lunes, 13 de febrero de 2017

Historias de balseros: La gente cree que el mar es fácil

En el atracadero se cumple un riguroso protocolo de seguridad. Foto: Vicente Brito/ Escambray


En el atracadero se cumple un riguroso protocolo de seguridad. Foto: Vicente Brito/ Escambray

La emigración ilegal ha transfigurado durante décadas la idiosincrasia de las costas cubanas. Una vez eliminada la política de pies secos, pies mojados, Tunas de Zaza desgrana sus historias de balseros.

“Muchacho, ¿de verdad que tú creíste que en ese tareco ibas a llegar a alguna parte?”, le dice Emilio mientras le enseña, una por una, las hendijas que habían comenzado a minar la quilla del barco.
Bocarriba sobre la costa, la embarcación ya no parecía esa especie de Titanic que se imaginaban sus constructores, unos guajiros de monte adentro que poco saben de marejadas ni de corrientes marinas, mucho menos de cómo armar un bote con madera todavía verde, un motor de tractor y un centenar de puntillas jorobadas.

A empujones habían llevado el artefacto hasta la costa, le habían trepado siete u ocho personas, dos niños incluidos, y estaban dando tiempo a que el mar fuera un plato; pero ni con el mar en calma hubieran podido llegar más allá del veril, ese límite de la plataforma en que el agua comienza a ponerse oscura y hasta los más curtidos lo piensan dos veces antes de aventurarse.

“La gente cree que el mar es fácil, que cualquier cosa flota, por eso después usted oye los cuentos de los desaparecidos y los ahogados”. Y para asegurarlo así, rotundamente, nadie como Emilio Morales Herrera, un cienfueguero que está en el mar desde los 17 años, es capitán de barco desde 1976 y fue pescado a cordel por una mujerona de Tunas de Zaza.

La historia que narra no ocurrió en pleno boom de los balseros, en los años 90, sino hace dos meses, “ayer mismo, como quien dice”; y a la embarcación no le habían puesto rumbo norte, como la lógica y el sentido común indican, sino proa al sur, una ruta con escala temporal en Islas Caimán.
Emilio Morales Herrera: “No todo lo que flota, llega”. Foto: Vicente Brito/ Escambray
Emilio Morales Herrera: “No todo lo que flota, llega”. Foto: Vicente Brito/ Escambray

“Nosotros hacemos mucho eso: tratar de evitar salidas ilegales —explica Morales Herrera—, vamos hasta el lugar, intentamos persuadirlos de que están corriendo peligro, pero si de todas maneras quieren irse, no usamos la fuerza: los dejamos que se vayan. Supongo que ahora no, que como eliminaron la ley, la gente se aguante”.

En ello también confía Ezequiel Gil Pérez, director de la UEB Pescazaza, de la Empresa Pesquera de Sancti Spíritus, quien lleva a punta de lápiz los operativos de este tipo que su flota ha debido enfrentar y se confiesa con el credo en la boca ante la remota, remotísima pero existente, posibilidad de que le roben alguna embarcación.

“De hecho, ya me robaron una —admite—. Y estando yo de director”.

El dilema insular

El 12 de enero pasado, cuando el entonces presidente norteamericano Barack Obama puso fin a la política de pies secos, pies mojados y al programa de admisión de profesionales de la Salud, Cuba entera quedó estupefacta.

Como un memorando de la Ley de Ajuste Cubano, la normativa había entrado en vigor en 1995 con el propósito de estimular la emigración ilegal y caótica, ya que implicaba que todo cubano interceptado en el mar fuera devuelto a la isla, mientras que aquellos que lograran tocar tierra podían permanecer en territorio estadounidense, obtener un permiso de trabajo y unas ayudas iniciales y, transcurrido el año, pedir la residencia permanente. Una distinción migratoria solo para cubanos.
En 1999, la Ley de Ajuste y su memorando de pies secos, pies mojados habían provocado perjuicios suficientes como para ser incluidos en la Demanda del Pueblo de Cuba al Gobierno de Estados Unidos por Daños Humanos: “El Estado norteamericano, como parte de su estrategia política, incentivó al máximo la emigración ilegal hacia su territorio, no solo como instrumento de lucha ideológica y de sus campañas de descrédito contra Cuba durante 40 años, sino también para promover la indisciplina y la inestabilidad social”.

