A
pesar de los efectos negativos que muestra este enfriamiento de las
relaciones con Cuba, el gobierno de Trump persiste en una retórica
anclada en la Guerra Fría, tal como pudo notarse en su discurso frente a
la Asamblea General de la ONU el pasado 19 de septiembre.
El Gobierno estadounidense denunció hace unas semanas que varios de sus funcionarios y diplomáticos destinados en La Habana habrían sufrido, presuntamente, un ataque sónico de origen desconocido que les habría provocado daños auditivos de distinto tipo. Si bien este tema se remonta a casi un año atrás, en las últimas semanas se ha reactivado y muchos se preguntan qué intereses se encuentran detrás de este turbio episodio, lo que nos transporta directamente a un clima de operativo encubierto típico de Guerra Fría.
Las denuncias estadounidenses coinciden con el enfriamiento de las relaciones entre EEUU y Cuba, fruto de varios factores, entre ellos las acciones de Donald Trump reforzando el bloqueo a la isla caribeña. El bloqueo debía concluir el 14 de septiembre de 2017, pero el 8 de septiembre de 2017 el presidente emitió un Memorando renovando la Ley de Comercio con el Enemigo de 1917 en la que se basa el bloqueo a Cuba. Esta ley se ha ido refrendando cada año desde que John F. Kennedy hiciera uso de ella por primera vez en 1962 para justificar el bloqueo comercial, económico y financiero a Cuba.
La renovación del bloqueo, que nunca fue abolido por Barack Obama, no ha sido impedimento para que ambos países celebraran el 19 de septiembre pasado en Washington D.C. la sexta reunión de su Comisión Bilateral, en la que EEUU expresó a las autoridades cubanas su “profunda preocupación por la seguridad y la protección” de sus diplomáticos en La Habana, exigiendo la “urgente necesidad de identificar la causa de estos incidentes y asegurar que cesen”. En el mismo encuentro se trataron otros temas: migratorios, de seguridad y lo relativo a los derechos humanos -que ha sido instrumentalizado especialmente por EEUU para justificar su política hacia Cuba-.
Esta reunión bilateral fue la primera que se celebraba después de que Trump anunciara su nueva política hacia Cuba en la “Little Habana” de Miami el 16 de junio 2017, frente al sector más duro de la comunidad cubanoamericana, incluidos veteranos de la invasión a Playa Girón de 1961. En este encuentro tuvieron protagonismo varios líderes del anticastrismo, entre ellos el senador por Florida Marco Rubio, una de las personalidades más influyente en la postura de Trump hacia Cuba. En su intervención, Trump recurrió a un lenguaje beligerante con alusiones propias de la Guerra Fría: “no permaneceremos callados ante la opresión comunista”, así como referencias a Venezuela y Corea del Norte. Asimismo, criticó a la administración Obama por haber hecho un acuerdo “terrible y equivocado” con el “régimen de Castro” que no ayudó al pueblo de Cuba con el levantamiento de algunas restricciones al turismo y la inversión pues, a decir de Trump, esto sólo enriqueció al “régimen”, especialmente a los militares cubanos que controlarían el sector turístico.
Ese día Trump firmó una directiva que establece algunas líneas maestras de la política de EEUU hacia Cuba que suponen revertir en parte la incipiente “apertura” que EEUU había logrado con la administración Obama, tal y como había prometido en su campaña electoral para atraer el voto cubanoamericano más intransigente. En ella se oficializaron las siguientes decisiones respecto de las relaciones EEUU-Cuba:
-EEUU no va a cambiar su política hacia Cuba hasta que no deje de haber “presos políticos” en la isla, “se respete la libertad de expresión y reunión”, se produzca la legalización de todos los partidos políticos y se realicen “elecciones libres y supervisadas internacionalmente”;
-Se refuerza el bloqueo. Nuevas restricciones al comercio que impiden a las empresas estadounidenses comerciar con cualquier firma que esté controlada por el Ejército cubano o sus servicios de inteligencia;
-Persisten las limitaciones al turismo. Los estadounidenses seguirán sin poder viajar de manera libre y privada a Cuba mientras que quienes lo hagan por temas educativos se verán sometidos a nuevas reglas;
-Se exige la repatriación de los “criminales militares cubanos que derribaron y mataron a cuatro valientes miembros de Hermanos al Rescate”, en palabras de Donald Trump.
Lo anterior supone la congelación, de facto, de algunos de los avances que se habían conseguido gracias a años de conversaciones bilaterales en secreto que salieron a la luz con el anuncio de la “normalización” de las relaciones el 17 de diciembre de 2014. No obstante, se mantienen algunas de las iniciativas de la administración Obama hacia Cuba, que consiguieron un amplio respaldo en EEUU, incluso desde sectores republicanos.
