Angélica, salvadoreña, es una de los 4, 4 millones de latinos y latinas que viven en Florida y parte de los 2 millones de jóvenes en Estados Unidos que están a punto de ser expulsados del país, gracias al fin de DACA. Los que se quedan, unos 23 millones, ya no tendrán seguridad médica, lo que significa que, si se enferman, o se aguantan el sufrimiento hasta morir, o se endeudan hasta que la miseria los mate. Porta una camiseta hilarante “Don’t COVFEFE mi DACA”, en alusión a ese tweet que Donald Trump tuiteó bajo quién sabe qué efectos. Pero el humor va cediendo terreno.
Junto con varios de sus amigos, dreamers y residentes, ha participado en algunas de las protestas que se han llevado al cabo en Miami, afuera de las oficinas de Mario Díaz Balart y Marco Rubio, representantes por la Florida, y promotores del fin de DACA y de otras medidas como el estatus de protección temporal, TPS, y el quiebre del OBAMACARE que les dotaba de salud pública. “¡DACA y TPS, sí! ¡Deportación no!”, consigna, como parte de la campaña Organization United We Dream y Florida Inmigrant Coalition. Pero los republicanos hacen oídos sordos.
I’m done with this shit, reclama y añade:
—Díaz-Balart ha llevado las cosas demasiado lejos. Él no está con los jóvenes de la Florida, ni en Miami ni en Clearwater, ni en Tampa. Pregúntale al que quieras. Él desvió más de 1.2 billones de dólares del Obamacare ¿Sabes para qué? Para el fucking muro. Y aquí en la Florida, no tenemos educación, no tenemos salud, no tenemos trabajo. Ni los cubanos, porque dice que él es de padres cubanos, tienen salud y trabajo aquí. Eso hizo Díaz Balart. Traicionó hasta su propia gente. Él y Marco Rubio… My god, it’s full of fucking bullshit, man–, resopla de nuevo y se golpea la frente.
Se entiende el entredicho de Angélica. Es Mario Díaz-Balart diputado por el distrito 25 de Miami por el partido Republicano. Sus amigos son el líder de la Cámara de Representantes, Paul Ryan y el vicepresidente Mike Pence, ambos impulsores del fin de DACA. Se adhiere al grupo de legisladores cubano-americanos entre los que se encuentran Ileana Ros-Lethinen y Bob Menéndez, del partido Demócrata y los republicanos Carlos Curbelo y, por supuesto, el senador Marco Rubio, viejos propagandistas anti-Cuba, anti-Venezuela, anti-Bolivia y lo que se acumule en el caldo del imperialismo estadounidense.
Angelica levanta su currículum. Ya pue’, I need this shit, dice. Entra a probar suerte a un restaurante de comida mexicana que, para los amantes de los destinos poéticos, es propiedad de un güero conocido entre trabajadores de Clearwater como Mr. Be Good. Sale en media hora. Dibuja entre dos labios tristes una extraña parábola que no alcanza a ser una sonrisa.
—Comienzo esta noche a las once. Necesitan una hostess de aspecto mexicano. El puesto es mío.
—Pero tú eres salvadoreña.
—Si tienes la piel marrón, no hay diferencia. Y tampoco me importa. ¿Sabes por qué le dicen Be Good? Su negocio funciona con puros ilegales.
—Y no los deporta…
—¿Para qué? Les paga la mitad de un salario mínimo. Si quitan el DACA, aquí me puedo quedar. Es amigo de los republicanos. En las elecciones le ordenó a sus empleados repartir posters de Trump ¿Sabes a lo que me refiero? ¡Ilegales repartiendo propaganda de Trump!
El DACA y el TPS son los únicos programas que protegen a más de un millón de inmigrantes, tan sólo en Miami. Angélica podría ahora salvarse de una oleada masiva de deportaciones si sabe esconderse en la cocina del restaurante, cuando venga la policía o algún supremacista fanático de Donald Trump, o si Mario Díaz Balart y Marco Rubio pasan alguna vez por aquí.
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