Isla al fin, los aeropuertos y los más de 5 700 kilómetros de costa devinieron puntos de salida potenciales en los que podía pasar —y, de hecho, ha pasado— cualquier cosa: robo, extorsión, uso de la fuerza, estafa, homicidio…
Los más de 5 700 kilómetros de costa devinieron puntos de salida potenciales de los cubanos hacia Estados Unidos. Foto: Vicente Brito/ Escambray
Los más de 5 700 kilómetros de costa devinieron puntos de salida potenciales de los cubanos hacia Estados Unidos. Foto: Vicente Brito/ Escambray

El propio Fidel culpó insistentemente al gobierno norteamericano de recibir a quienes llegaban de forma irregular mientras negaba las visas en la entonces Oficina de Intereses de aquel país en La Habana.

Hace poco más de una década salió a la luz una red —una de tantas— financiada por extremistas cubanos radicados en Miami y por el narcotráfico, tolerados por autoridades estadounidenses y mexicanas.

Según reportes de la prensa que no fueron desmentidos, la mayoría de los traficantes salían de Cancún y La Florida, y cobraban entre 5 000 y 10 000 dólares por persona.

De enero a noviembre de 2002 se detectaron los primeros hechos de salidas ilegales del país con apoyo del exterior con destino a Cancún, México, aseguró en el 2005 el Comandante en Jefe, quien además reveló las cifras en blanco y negro: en apenas dos años se investigaron 101 hechos relacionados con el tráfico de personas hacia México, como resultado de 29 salidas ilegales y 72 planes e intentos frustrados en los que se involucraron más de 1 900 participantes.

“En el 2003 se detectaron cinco planes de salidas, seis intentos y se  realizaron 12; en el 2004 fueron siete planes detectados, 14 los intentos y se materializaron ocho operaciones de tráfico. Al finalizar el primer semestre de 2005 se han detectado 22 planes, se han realizado 18 intentos y se han materializado nueve operaciones”, agregó en aquel momento.

Cifras más, cifras menos hasta el 12 de enero pasado, cuando todo parece indicar que los acuerdos migratorios entre Cuba y Estados Unidos entraron en una nueva fase.
Ezequiel Gil Pérez confía en que se acaben las salidas ilegales. Foto: Vicente Brito/ Escambray
Ezequiel Gil Pérez confía en que se acaben las salidas ilegales. Foto: Vicente Brito/ Escambray

Flota a cuatro ojos

Ezequiel Gil Pérez todavía se mortifica cuando recuerda el único barco de la pesca que se han robado en Tunas de Zaza. Un solo barco en todos estos años puede ser récord en Cuba si se tienen en cuenta los casi 200 que se han llevado en La Habana.

“Con eso no quiero decir que no han intentado más —reconoce—. Yo mismo bajé a ocho patrones de sus barcos y a 23 marineros porque había cantos de sirenas de que estaban planificando irse, sobre todo después de que se robaran el 322.

“El proceder de ese patrón era sospechoso —recuerda—. Yo desconfié cuando tuve que buscarlo a 10 millas de cayo Bretón, donde dice él que se había quedado roto. Para mí, estaba probando el barco. Aquello me olía a ajo y así lo expresé. ¿Resultado? El patrón del 322 se fue”.

Más notorio aún fue el robo del barco que Ezequiel y medio Tunas llaman “abejero” y que se dedicaba al acopio de miel. “En esa embarcación se fueron 90 personas y un perro —acota con precisión estadística—. Se habían reunido en el patio de una casa y traían tanques de petróleo, todo indicaba una salida ilegal. Partieron por la banda de allá del río Zaza. Había mucho niño, no se podía enfrentar porque, ¿y si se viraba?”.