Esto se debe, entre otras cosas, a que un buen número de empresarios estadounidenses ha denunciado a través de la Cámara de Comercio de ese país que el bloqueo no sólo afecta a las empresas estadounidenses sino también a los empleos en EEUU, y éste es teóricamente uno de los temas de supuesta “máxima preocupación” para el mandatario republicano. La postura de los empresarios no es nueva para Trump que, tal como lo develó en su momento Newsweek, realizó negocios con la Cuba de Fidel Castro en 1998, violando las leyes del bloqueo estadounidense.
A pesar de los efectos negativos que muestra este enfriamiento de las relaciones con Cuba, el gobierno de Trump persiste en una retórica anclada en la Guerra Fría, tal como pudo notarse en su discurso frente a la Asamblea General de la ONU el pasado 19 de septiembre, tildando a Cuba de “régimen corrupto y desestabilizador”, remarcando que no levantarán las sanciones al Gobierno cubano “hasta que haga reformas estructurales”, ignorando que Cuba se encuentra en su propio proceso de “actualización económica” desde 2011. Estas frases cargadas de moralismo y realismo político remiten a discursos típicos de las administraciones republicanas como las de George W. Bush y la de Richard Nixon.
En la misma Asamblea, el canciller cubano Bruno Rodríguez se refirió a los improperios de Trump y reafirmó la voluntad de diálogo y cooperación del Gobierno cubano: “Cuba y los Estados Unidos pueden cooperar y convivir, respetando las diferencias y promoviendo todo aquello que beneficie a ambos países y pueblos, pero no debe esperarse que para ello Cuba realice concesiones inherentes a su soberanía e independencia”.
Considerando el proceso histórico y el escenario actual, la política de Trump hacia Cuba puede interpretarse como un intento de marcar distancias con la administración precedente, así como una concesión al sector ultra del exilio cubanoamericano que ayudó a Trump a ganar la Presidencia desde Florida (una porción minoritaria y no representativa, pese a su peso en la política interna estadounidense, del conjunto de la emigración cubanoamericana). Muestra de los compromisos del presidente estadounidense con este grupo es la inclusión del abogado, lobista pro-bloqueo y miembro de la organización Democracia Cuba-EEUU, Mauricio Clever-Carone, en un equipo de personas que desde el Departamento del Tesoro tienen la potestad, junto al Departamento de Comercio, de evaluar la aplicación o flexibilización del bloqueo y las eventuales sanciones a quienes lo incumplan. Esto es una mala noticia para el Gobierno y el pueblo cubano, pero también para los propios intereses políticos y económicos de EEUU.
La creciente multilateralización del sistema internacional facilita que la Revolución Cubana pueda hacer frente de mejor manera a esta nueva coyuntura que se abre. Pero si la actual administración estadounidense obstruye las oportunidades políticas –y económicas– abiertas por la administración Obama, serán otros países los que ocuparán esos espacios, como bien saben los empresarios estadounidenses favorables al comercio con Cuba. Son estos actores, junto a otros sectores sociales que desde hace años denuncian el bloqueo por otros motivos no necesariamente económicos, los que pueden presionar al Congreso para forzar el levantamiento del bloqueo. Y esas presiones, en un momento dado podrían obligar a Trump a continuar la política hacia Cuba iniciada por Barack Obama.
Los próximos pasos del gobierno de Donald Trump en relación a Cuba parece que estarán más determinados por las claves y equilibrios de la política interna estadounidense que por las decisiones que puedan tomarse desde La Habana. Por más retórica de Guerra Fría que utilice el presidente Trump, al final se encontrará en la disyuntiva de elegir entre una política exterior pragmática, adecuada a la actual geopolítica latinoamericano-caribeña, así como a un sistema internacional en creciente multipolarización; o el regreso a una política exterior que se ha demostrado anacrónica, además de fallida para los intereses estadounidenses.
Artículo publicado en: http://www.celag.org/trump-cuba-regreso-la-guerra-fria/
Organización subversiva del exilio anticastrista financiada por la CIA.
Para profundizar en las relaciones de las distintas administraciones
estadounidenses con Cuba puede consultarse: Ramón Sánchez-Parodi (2011).
Cuba-USA. Diez tiempos de una relación. Ocean Sur, México DF; Elier Ramírez Cañedo y Esteban Morales Domínguez (2014). De la confrontación a los intentos de “normalización”. La política de Estados Unidos hacia Cuba. Ed. Ciencias Sociales, La Habana; y William M. LeoGrande y Peter Kornbluh (2015). Diplomacia encubierta con Cuba. Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana. Fondo de Cultura Económica, México DF.
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