Hace aproximadamente un año visité la ciudad de Los
Ángeles, en Estados Unidos, y pude constatar el respeto que sienten los
ciudadanos estadounidenses por su bandera. Muchos hogares la colocan
permanentemente en un lugar cercano a la puerta de entrada, lo mismo que
las instituciones estatales e incluso, privadas. Por más que busqué
durante la semana de mi estancia, no hallé en aquella ciudad una sola
persona vestida con licras, camisetas, pulóveres, vestidos o pañuelos,
diseñados sobre las simbólicas barras y estrellas de la enseña patria
del vecino del norte. Tampoco autos con la bandera nacional izada en sus
antenas. En Cuba, sin embargo, es un hecho cotidiano que no debemos
dejar pasar inadvertido.
Tal fenómeno, impensable, unos años atrás, en la patria
antimperialista de Martí y Fidel, debe analizarse a profundidad y en
toda la dimensión de su indiscutible complejidad. Parto, en primer
lugar, del respeto que me merecen las banderas de todas las naciones,
incluida la estadounidense: son sagradas.
Cuesta trabajo concebir que un estado permita la confección y
comercialización de prendas de vestir de tan mal gusto estético e
irrespeto total a la enseña patria, incluso utilizada en ropa interior.
He indagado con colegas y amigos que viajan con frecuencia a Estados
Unidos, y coinciden con mi observación, refiriendo que esas prácticas
están muy centradas en algunas minorías en el estado de Florida, o en
zonas apartadas donde impera el más rancio fundamentalismo blanco.
Recientemente mi colega y amiga doctora Mildred de la Torre, Premio
Nacional de Historia, me contaba un incidente ocurrido en un parque a
escasos metros de su casa. Un deslumbrante «almendrón» estacionó
batiendo orondo una bandera estadounidense. Parecía que desafiaba a
quienes no desean ver ondear en Cuba más que la enseña de la estrella
solitaria. Un barrendero, que pasaba casualmente por el lugar, arrancó
la bandera y la echó a la basura. El indignado chofer del auto,
colérico, le preguntó por qué lo había hecho. La respuesta, serena e
inmutable del trabajador de comunales, no pudo ser más categórica: «¡Yo
tengo memoria!»
Estoy convencido de que muchos de quienes usan esas prendas no lo
hacen por motivaciones ideológicas. Ante mí, en una marcha patriótica,
dos jóvenes, una con camiseta y otra con pañuelo con la bandera
estadounidense, daban vivas a Martí, Fidel y Maceo, y a nuestra
Revolución. Aquellos héroes y la obra que hemos construido, son ejemplos
límpidos de antimperialismo.
Puede que haya quienes la porten pensando en modas; otros, que con el
restablecimiento de relaciones diplomáticas, se «normalizaron» las
mismas y llevarlas sea una muestra de amistad. Estoy convencido de que
hay quienes la usan con orgulloso sentimiento de sumisión colonial. De
hecho, desde que los cubanos comenzaron a inicios del siglo xix a luchar
por su independencia, y hasta hoy, la opción anexionista ha estado
presente.
No creo que romper banderas, echarlas a la basura e incluso penalizar
su uso, como lo han hecho otros países ante banderas que no sean las
propias, sea la respuesta adecuada. Tampoco me parece correcto que este
fenómeno se contrarreste vendiendo banderas cubanas y saturando cada
espacio –hasta bares– con la nuestra. Le debemos tanto respeto por lo
que significa, que debemos usarla con la mayor solemnidad. Solo a través
de la cultura y la enseñanza de la historia de la nación, con mayor y
mejor educación, se vence esta desafiante batalla.
La enseña de la estrella solitaria a muchos estremece el alma. La
imagino desafiante en los campos de batalla de la manigua cubana,
enarbolada por valerosos abanderados mambises. La recuerdo gloriosa
batiendo el aire, solidaria, en Angola. Digna y erguida en Guantánamo
frente al territorio ilegalmente ocupado en la Base Naval de los Estados
Unidos. En el Monte de las Banderas, en las batallas decisivas por el
rescate de nuestros Cinco Héroes. También cubriendo el cuerpo de
nuestros esforzados y comprometidos atletas.
Hubo un momento de nuestra historia –entre 1897 y comienzos de 1898–,
en el que, de muy buena fe, muchos cubanos pensaron que la intervención
norteamericana en los destinos de Cuba sería la solución decisoria para
alcanzar nuestra independencia. Se mostraban entonces, unidas, las
banderas de Cuba y Estados Unidos. Fue una época de grandes
sufrimientos, frustraciones y amargura. Como cronistas de su tiempo,
numerosos poetas cubanos hicieron entonces de la bandera de la estrella
solitaria, innecesariamente acompañada, la musa inspiradora de sufridos
corazones. Quizá la sensibilidad de los poetas les permitiera ver más
lejos y más hondo entre los mortales. Por entonces, Diego Vicente Tejera
publicaba el poema La estrella solitaria, que concluía: Sufres,
Cuba, bien lo sé; / pero advierte en tu zozobra, / que todo lo grande
es obra / del entusiasmo y la fe. / Para que luzca tu día, / es tu
estrella necesaria, / porque es un sol, patria mía, / esa Estrella
Solitaria.
