En este triste momento recordemos lo que dijo Martí: “No es que los hombres hagan pueblos, sino que los pueblos en su hora de génesis suelen ponerse vibrantes y triunfantes, en un hombre.”
Y las palabras de Fidel sobre el Che el 18 de octubre de 1967, son a su vez aplicables a Fidel:
La muerte del Che —como decíamos hace
unos días— es un golpe duro, es un golpe tremendo para el movimiento
revolucionario, en cuanto le priva sin duda de ninguna clase de su jefe
más experimentado y capaz.
Pero se equivocan los que cantan victoria. Se
equivocan los que creen que su muerte es la derrota de sus ideas, la
derrota de sus tácticas, la derrota de sus concepciones guerrilleras, la
derrota de sus tesis. Porque aquel hombre que cayó como hombre
mortal, como hombre que se exponía muchas veces a las balas, como
militar, como jefe, es mil veces más capaz que aquellos que con un golpe
de suerte lo mataron.
Sin embargo, ¿cómo tienen los
revolucionarios que afrontar ese golpe adverso? ¿Cómo tienen que
afrontar esa pérdida? ¿Cuál sería la opinión del Che si tuviese que
emitir un juicio sobre este particular? Esa opinión la dijo, esa opinión
la expresó con toda claridad, cuando escribió en su mensaje a la
conferencia de solidaridad de los pueblos de Asia, Africa y América
Latina que si en cualquier parte le sorprendía la muerte, bienvenida
fuera siempre que ese, su grito de guerra, haya llegado hasta un oído
receptivo, y otra mano se extienda para empuñar el arma.
Y ese, su grito de guerra, llegará no
a un oído receptivo, ¡llegará a millones de oídos receptivos! Y no una
mano, sino que ¡millones de manos, inspiradas en su ejemplo, se
extenderán para empuñar las armas!
Nuevos jefes surgirán. Y los hombres,
los oídos receptivos y las manos que se extiendan, necesitarán jefes
que surgirán de las filas del pueblo, como han surgido los jefes en
todas las revoluciones
.
No contarán esas manos con un jefe ya
de la experiencia extraordinaria, de la enorme capacidad del Che. Esos
jefes se formarán en el proceso de la lucha, esos jefes surgirán del
seno de los millones de oídos receptivos, de las millones de manos que,
más tarde o más temprano, se extenderán para empuñar las armas.
No es que consideremos que en el
orden práctico de la lucha revolucionaria su muerte haya de tener una
inmediata repercusión, que en el orden práctico del desarrollo de la
lucha su muerte pueda tener una repercusión inmediata. Pero es que el
Che, cuando empuñó de nuevo las armas, no estaba pensando en una
victoria inmediata, no estaba pensando en un triunfo rápido frente a las
fuerzas de las oligarquías y del imperialismo. Su mente de combatiente
experimentado estaba preparada para una lucha prolongada de 5, de 10, de
15, de 20 años si fuera necesario. ¡El estaba dispuesto a luchar cinco,
diez, quince, veinte años, toda la vida si fuese necesario!
Y es con esa perspectiva en el tiempo
en que su muerte, en que su ejemplo —que es lo que debemos decir—,
tendrá una repercusión tremenda, tendrá una fuerza invencible.
Su capacidad como jefe y su
experiencia en vano tratan de negarlas quienes se aferran al golpe de
fortuna. Che era un jefe militar extraordinariamente capaz. Pero cuando
nosotros recordamos al Che, cuando nosotros pensamos en el Che, no
estamos pensando fundamentalmente en sus virtudes militares. ¡No! La
guerra es un medio y no un fin, la guerra es un instrumento de los
revolucionarios. ¡Lo importante es la revolución, lo importante es la
causa revolucionaria, las ideas revolucionarias, los objetivos
revolucionarios, los sentimientos revolucionarios, las virtudes
revolucionarias!
Y es en ese campo, en el campo de las
ideas, en el campo de los sentimientos, en el campo de las virtudes
revolucionarias, en el campo de la inteligencia, aparte de sus virtudes
militares, donde nosotros sentimos la tremenda pérdida que para el
movimiento revolucionario ha significado su muerte.
Porque Che reunía, en su
extraordinaria personalidad, virtudes que rara vez aparecen juntas. El
descolló como hombre de acción insuperable, pero Che no solo era un
hombre de acción insuperable: Che era un hombre de pensamiento profundo,
de inteligencia visionaria, un hombre de profunda cultura. Es decir que
reunía en su persona al hombre de ideas y al hombre de acción.
Pero no es que reuniera esa doble
característica de ser hombre de ideas, y de ideas profundas, la de ser
hombre de acción, sino que Che reunía como revolucionario las virtudes
que pueden definirse como la más cabal expresión de las virtudes de un
revolucionario: hombre íntegro a carta cabal, hombre de honradez
suprema, de sinceridad absoluta, hombre de vida estoica y espartana,
hombre a quien prácticamente en su conducta no se le puede encontrar una
sola mancha. Constituyó por sus virtudes lo que puede llamarse un
verdadero modelo de revolucionario.
Suele, a la hora de la muerte de los
hombres, hacerse discursos, suele destacarse virtudes, pero pocas veces
como en esta ocasión se puede decir con más justicia, con más exactitud
de un hombre lo que decimos del Che: ¡Que constituyó un verdadero
ejemplo de virtudes revolucionarias!