¿Qué ruta emprendían?, inquiere Escambray.

“Al sur de Cienfuegos y al suroeste de aquí, a 189 millas, están las Islas Caimán, que pertenecen a Gran Bretaña. Ahí se reabastecen, continúan para México y después atraviesan la frontera hacia Estados Unidos. Esa es una ruta, pero hay miles”.

¿Qué medidas toma la Pesca para proteger su flota?

“Primeramente, cuando las embarcaciones llegan al puerto tienen que efectuar la doble desactivación del motor —ilustra—; eso quiere decir que el patrón hace una maniobra para que el motor no encienda y el maquinista hace otra, como una clave. Ellos a veces protestan porque las piezas son deficitarias, pero entienden porque es mejor que falte la pieza un mes a que él no pueda pescar; porque si le llevan el barco y la comisión determina que es por irresponsabilidad, ese hombre no va a pescar más nunca. Luego, trasladan las llaves para el puesto de mando de la empresa y los medios de navegación se protegen también.

“Por otra parte, en el mar no se puede arrimar ninguna embarcación. Si algún barco está en la zozobra y se le va a dar remolque, hay que tirarle el cabo para remolcarlo; si no es posible, tiene que subir a la embarcación el personal con el mínimo de ropa para que se vea que no traen armas. No se puede abordar en alta mar porque así fueron agredidos varios compañeros.

“Además, se trata de que en la tripulación no vayan familiares; esto es muy difícil de cumplir en comunidades como Tunas, en la que todos se dedican a la pesca, pero se evita al menos que patrón y maquinista sean de la misma familia para que las contraseñas de la desactivación no queden en casa”.
Encargada de velar por la seguridad de la flota, la brigada de protección de Pescazaza verifica rigurosamente el cumplimiento de los protocolos cuando el barco está en tierra, da recorridos en una chernera y hasta dispone de un arma “por si el pica’o se pone malo”, explica uno de los custodios más jóvenes.

No obstante la rigurosidad con que la Pesca protege sus embarcaciones, los 54 trabajadores de la cooperativa no son los únicos autorizados a lanzarse al mar.

Según Rodolfo Mora Contreras, técnico de seguridad marítima de Pescazaza, todos los años centenares de personas realizan contratos con la empresa y salen al mar sin más aval que el carné de pesca deportiva. Ezequiel Gil precisa que son unas 250.

“La empresa les garantiza hielo y un poco de combustible, y ellos deben entregar parte de lo que pescan. En eso, como en todo, los hay más conscientes que otros”, asevera.

En lo que sí coinciden los que más entregan, los menos conscientes y los pescadores de la cooperativa es en haber convivido con la emigración ilegal al punto de tener cada uno sus propias historias, un anecdotario que ha crecido durante décadas y ha moldeado la idiosincrasia de las costas cubanas.

La conga de fin de año

El que no sabe es como el que no ve, y un guajiro de monte adentro que construye una embarcación a ojo de buen cubero cree que el agua salada es pan comido. Pero si alguien sabe de los bandazos que da el mar cuando se pone cerrero, de las marejadas de 5 metros y de las sacudidas que levantan los calderos de los fogones, ese es Emilio Morales.

Y Emilio Morales asegura, mirando los restos de la última embarcación que interceptaron, que esos muchachos inexpertos no iban a llegar vivos a ningún lado.
“Eso era una locura, era para ahogarse —añade Ezequiel—. Lo que hicieron Emilio y su gente fue salvarlos. El hombre me dijo que nunca se había montado en una embarcación y yo le respondí: Pues mira, si te quieres ir, vete en un avión, que con el mar no se juega.

“Y tú los ves que se van y viven allá con tremenda añoranza. En las discusiones que armamos sobre ese tema yo digo que la gente se va por economía, porque el día que una persona se vaya de aquí por razones políticas ese no viene más nunca a Cuba. Al menos de Tunas de Zaza los que se han ido siempre están locos por regresar. Y cada día son más los que vuelven a pasar la conga de fin de año”.


(Tomado de Escambray)

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