sábado, 16 de enero de 2016

Venezuela o la polaridad enconada

Tomado de Bohemia digital.


 


No hay alternativa: los revolucionarios deben saber crecerse
Eduardo Montes de Oca
Eduardo Montes de Oca

Por EDUARDO MONTES DE OCA

Quizás la pregunta que todo ser progresista más se formule desde que, el pasado 6 de diciembre, la derecha triunfara en unas elecciones que le granjeó la mayoría en el Parlamento de Venezuela muy bien podría ser si el pueblo de esa nación sudamericana permitiría (permitirá), innúmeros brazos cruzados, ver caer, como lastre de un aeróstato, los avances sociales de los últimos 16 años.

Sin ánimo justificativo –se sabe: tampoco las masas, por muy revolucionarias que devengan, resultan infalibles–, aceptemos aquí con el colega Hedelberto López Blanch (digital Rebelión) que, a pesar de los grandes logros desde la llegada al poder de Hugo Chávez, en 1999, y bajo la dirección de Nicolás Maduro, “la ofensiva económica desestabilizadora de las fuerzas de derecha nacional e internacional dirigidas desde Estados Unidos y Europa Occidental dio resultado y algunas capas populares dieron la espalda al Gobierno con la ingenua creencia de que esas fuerzas integradas en el Movimiento de la Unidad Democrática (MUD) le podrían resolver la actual pérdida de estabilidad alimentaria”.

Recordemos igualmente –complementada la cita con el ejemplo del Chile de Allende, y abstrayéndonos de posibles factores subjetivos adversos– que la Revolución Bolivariana ha sufrido desde el inicio numerosos ataques, que van desde intentos de golpes de Estado, atentados contra la producción petrolera, acaparamiento de alimentos y medicinas por la oligarquía –lo que argumenta como a gritos lo difícil- (¿imposible?) de una distribución de orientación socialista en medio de una base mayormente burguesa–, transitando por el contrabando hacia las fronteras, y llegando a las “ejemplares” campañas de desinformación por los grandes medios, “cuyo 90-95 por ciento está bajo el control de la ultraderecha, que desarrolla una constante guerra psicológica, bien organizada, contra las políticas gubernamentales”. Existe una disparidad informativa, subraya la fuente. Flagrante contradicción y reto para una izquierda universal que estaría procurando vertebrarse.

Por otra parte, coincidamos, asimismo, en que Venezuela se trocó en una candente amenaza para el ubicuo Washington, pues dispone de la mayor reserva petrolera del orbe, y, tras la nacionalización de esa industria las ganancias se destinaron a mejorar las condiciones de vida de los más, los eternamente marginados, y dejaron de “fugarse” del país, como desde siempre ocurría. No huelga seguir la expuesta línea sin reparar en que “el ejemplo de independencia y solidaridad que ofrece a todos los países del mundo es contradictorio con los intereses capitalistas, pues ayuda a impedir crisis económicas en naciones latinoamericanas, al ofrecerles combustibles a precios razonables, además de colaborar a fortalecer la integración y la unión de toda la región sin la intromisión del Norte”.

¿Con qué se ha topado la oligarquía criolla desde el principio del proceso? López es explícito al remarcar que en los 17 años transcurridos el Gobierno, salido de abajo, ha salvado gratuitamente la visión a miles de ciudadanos; ofrece servicios de salud a toda la población; alfabetizó a millones de habitantes, que pueden continuar estudios hasta la Universidad; ha entregado un millón de viviendas, con equipos electrónicos, entre otros, a miles de familias, sacándolas de condiciones infrahumanas. “Son políticas económicas y sociales a favor del pueblo y no de las pequeñas minorías” y eso difiere diametralmente del neoliberalismo y el sistema que campea en todo el globo. La interrogante del enemigo: ¿irse a las manos desembozadamente con los más? No, señor, lo inteligente sería, fue, es, reforzar el asedio económico, con la finalidad de crear condiciones de desabastecimiento y hambre en la población, y cargar con el entuerto al Ejecutivo.