Pero además añadía otra cualidad, que
no es una cualidad del intelecto, que no es una cualidad de la
voluntad, que no es una cualidad derivada de la experiencia, de la
lucha, sino una cualidad del corazón, ¡porque era un hombre
extraordinariamente humano, extraordinariamente sensible!
Por eso decimos, cuando pensamos en
su vida, cuando pensamos en su conducta, que constituyó el caso singular
de un hombre rarísimo en cuanto fue capaz de conjugar en su
personalidad no solo las características de hombre de acción, sino
también de hombre de pensamiento, de hombre de inmaculadas virtudes
revolucionarias y de extraordinaria sensibilidad humana, unidas a un
carácter de hierro, a una voluntad de acero, a una tenacidad indomable.
Y por eso le ha legado a las
generaciones futuras no solo su experiencia, sus conocimientos como
soldado destacado, sino que a la vez las obras de su inteligencia.
Escribía con la virtuosidad de un clásico de la lengua. Sus narraciones
de la guerra son insuperables. La profundidad de su pensamiento es
impresionante. Nunca escribió sobre nada absolutamente que no lo hiciese
con extraordinaria seriedad, con extraordinaria profundidad; y algunos
de sus escritos no dudamos de que pasarán a la posteridad como
documentos clásicos del pensamiento revolucionario.
Y así, como fruto de esa inteligencia
vigorosa y profunda, nos dejó infinidad de recuerdos, infinidad de
relatos que, sin su trabajo, sin su esfuerzo, habrían podido tal vez
olvidarse para siempre.
Trabajador infatigable, en los años
que estuvo al servicio de nuestra patria no conoció un solo día de
descanso. Fueron muchas las responsabilidades que se le asignaron: como
Presidente del Banco Nacional, como director de la Junta de
Planificación, como Ministro de Industrias, como Comandante de regiones
militares, como jefe de delegaciones de tipo político, o de tipo
económico, o de tipo fraternal.
Su inteligencia multifacética era
capaz de emprender con el máximo de seguridad cualquier tarea en
cualquier orden, en cualquier sentido. Y así, representó de manera
brillante a nuestra patria en numerosas conferencias internacionales, de
la misma manera que dirigió brillantemente a los soldados en el
combate, de la misma manera que fue un modelo de trabajador al frente de
cualesquiera de las instituciones que se le asignaron, ¡y para él no
hubo días de descanso, para él no hubo horas de descanso! Y si mirábamos
para las ventanas de sus oficinas, permanecían las luces encendidas
hasta altas horas de la noche, estudiando, o mejor dicho, trabajando o
estudiando. Porque era un estudioso de todos los problemas, era un
lector infatigable. Su sed de abarcar conocimientos humanos era
prácticamente insaciable, y las horas que le arrebataba al sueño las
dedicaba al estudio; y los días reglamentarios de descanso los dedicaba
al trabajo voluntario.
Fue él el inspirador y el máximo
impulsor de ese trabajo que hoy es actividad de cientos de miles de
personas en todo el país, el impulsor de esa actividad que cada día
cobra en las masas de nuestro pueblo mayor fuerza.
Y como revolucionario, como
revolucionario comunista, verdaderamente comunista, tenía una infinita
fe en los valores morales, tenía una infinita fe en la conciencia de los
hombres. Y debemos decir que en su concepción vio con absoluta claridad
en los resortes morales la palanca fundamental de la construcción del
comunismo en la sociedad humana.
Muchas cosas pensó, desarrolló y
escribió. Y hay algo que debe decirse un día como hoy, y es que los
escritos del Che, el pensamiento político y revolucionario del Che
tendrán un valor permanente en el proceso revolucionario cubano y en el
proceso revolucionario en América Latina. Y no dudamos que el valor de
sus ideas, de sus ideas tanto como hombre de acción, como hombre de
pensamiento, como hombre de acrisoladas virtudes morales, como hombre de
insuperable sensibilidad humana, como hombre de conducta intachable,
tienen y tendrán un valor universal.
Los imperialistas cantan voces de
triunfo ante el hecho del guerrillero muerto en combate; los
imperialistas cantan el triunfo frente al golpe de fortuna que los llevó
a eliminar tan formidable hombre de acción. Pero los imperialistas tal
vez ignoran o pretenden ignorar que el carácter de hombre de acción era
una de las tantas facetas de la personalidad de ese combatiente. Y que
si de dolor se trata, a nosotros nos duele no solo lo que se haya
perdido como hombre de acción, nos duele lo que se ha perdido como
hombre virtuoso, nos duele lo que se ha perdido como hombre de exquisita
sensibilidad humana y nos duele la inteligencia que se ha perdido. Nos
duele pensar que tenía solo 39 años en el momento de su muerte, nos
duele pensar cuántos frutos de esa inteligencia y de esa experiencia que
se desarrollaba cada vez más hemos perdido la oportunidad de percibir.
Nosotros tenemos idea de la dimensión
de la pérdida para el movimiento revolucionario. Pero, sin embargo, ahí
es donde está el lado débil del enemigo imperialista: creer que con el
hombre físico ha liquidado su pensamiento, creer que con el hombre
físico ha liquidado sus ideas, creer que con el hombre físico ha
liquidado sus virtudes, creer que con el hombre físico ha liquidado su
ejemplo.
(Este texto es una colaboración de Nelson P Valdés)
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