El 10 de octubre de 1868, el abogado patriota Carlos Manuel
de Céspedes (1819-1874) liberó a sus esclavos y alzó en armas a los
cubanos, primer hecho fundacional de las Revoluciones de Liberación
Nacional de Cuba. El repique de la campana de su ingenio La Demajagua,
Manzanillo, en el oriente del país, significó hace 145 años un triunfo
de las ideas independentistas, frente al integrismo hispano y las
corrientes reformistas y anexionistas. Cubadebate recuerda este hecho
con un texto del intelectual cubano Fernando Martínez Heredia:
Carlos Manuel de Céspedes les exigió a sus compañeros ponerse de pie, y el 10 de octubre de 1868 destrozó los imposibles
.
Por eso José Julián Martí, un muchacho habanero, comenzó así su poema: “No es un sueño, es verdad, grito de guerra…”
Los iniciadores destruyen imposibles; los revolucionarios aprenden a
domarlos y a trabajar con ellos. Los mambises que sostuvieron la pelea
en más de media Cuba durante diez años tuvieron que volverse superiores a
ellos mismos, no solo a sus circunstancias.
Céspedes liberó a sus esclavos la primera mañana, pero el cálculo
político, los valores heredados y el racismo les ponían obstáculos a la
justicia en el amanecer de la libertad. Martí escribió, veinte años
después: “aquella arrogante e inevitable alma de amo con que salieron
los criollos del barracón a la libertad (…) como atolondró al espantado
señorío la revolución franca e impetuosa”
.
La independencia y la abolición tuvieron que fundirse y ser una, la
forma de gobierno tuvo que ser republicana y reunir la libertad personal
y las libertades ciudadanas. Para hacer realidad la hasta hacía poco
impensable identidad nacional y poder reconocerse como cubanos, todos,
líderes y pueblo, tuvieron que recorrer un camino largo y muy difícil.
La guerra revolucionaria cambió los términos de los problemas. Ella
se alimentó del sacrificio, el heroísmo y la participación de muchos
miles de personas humildes, hombres, mujeres, familias. Dar la vida,
pasar hambre y todas las escaseces, combatir, perseverar, todas las
formas de la entrega y el altruismo se hicieron cotidianas.
La bandera del triángulo rojo y la estrella solitaria se volvió
sagrada, y la marcha, el campamento, el héroe, el amado y la amada, la
jornada de sangre y de muerte, se expresaron en canciones. Próceres y
pobres de todos los colores aprendieron que la rebeldía les daba a sus
luchas y sus necesidades más sentidas probabilidades de éxito. Y todos
aprendieron a sentirse hermanos mientras compartían todas las
vicisitudes. En aquella fragua tremenda nació la identidad nacional
cubana, de contenido y objetivos populares.
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