El 26 de abril de 1899, Enrique Hernández Mirayes publicaba el poema Dos Banderas, dedicado a Diego Vicente Tejera:
Luce esplendente el sol de la mañana,
y sobre el muro gris de una azotea
la bandera de Cuba al aire ondea,
unida a la bandera americana.
Juntas las dos, su simbolismo hermana
de sacrosanta libertad la idea;
desplegadas ayer en la pelea,
plegar hicieron la bandera hispana.
Una y otra, cual nuncio de contento,
estrellas y colores dan al viento
que con gallardo soplo las tremola.
El destino las guarde siempre amigas,
a despecho de pérfidas intrigas…
¡pero que nunca formen una sola!
Bonifacio Byrne inmortalizó aquellos instantes con su poema Mi bandera, publicado por vez primera el 6 de mayo de 1899. Doloroso canto de honor y de vergüenza, en uno de cuyos sonetos sentenció: Con
la fe de las almas austeras / hoy sostengo con honda energía, / que no
deben flotar dos banderas / donde basta con una: ¡la mía!
Para los cubanos, 1901 comenzó tenso. Más de un año de indefinida
ocupación militar caldeaba los ánimos. El martes 15 de enero, el
periódico La Discusión, reproducía un poema de Francisco Faura, titulado
también Mi bandera. Al igual que el de Byrne, denotaba tristeza y añoranzas:
No tengo nada más que una bandera
que con profunda admiración saludo:
la que en sus pliegues envolvió desnudo
al que luchaba contra suerte artera.
Me enorgullece que se aclame y quiera,
porque gallarda, como férreo escudo,
venció al Destino, impenetrable y rudo,
y aún a la Parca, irresistible y fiera.
Cuando ardiente el Oriente enrojecía
por el pálido sol de la mañana
y el céfiro en los aires se mecía,
al despertar risueño de la diana
¡Qué alegre mi bandera aparecía,
mi bandera tan noble … La cubana!
No tengo nada más que una bandera
que con creciente devoción saludo:
la que en la paz con apretado nudo
a todos une en comunión sincera.
¡Quién no la da a los vientos altanera
cuando, inspirando las virtudes, pudo
triunfar del Odio, con ejemplo mudo,
y aún a la duda responder: ¡Espera!
Ya se esfuma en luciente lejanía
una aurora de nácares temprana
que ensueño inenarrable prometía …
Despliéguese anunciando soberana,
mi bandera de amor, el bello día
de la joven República Cubana!
De las discusiones airadas e incertidumbres en torno a los destinos
de Cuba y la aprobación de la Enmienda Platt, dejó testimonio el diario
La Discusión, que en el número del lunes 4 de marzo, en primera plana
publicó como titular Más de 15 000 personas manifestando
públicamente su adhesión a la Asamblea Constituyente y su protesta a la
tendencia proteccionista. El editorial, titulado Frente a la realidad, describía la reacción de los cubanos ante el injerencismo estadounidense:
«…El Gobierno interventor ha podido observar el sábado, en el acto de
la imponente manifestación llevada a cabo por este pueblo en honor a
los representantes de Cuba y por el amor a la Patria, cuán grande es en
este pueblo el sentimiento de su independencia absoluta y cuan colosal
es también su cultura política. La población cubana de esta capital
hallábase toda, en la noche del sábado último, fuera de sus hogares: la
que no marchó tras los estándares de las agrupaciones políticas, cubría,
como un ejército en las grandes solemnidades, el largo tramo recorrido
por la manifestación; y a pesar de la agitación natural de todos los
espíritus, no hubo una sola voz destemplada para los enemigos de los
ideales de Cuba.
«Asimismo habrá podido observar el Gobierno que ese acto ha sido el
primero que se ha realizado por el pueblo sin que al lado de la bandera
de nuestra redención figure, como hermanada a la nuestra por el recuerdo
de las víctimas del sacrificio común por la libertad, la bandera
americana. Es la primera vez que eso sucede, y tal suceso es un síntoma
muy apreciable para los fines que en Cuba debe perseguir el Gobierno
americano. No es una señal de ingratitud, sino la significación de la
gran desconfianza que todos ya francamente abrigamos de que se cumpla la
Joint Resolution de 19 de abril de 1898, violada por la enmienda
aprobada del senador Orville Platt…».
Ya desde entonces los patriotas cubanos, nuestro pueblo, separaba las dos banderas, conscientes de nuestra soberanía.
Hoy ondean en Cuba de manera permanente, dos banderas
estadounidenses, una, en la sede de su misión diplomática; otra, en el
territorio ilegalmente ocupado por la Base Naval en la bahía de
Guantánamo. En noviembre del 2008 el General de Ejército Raúl Castro Ruz
expresó al actor norteamericano Sean Penn, que para comenzar a resolver
los problemas entre los Estados Unidos y Cuba, podría conversar con el
presidente de los Estados Unidos en Guantánamo, donde le obsequiaría a
Obama, la propia bandera estadounidense que ondea en la bahía para que
la llevase de regreso a su país.
Pienso que en nuestra Cuba de hoy, libre y soberana, antimperialista y
solidaria, cuando se hable de banderas, como bien sentenciara Bonifacio
Byrne, solo basta con una: «La mía».
*Presidente del Instituto de Historia de Cuba
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