Pero –y estamos exentos de cinismo, por supuesto– podría tomarse de la misma manera como una señal, con moraleja, hacia el futuro. No en vano la situación ha despertado una tolvanera de discusiones. En nuestra función de meros observadores, mostremos en lo posible puntos de vista oreados hoy día. Para el sociólogo Emiliano Teran Mantovani (“Chavismo, crisis histórica y fin de ciclo: repensarnos desde el territorio”), en Rebelión, por ejemplo, “Los resultados electorales del 6-D 2015 en Venezuela parecen ser el síntoma de un proceso de estancamiento y reajuste conservador que se ha estado desarrollando ante nuestros ojos. Lo que tenemos ahora es la oficialización de un nuevo escenario institucional en el cual dos de los sectores políticos más reaccionarios de los que disputan el poder en el país –neoliberales mutantes o edulcorados, y neoliberales uribistas–, y como bloque, en América Latina, se harán del control de mecanismos de decisión formal y de sectores del aparato estatal, buscando allanar el camino para la expansión de procesos de acumulación por desposesión”.
El camino

Y aquí se repite una interrogación ya clásica, famosa en Lenin: ¿Qué hacer? A todas luces, una fracción de las bases sociales chavistas han sufrido la sensación de distanciamiento respecto a sus conductores. Nuestro articulista para mientes en que “si algo parece que siempre se le ha reclamado al proceso político venezolano reciente, ha sido su falta de organicidad en facetas claves: no ha habido suficiente gente deseando la comuna, no se ha logrado configurar un sólido entramado cultural e ideológico para salir del rentismo y ‘construir el socialismo’, no se ha constituido un núcleo material productivo suficiente para darle sustento al proyecto y apuntar a la muy nombrada independencia. El proyecto ponía mucho énfasis desde arriba para lograr los grandes objetivos nacionales del socialismo. Pero tal vez convenga admitir que, en los momentos de mayor esplendor de los de abajo, sean en pequeñas o grandes expresiones (ej. 13/04/2002), la política general fue la de contención y administración de la potencia popular –que en los primeros años del proceso parecía decir ¡queremos todo!, ¡podemos con todo!”

Para el especialista, “Nuestra hipótesis es que, luego del ciclo histórico de luchas populares en Venezuela entre 1935-1970, se inició otro a partir de 1987/1989, el cual podría haber culminado entre 2005/2007. La hegemonía del Petroestado a partir de 2004/2005 comenzó a cambiar las formas de la producción política y las movilizaciones de calle del bloque contrahegemónico se fueron corporativizando, regulando y mermando. Entre 2008/2009 (crisis económica global), pasando por 2013 (año del fallecimiento del presidente Chávez), hasta este caótico cuasi-trienio (marzo 2013/2015), el proceso ha evolucionado del estancamiento a la entropía (como caotización sistémica). Algo parece haberse quebrado y podrían generarse las condiciones para la configuración de un muy complejo nuevo ciclo de luchas populares”.

Ahora, lo más significativo quizás resulte, afirma Teran, que, tras casi 100 años de desarrollo del capitalismo petrolero en Venezuela, desde fines del siglo pasado se han producido las condiciones para la fertilización del proceso de producción de subjetividad contrahegemónica más potente y masivo tal vez de la historia republicana del país, y esto ha ocurrido alrededor de códigos comunes que han girado en torno a un complejo proceso identitario.

“A pesar de los múltiples ataques y agresiones que ha sufrido, sea por la reaccionaria oligarquía tradicional, o bien por la élite burocrática que se ha hegemonizado en el Petroestado, el chavismo sigue siendo una fuerza viva. Y esto es así, no principalmente por sumarse más de cinco millones y medio de votos al Gran Polo Patriótico Simón Bolívar. El chavismo nunca ha sido una invención electoral, o una identidad vacía, inoculada de arriba hacia abajo, sino fundamentalmente el índice de un proceso histórico de producción de subjetividad.

