miércoles, 21 de junio de 2017

La mía



Hace aproximadamente un año visité la ciudad de Los Ángeles, en Estados Unidos, y pude constatar el respeto que sienten los ciudadanos estadounidenses por su bandera. Muchos hogares la colocan permanentemente en un lugar cercano a la puerta de entrada, lo mismo que las instituciones estatales e incluso, privadas. Por más que busqué durante la semana de mi estancia, no hallé en aquella ciudad una sola persona vestida con licras, camisetas, pulóveres, vestidos o pañuelos, diseñados sobre las simbólicas barras y estrellas de la enseña patria del vecino del norte. Tampoco autos con la bandera nacional izada en sus antenas. En Cuba, sin embargo, es un hecho cotidiano que no debemos dejar pasar inadvertido.

Tal fenómeno, impensable, unos años atrás, en la patria antimperialista de Martí y Fidel, debe analizarse a profundidad y en toda la dimensión de su indiscutible complejidad. Parto, en primer lugar, del respeto que me merecen las banderas de todas las naciones, incluida la estadounidense: son sagradas.

Cuesta trabajo concebir que un estado permita la confección y comercialización de prendas de vestir de tan mal gusto estético e irrespeto total a la enseña patria, incluso utilizada en ropa interior.
He indagado con colegas y amigos que viajan con frecuencia a Estados Unidos, y coinciden con mi observación, refiriendo que esas prácticas están muy centradas en algunas minorías en el estado de Florida, o en zonas apartadas donde impera el más rancio fundamentalismo blanco.

Recientemente mi colega y amiga doctora Mildred de la Torre, Premio Nacional de Historia, me contaba un incidente ocurrido en un parque a escasos metros de su casa. Un deslumbrante «almendrón» estacionó batiendo orondo una bandera estadounidense. Parecía que desafiaba a quienes no desean ver ondear en Cuba más que la enseña de la estrella solitaria. Un barrendero, que pasaba casualmente por el lugar, arrancó la bandera y la echó a la basura. El indignado chofer del auto, colérico, le preguntó por qué lo había hecho. La respuesta, serena e inmutable del trabajador de comunales, no pudo ser más categórica: «¡Yo tengo memoria!»

Estoy convencido de que muchos de quienes usan esas prendas no lo hacen por motivaciones ideológicas. Ante mí, en una marcha patriótica, dos jóvenes, una con camiseta y otra con pañuelo con la bandera estadounidense, daban vivas a Martí, Fidel y Maceo, y a nuestra Revolución. Aquellos héroes y la obra que hemos construido, son ejemplos límpidos de antimperialismo.

Puede que haya quienes la porten pensando en modas; otros, que con el restablecimiento de relaciones diplomáticas, se «normalizaron» las mismas y llevarlas sea una muestra de amistad. Estoy convencido de que hay quienes la usan con orgulloso sentimiento de sumisión colonial. De hecho, desde que los cubanos comenzaron a inicios del siglo xix a luchar por su independencia, y hasta hoy, la opción anexionista ha estado presente.

No creo que romper banderas, echarlas a la basura e incluso penalizar su uso, como lo han hecho otros países ante banderas que no sean las propias, sea la respuesta adecuada. Tampoco me parece correcto que este fenómeno se contrarreste vendiendo banderas cubanas y saturando cada espacio –hasta bares– con la nuestra. Le debemos tanto respeto por lo que significa, que debemos usarla con la mayor solemnidad. Solo a través de la cultura y la enseñanza de la historia de la nación, con mayor y mejor educación, se vence esta desafiante batalla.

La enseña de la estrella solitaria a muchos estremece el alma. La imagino desafiante en los campos de batalla de la manigua cubana, enarbolada por valerosos abanderados mambises. La recuerdo gloriosa batiendo el aire, solidaria, en Angola. Digna y erguida en Guantánamo frente al territorio ilegalmente ocupado en la Base Naval de los Estados Unidos. En el Monte de las Banderas, en las batallas decisivas por el rescate de nuestros Cinco Héroes. También cubriendo el cuerpo de nuestros esforzados y comprometidos atletas.

Hubo un momento de nuestra historia –entre 1897 y comienzos de 1898–, en el que, de muy buena fe, muchos cubanos pensaron que la intervención norteamericana en los destinos de Cuba sería la solución decisoria para alcanzar nuestra independencia. Se mostraban entonces, unidas, las banderas de Cuba y Estados Unidos. Fue una época de grandes sufrimientos, frustraciones y amargura. Como cronistas de su tiempo, numerosos poetas cubanos hicieron entonces de la bandera de la estrella solitaria, innecesariamente acompañada, la musa inspiradora de sufridos corazones. Quizá la sensibilidad de los poetas les permitiera ver más lejos y más hondo entre los mortales. Por entonces, Diego Vicente Tejera publicaba el poema La estrella solitaria, que concluía: Sufres, Cuba, bien lo sé; / pero advierte en tu zozobra, / que todo lo grande es obra / del entusiasmo y la fe. / Para que luzca tu día, / es tu estrella necesaria, / porque es un sol, patria mía, / esa Estrella Solitaria.
El 26 de abril de 1899, Enrique Hernández Mirayes publicaba el poema Dos Banderas, dedicado a Diego Vicente Tejera:

Luce esplendente el sol de la mañana,
y sobre el muro gris de una azotea
la bandera de Cuba al aire ondea,
unida a la bandera americana.
Juntas las dos, su simbolismo hermana
de sacrosanta libertad la idea;
desplegadas ayer en la pelea,
plegar hicieron la bandera hispana.
Una y otra, cual nuncio de contento,
estrellas y colores dan al viento
que con gallardo soplo las tremola.
El destino las guarde siempre amigas,
a despecho de pérfidas intrigas…
¡pero que nunca formen una sola!

