional casi todos los días anuncia un paquete de sanciones indistintamente contra Corea del Norte, Rusia, China, Irán, Venezuela, Cuba o cualquier otra nación.

Como actuar en alianzas o en pandillas es propio del imperialismo del siglo XXI, a partir de su globalizada interconexión política, militar, en materia de inteligencia, seguridad, diplomática y mediática, Estados Unidos arrastra en su encrucijada a muchos de sus aliados, con promesas de recabar todo el respaldo posible para ayudarlos a salir de sus propios conflictos internos, mientras los otros también contribuyen con Washington.

De ahí la manera de entender la estrategia anti-rusa con la que EE.UU. ha tratado de marcar distancia del Kremlin, en medio de las sospechas sobre presuntas alianzas entre los equipos de campaña electoral de Donald Trump con Moscú, en perjuicio de su contrincante Hillary Clinton. Del enfriamiento tenue al conflicto de alta intensidad pudiera calificarse la tendencia; de mal en peor han ido las relaciones entre las dos potencias nucleares clave, curso iniciado por el gobierno de Barack Obama, con sanciones económicas y listas negras de empresarios, pero que la actual administración ha catapultado.

Para argumentar la arremetida anti-rusa, un alto funcionario de la administración Trump dijo a la prensa que “Estados Unidos toma estas medidas en respuesta a una serie de actitudes vergonzosas y actividades nefastas del gobierno ruso que se suceden en el mundo”. Entre esas acciones citó el apoyo ruso al gobierno sirio en su lucha contra el terrorismo y “las ciberactividades mal intencionadas”. “Pero sobre todo, es una respuesta a los continuos ataques de Rusia para subvertir las democracias occidentales”, agregó en lenguaje fuerte y claro de la guerra fría.

El gobierno ruso ha reiterado que el real objetivo del mito creado por Estados Unidos sobre la injerencia en sus asuntos internos es aplicar sanciones para intentar la contención del desarrollo de su país.

El Reino Unido, estremecido y cuestionado política y económicamente por su salida de la Unión Europea, ha contribuido a la furia anti-rusa al responsabilizar sin pruebas a Moscú del envenenamiento de un espía ruso y su hija, que desencadenó una ola de sanciones y expulsiones de diplomáticos, que implica a más de una veintena de países europeos aliados de Washington.

Sospechosamente, todo ello ocurrió apenas una semana antes de las elecciones presidenciales en Rusia y a menos de 90 días del Campeonato Mundial de Futbol que tendrá por sede el país euroasiático, minimizado por el escándalo mediático cacareado por Occidente.

Por su parte, el gobierno francés, asediado por una de las peores crisis de los últimos años provocada por el reforzamiento del paro de los trabajadores ferroviarios ante las amenazas de privatizar el más eficiente e importante servicio público de la nación, que afectaría a millones de franceses que se mueven diariamente por esa vía, secunda a EE.UU. en su encrucijada antivenezolana y la emprende con improperios del presidente galo contra el mandatario venezolano y el proceso electoral de la nación sudamericana. Este es otro blanco predilecto de la Casa Blanca, estimulado por los capos de la mafia anticubana y neofascistas del Congreso, que son replicados por homólogos de similar signo en parlamentos del viejo continente.

Estos y otros temas promovidos por Washington en su nueva estrategia de seguridad nacional, como las recientes medidas económicas (tácticas proteccionistas) de Donald Trump contra China y la crisis en la península coreana, se reciclan periódicamente para tratar de desplazar del colimador político, diplomático y mediático internacional crisis internas o regionales del imperialismo, como la citada investigación en el entorno del magnate presidente norteamericano, la ola de muertes violentas por armas de fuego o la cacería de inmigrantes en EE.UU..

Más allá de sus fronteras, destacan las contradicciones de Washington con aliados europeos y asiáticos por sus políticas proteccionistas o el impacto de sanciones a terceros; el conflicto UE-Reino Unido; el caso de Cataluña en España y sus impactos en otros países de la Unión Europea.

Las cortinas de humo, con la pretensión de tapar o minimizar los problemas internos de las potencias imperiales, ponen en riesgo no solo la seguridad de los países asediados o agredidos, sino a todo el mundo, pues significa jugar con candela e insolencia en un siglo más nuclear que nunca. Quienes perciben esos peligros desde el bando de Occidente, muchas veces lamentan la insensatez y posibles consecuencias de los actos de los supuestos culpables, pero obvian que la verdadera fábrica macabra está bajo sus pies.

Inventar pretextos para sostener políticas guerreristas y alimentar las arcas del complejo militar industrial es una fórmula tan vieja como tan cruel. El equipo de gobierno que sigue conformando Trump se acerca cada vez más al modelo ideal para desarrollar ese propósito, con las recientes designaciones del director de la CIA Mike Pompeo como Secretario de Estado; John Bolton para asesor de Seguridad Nacional, y a Gina Haspel al frente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Todos con una hoja de servicio plagada de hechos que los identifican con lo peor de la extrema derecha, fabricantes de mentiras por excelencia, con huellas de sangre y tortura en su trayectoria.

Solo en lo concerniente a Cuba destacan Pompeo por su estrecha amistad e incondicionalidad con el cavernícola Marco Rubio, mediante el cual recibió a mercenarios y terroristas de Miami en la sede de la CIA; Bolton nos acusó en el pasado reciente de tener armas biológicas y fracasó en su intento de sancionar y agredir a la Isla con ese pretexto, mientras Haspel estuvo estrechamente involucrada en la tortura de detenidos bajo el programa de Rendición, Detención e Interrogatorio (RDI) de la CIA y la destrucción de pruebas relacionadas, escándalo que implicó a la ilegal Base Naval de Guantánamo.  Claro está, estos son los hechos públicos, las peores tramas son secretas.

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