“La ontología del chavismo, su base fundamental, se sostiene aún, sobre dos pilares: a) una base discursiva definida –un imaginario–, esencialmente antineoliberal, que enarbola un ideal nacionalista-popular, de reivindicación histórica de los sectores excluidos, de justicia social. Es una construcción política literalmente progresista; y b) una potencia material –una fuerza biopolítica colectiva–, desafiante, levantisca, turbulenta, ciertamente contradictoria, pero irresistible, movible, expansiva y niveladora, que se inscribe en lo que parece ser una especie de tradición histórica de lucha popular en Venezuela”.

Agrega que ambos pilares de la ontología del chavismo representan la base orgánica de un largo proceso histórico de producción de subjetividad contrahegemónica, de la cual no se puede anunciar ligeramente su muerte o su adiós, como múltiples voceros, fundamentalmente reaccionarios y cercanos a la coalición de la MUD, lo han hecho principalmente después de la derrota electoral del 6D. “De ahí que, el chavismo popular, el contrahegemónico, el ‘salvaje’, ha sido, es, y seguirá siendo el principal objetivo de la guerra permanente contra el proceso de transformaciones que se ha producido en Venezuela en las últimas dos décadas. Esta es la clave en esta partida de ajedrez, porque es el elemento vivo que podría en realidad efectuar un ‘golpe de timón’ o detener la ola restauradora. Por esta razón, el inicio de la crisis económica global (2008+) y de la burocratización del proceso allanan el camino para una estrategia conservadora de disolver la Revolución Bolivariana, carcomiéndola por dentro, como un cuerpo canceroso –en consonancia con lo que hemos llamado la metástasis de capitalismo rentístico–, en una disputa vital que se ha estado produciendo sobre el tejido social venezolano, impactando significativamente a esa comunidad política que llamamos chavismo”.

El “fin” no es el fin

Algo de lo principal para nuestro comentarista –y obviamente concordemos–: si destacamos que los procesos e identificaciones políticas no son en ningún modo estáticos y que numerosas transformaciones han ocurrido no solo en el período 1989-2015, sino incluso en este caótico cuasi trienio 2013-2015, debemos remarcar dos ideas determinantes en estos tiempos de cambios e incertidumbre: “a) el agotamiento de un ciclo político histórico no supone necesariamente, o de manera lineal, el fin de un ciclo de luchas populares […]

 El agotamiento del ‘ciclo progresista’, no representa el final de una historia de luchas, sino la continuación de la misma bajo nuevas condiciones, determinadas por complejos factores de carácter sistémico. Esto podría también abrir un nuevo carácter de pertinencia histórica de las mismas, con nuevas modalidades, narrativas y formatos. Por esto, un posible agotamiento del período de la ‘Revolución Bolivariana’ –como tipo de gubernamentalidad, de modalidad de acumulación de capital, de marco de movilizaciones sociales– no necesariamente supone el agotamiento del chavismo como canal de conexión de múltiples luchas desde abajo. Más bien cabría evaluar si, ante un eventual avance restaurador abiertamente neoliberal en el país, la población en general comienza a resistirla a partir, en buena medida, de los principios de la ‘cultura chavista’ desarrollada en los últimos años”.

En un enjundioso texto, el científico social nos advierte. “Una de las paradojas de la Revolución Bolivariana ha sido que, mientras se otorgaban a las luchas populares algunas banderas de reivindicación radicales, generalmente no se concretaba una territorialización del poder que posibilitara la constitución masiva del proyecto. Esto significa que las pulsiones y las energías se orientaron fundamentalmente a grandes ideales (el Socialismo del Siglo XXI), factores metafísicos y trascendentales, tiempos pasados y futuros, y a formas mediadas de poder, y muy poco a reproducir desde abajo, en el aquí y el ahora, esta radicalidad emancipatoria”.

Luego de hacer hincapié en que “No hay socialismo sin agua, no hay autonomía política ni resistencias sostenibles (resiliencia) a una restauración conservadora sin autonomía material, no hay proyecto emancipatorio sin las posibilidades de acercarnos a la gestión de la vida y el territorio […]; esto es lo que hemos llamado la ecología política del chavismo contrahegemónico”, el sociólogo concluye que es necesario reconocer que “un proyecto de lo común en Venezuela tiene sus particularidades: no tiene, por ejemplo, los rasgos generales de las comunidades indígenas como en Bolivia, Ecuador o Guatemala, siendo en cambio fundamentalmente de perfil urbano. Son, pues, formas de comunidad muy movibles, diversas, volátiles y en permanente reformulación. Estas son las bases sobre las cuales debemos partir para pensarnos desde lo común”.