Bonifacio Byrne inmortalizó aquellos instantes con su poema Mi bandera, publicado por vez primera el 6 de mayo de 1899. Doloroso canto de honor y de vergüenza, en uno de cuyos sonetos sentenció: Con la fe de las almas austeras / hoy sostengo con honda energía, / que no deben flotar dos banderas / donde basta con una: ¡la mía!

Para los cubanos, 1901 comenzó tenso. Más de un año de indefinida ocupación militar caldeaba los ánimos. El martes 15 de enero, el periódico La Discusión, reproducía un poema de Francisco Faura, titulado también Mi bandera. Al igual que el de Byrne, denotaba tristeza y añoranzas:
No tengo nada más que una bandera
que con profunda admiración saludo:
la que en sus pliegues envolvió desnudo
al que luchaba contra suerte artera.
Me enorgullece que se aclame y quiera,
porque gallarda, como férreo escudo,
venció al Destino, impenetrable y rudo,
y aún a la Parca, irresistible y fiera.
Cuando ardiente el Oriente enrojecía
por el pálido sol de la mañana
y el céfiro en los aires se mecía,
al despertar risueño de la diana
¡Qué alegre mi bandera aparecía,
mi bandera tan noble … La cubana!
No tengo nada más que una bandera
que con creciente devoción saludo:
la que en la paz con apretado nudo
a todos une en comunión sincera.
¡Quién no la da a los vientos altanera
cuando, inspirando las virtudes, pudo
triunfar del Odio, con ejemplo mudo,
y aún a la duda responder: ¡Espera!
Ya se esfuma en luciente lejanía
una aurora de nácares temprana
que ensueño inenarrable prometía …
Despliéguese anunciando soberana,
mi bandera de amor, el bello día
de la joven República Cubana!

De las discusiones airadas e incertidumbres en torno a los destinos de Cuba y la aprobación de la Enmienda Platt, dejó testimonio el diario La Discusión, que en el número del lunes 4 de marzo, en primera plana publicó como titular Más de 15 000 personas manifestando públicamente su adhesión a la Asamblea Constituyente y su protesta a la tendencia proteccionista. El editorial, titulado Frente a la realidad, describía la reacción de los cubanos ante el injerencismo estadounidense:
«…El Gobierno interventor ha podido observar el sábado, en el acto de la imponente manifestación llevada a cabo por este pueblo en honor a los representantes de Cuba y por el amor a la Patria, cuán grande es en este pueblo el sentimiento de su independencia absoluta y cuan colosal es también su cultura política. La población cubana de esta capital hallábase toda, en la noche del sábado último, fuera de sus hogares: la que no marchó tras los estándares de las agrupaciones políticas, cubría, como un ejército en las grandes solemnidades, el largo tramo recorrido por la manifestación; y a pesar de la agitación natural de todos los espíritus, no hubo una sola voz destemplada para los enemigos de los ideales de Cuba.

«Asimismo habrá podido observar el Gobierno que ese acto ha sido el primero que se ha realizado por el pueblo sin que al lado de la bandera de nuestra redención figure, como hermanada a la nuestra por el recuerdo de las víctimas del sacrificio común por la libertad, la bandera americana. Es la primera vez que eso sucede, y tal suceso es un síntoma muy apreciable para los fines que en Cuba debe perseguir el Gobierno americano. No es una señal de ingratitud, sino la significación de la gran desconfianza que todos ya francamente abrigamos de que se cumpla la Joint Resolution de 19 de abril de 1898, violada por la enmienda aprobada del senador Orville Platt…».

Ya desde entonces los patriotas cubanos, nuestro pueblo, separaba las dos banderas, conscientes de nuestra soberanía.

Hoy ondean en Cuba de manera permanente, dos banderas estadounidenses, una, en la sede de su misión diplomática; otra, en el territorio ilegalmente ocupado por la Base Naval en la bahía de Guantánamo. En noviembre del 2008 el General de Ejército Raúl Castro Ruz expresó al actor norteamericano Sean Penn, que para comenzar a resolver los problemas entre los Estados Unidos y Cuba, podría conversar con el presidente de los Estados Unidos en Guantánamo, donde le obsequiaría a Obama, la propia bandera estadounidense que ondea en la bahía para que la llevase de regreso a su país.

Pienso que en nuestra Cuba de hoy, libre y soberana, antimperialista y solidaria, cuando se hable de banderas, como bien sentenciara Bonifacio Byrne, solo basta con una: «La mía».


*Presidente del Instituto de Historia de Cuba

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