El
público levanta su mano diestra hasta la altura del pecho. De un violín
desafinado salen las notas del himno de los Estados Unidos. La multitud
corea ¡USA!, ¡USA! Desde el podio, un Donald Trump errático desempolva
la retórica de la Guerra Fría para anunciar el cambio de política hacia
Cuba que recrudece la aplicación del bloqueo...
El público levanta su mano diestra
hasta la altura del pecho. De un violín desafinado salen las notas del
himno de los Estados Unidos. La multitud corea ¡USA!, ¡USA! Desde el
podio, un Donald Trump errático desempolva la retórica de la Guerra Fría
para anunciar el cambio de política hacia Cuba que recrudece la
aplicación del bloqueo y da marcha atrás a algunas de las medidas
emprendidas por su predecesor demócrata, Barack Obama.
Trump llegó al teatro de Miami que lleva el nombre del mercenario de
Playa Girón Manuel Artime flanqueado por los congresistas Marco Rubio y
Mario Díaz-Balart. A base de artimañas, ambos legisladores de origen
cubano lograron secuestrar la política hacia La Habana para llevarla en
sentido contrario a la opinión de la mayoría del electorado
estadounidense, incluido el republicano.
Hubo elogios y palmadas en la espalda para Rubio. «Quiero expresar mi
profunda gratitud hacia un hombre que en verdad se ha convertido en un
amigo», dijo el mandatario sobre el senador por la Florida, quien ha
maquillado su pasado cubano para escalar posiciones en Washington. A
pesar de que sus padres se fueron de la Isla en la época de Batista,
Rubio sostiene en su biografía oficial que «huyeron del comunismo»
.
A Trump lo esperaban en Miami los mercenarios que fueron cambiados
por compotas tras su derrota en Playa Girón, la vieja guardia terrorista
que mató a nombre de la CIA y se quedó esperando el barco con bandera
americana que los regresaría a Cuba, invasión mediante.
El show no podía estar completo sin la fauna local de la
contrarrevolución, esa que los propios diplomáticos estadounidenses
—según reveló Wikileaks— calificaron como individualistas más
preocupados por las remesas de Washington que por el arraigo social. No
es raro verlos por Miami, a donde van y vienen según sople el viento de
los dólares.
El presidente se refirió en sus palabras una y otra vez a la
«asombrosa comunidad cubana» con la que se comprometió durante su
campaña. «Ustedes salieron y votaron y aquí estoy como prometí», dijo.
Al parecer, Trump está convencido de que la exigua minoría de
ultraderechistas que lo rodeaba este viernes es representativa de los
casi dos millones de ciudadanos de origen cubano que viven en los
Estados Unidos.
Con solo salir del teatro, habría visto una realidad muy distinta.
«Cuba sí, bloqueo no», gritaban cientos de personas a solo una cuadra de
distancia, en la calle Flagler, durante una protesta bautizada como
«Manos fuera de Cuba».
Según la última encuesta de la Universidad Estatal de la Florida, la
mayoría de los cubanos en la Florida apoyan el restablecimiento de las
relaciones con su país natal y rechazan el bloqueo.
Pero el presidente decidió escuchar otras voces. Prefirió llevar a
la tarima, violín en mano, al hijo de un esbirro de Batista en Santiago
de Cuba, un asesino que estuvo involucrado en la muerte de Frank País.
«No nos olvidamos», dijo Trump en su discurso. Los cubanos tampoco
olvidan.
Cuando agradeció a los «niños de la Operación Peter Pan», olvidó
mencionar que fue la CIA quien organizó la salida de más de 40 000
menores de edad con la mentira de que la Revolución les quitaría la
patria potestad. Muchos de ellos, que fueron separados a la fuerza de
sus raíces, han regresado a Cuba y tienen contacto con sus familiares en
la Isla.
Trump habló de Cuba con el desconocimiento que se le critica en
muchos otros temas. Dijo que era una nación que «esparce la violencia y
la inestabilidad en la región». ¿Se referiría el mandatario al mismo
país que el Papa Francisco llamó la capital mundial de la unidad? ¿A la
nación que acogió las conversaciones para poner fin a más de medio siglo
de guerra en Colombia? ¿O la capital donde se decretó América Latina y
el Caribe como zona de paz?
Criticó los acuerdos alcanzados entre Cuba y Estados Unidos durante
la presidencia de Obama y dijo que su nueva política estaba encaminada a
proteger la seguridad nacional de los Estados Unidos y traería
beneficios al pueblo cubano.
Sin embargo, más de una decena de altos ex funcionarios militares, de
los que gusta rodearse, le advirtieron hace poco que romper los lazos
con Cuba suponía un gran riesgo para los intereses de los propios
Estados Unidos, y que La Habana podía ser un importante aliado en el
enfrentamiento al ciberdelito, el narcotráfico o el terrorismo
.
El bloqueo que pretende fortalecer con sus cambios —como han
reconocido los propios estadounidenses y como reconoce la comunidad
internacional cada año— causa graves daños al pueblo que quiere
«proteger» y es la principal violación a sus derechos.
Trump impuso condiciones injerencistas, al peor estilo de la Guerra
Fría, como requisito para sentarse a negociar con Cuba un «mejor
acuerdo».
El 5 de enero de 1961, apenas dos días después de que se rompieran
las relaciones con Estados Unidos, cuando era inminente una invasión
estadounidense y la Revolución era joven aún, la respuesta llegó con una
declaración del gobierno que tenía el sello de Fidel: «El pueblo de
Cuba considera rotas sus relaciones con el gobierno de los Estados
Unidos, pero no con el pueblo de los Estados Unidos, y espera que esas
relaciones algún día vuelvan a restablecerse oficialmente, cuando los
gobernantes de Estados Unidos comprendan, al fin, que sobre bases de
respeto a sus derechos soberanos, sus intereses legítimos y dignidad
nacional, es posible mantener relaciones sinceras y amistosas con el
pueblo de Cuba».
Nada ha cambiado desde entonces.
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