Dice más: las luchas “desde abajo” aisladas no revisten pertinencia histórica. En este sentido, apostilla, la proliferación de redes de organizaciones populares y plataformas de movimientos sociales es vital. Hay un interesante saldo de experiencias, saberes y organización que ha dejado la Revolución Bolivariana. “Tenemos demasiado para aprender unos de otros, de los de abajo, que conforman un tejido de saberes y haceres populares que representan la base material para un proyecto emancipatorio: redes de producción agrícola, producción cultural en barrios urbanos, formas de economía cooperativa y solidaria, gestiones territoriales comunitarias en las ciudades y en zonas rurales, y un largo etcétera. Esto está ahí. Ahora, ¿cómo lo convertimos en una amplia red?”

No tarda en responderse. “Una agenda mínima popular compartida ¿hacia dónde podría enfocarse?: una auditoría social de todas las cuentas de la nación, incluyendo la deuda – el pueblo no tiene por qué pagar los desfalcos de unos pocos– y la canalización de mecanismos nacionales de contraloría social de las mismas ; la democratización de la ciudad y la ‘revolución urbana’ es una de las claves; redes interregionales de producción agrícola popular vinculadas al consumo urbano; nuevas formas de gobernanza nacional-territorial –¿cómo fomentar la comuna en tiempos turbulentos?–; acceso y cuidado de los bienes comunes para la vida, con especial atención en el agua; sostenibilidad energética a partir de experiencias piloto (como en la propuesta de los TES en el Zulia); salarios dignos y protección a trabajadores y trabajadoras ante la precarización laboral; auditoría social de los proyectos extractivos –principalmente en la Faja del Orinoco– y moratoria de los proyectos mineros en el país; igualdad de género y respeto a la sexodiversidad en todas las instituciones sociales; redes sociales de promoción de saberes populares, comunes y tradicionales como plataforma de construcción de modos de vida alternativo; y redes sociales de seguridad y protección social territorial”.
Ellas, algunas de las tantas sugerencias para una situación asaz compleja; sí, porque para colegas tales Dilbert Reyes, enviado especial del diario Granma a Venezuela, la elección del ultraderechista Henry Ramos Allup, como propuesta de la bancada opositora, para presidir la nueva Asamblea Nacional presupone lo que hemos adjetivado hasta el momento: una confrontación política acérrima. Conocido enemigo del chavismo, el secretario general del tradicional Partido Acción Democrática (ADECO) ha sido el dirigente opositor que ha levantado más enconadas reacciones de disgusto en los sectores populares, entre otros factores por sus anuncios de posibles medidas para desmantelar los logros promovidos por el Gobierno, primero de Chávez y después de Maduro.

No en vano ha confirmado a la prensa que, supuestamente venciendo varios instrumentos jurídicos regulados por una Constitución revolucionaria que impide la regresión en materia social, además de someterse al examen popular mediante consultas plebiscitarias, intentará con sus acólitos en el hemiciclo derrocar el Poder Ejecutivo en los tres primeros meses del año, a partir del dominio numérico en la nueva legislatura.

Así que tal nombramiento y el ejercicio de Nicolás Maduro en la presidencia significarían (significan) un incremento de la polaridad política en la nación que, como bien aclara Reyes, repercutiría de manera directa en la gobernabilidad, a partir de las tensiones que generaría el enfrentamiento abierto entre dos modelos radicalmente opuestos: el capitalista neoliberal y el socialista revolucionario de base popular… Pero, en definitiva, más allá de “especulaciones” sociológicas, de “filosofemas”, queda en pie, como pilar del sentido común, la interrogante con que comenzamos: ¿Permitirían de brazos cruzados los venezolanos ver caer, como lastre de un aeróstato, todos los avances sociales de los últimos 16 años? Confiemos en las masas.

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