Por:
Rosa Miriam Elizalde
Es surrealista el diálogo entre dos altos funcionarios del Departamento de Estado y representantes de la prensa estadounidense sobre el rarísimo y selectivo ataque sónico, en La Habana, contra personal diplomático de EEUU y Canadá.
Los burócratas pretenden que argumentan unas premisas indemostrables y
los colegas periodistas pretenden que preguntan. En el ínterin, el
vocabulario del gobierno estadounidense ha cambiado el tono del lenguaje
diplomático y lo que hasta el otro día era un “incidente” ahora es un
“ataque”
.
Pero sigue sin haber una
explicación de por qué o cómo esto podría suceder. En las riadas de
información previa, es posible encontrar pistas que habrían dado para un
buen intercambio con el Departamento de Estado y no el frustrante jugueteo verbal de esta mañana.
Por ejemplo, el
22 de septiembre, especialistas consultados por Reuters, dijeron que es
muy improbable que los síntomas descritos se puedan presentar al mismo
tiempo. En su discurso ante la ONU,
el Canciller Bruno Rodríguez fue enfático al declarar que Cuba ha
cooperado con Estados Unidos para realizar una investigación al respecto
y, sin embargo, no ha recibido datos sobre los síntomas concretos ni
los cubanos han podido examinar a los diplomáticos afectados.
Según esta reseña del diario McClatchy y de esta otra de The Miami Herald, los expertos en Estados Unidos que examinaron a los diplomáticos pertenecen a la Universidad de Miami (sic).
(Recordemos que del Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos,
de esta Universidad, también salió en octubre de 2015 el fake news de que militares cubanos estaban entrenando a fuerzas del gobierno sirio.)
Y todo este
escándalo se produce cuando EE.UU. ha decidido el retorno a la línea
dura, de lo cual no ha quedado dudas después de escuchar el
pantagruélico discurso de guerra en la ONU. Donald Trump
metió a Cuba en la lista de sus peores enemigos y como dice un amigo,
Luis Rumbaut, “este parece otro de los tabacos explosivos de la CIA, que
promete estallarle en la cara a aquel que se lo fume”.
- ¿Quiénes son los médicos que examinaron a estos diplomáticos?
- ¿Por qué los partes médicos no se han hecho públicos, aunque sea con los nombres de los pacientes tachados para proteger su privacidad?
- ¿Cuáles son exactamente los síntomas que tienen estos individuos, porque todos los referidos son ambiguos y, según los especialistas, no se pueden padecer al mismo tiempo?
- ¿Otros médicos, aparte de los de la Universidad de Miami, han evaluado a los afectados?
- ¿Los médicos del Walter Reed National Military Medical Center -el hospital en Washington para militares y funcionarios del gobierno- han hecho un examen profesional de estos casos? ¿Dónde está ese diagnóstico?
- ¿Qué dice el National Institutes of Health (NIH), la principal agencia estadounidense para la investigación médica?
- ¿Quiénes son los especialistas creíbles del gobierno que han aportado una evaluación especializada -sin retórica política- del supuesto ataque sónico?
- ¿Cuándo un “incidente” se convierte en un “ataque”? ¿Cuál es la diferencia entre estas dos palabras para el Departamento de Estado de la administración Trump?
Con todo
respeto, sin respuestas a estas preguntas, solo hay palabras difíciles
de digerir y una epidemia de sordera colectiva, que se parece a la que
asoló al mundo creado por Saramago en su célebre Ensayo sobre la ceguera. El
Nobel lo resumía en una frase tremenda: “El problema es que ellos no
saben, no pueden saber, lo que es tener ojos en un mundo de ciegos.”
(Tomado de DesbloqueandoCuba)
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