No hay alternativa: los revolucionarios deben saber crecerse
Por EDUARDO MONTES DE OCA
Quizás la pregunta que todo ser progresista más se formule desde que,
el pasado 6 de diciembre, la derecha triunfara en unas elecciones que
le granjeó la mayoría en el Parlamento de Venezuela muy bien podría ser
si el pueblo de esa nación sudamericana permitiría (permitirá),
innúmeros brazos cruzados, ver caer, como lastre de un aeróstato, los
avances sociales de los últimos 16 años.
Sin ánimo justificativo –se sabe: tampoco las masas, por muy
revolucionarias que devengan, resultan infalibles–, aceptemos aquí con
el colega Hedelberto López Blanch (digital Rebelión)
que, a pesar de los grandes logros desde la llegada al poder de Hugo
Chávez, en 1999, y bajo la dirección de Nicolás Maduro, “la ofensiva
económica desestabilizadora de las fuerzas de derecha nacional e
internacional dirigidas desde Estados Unidos y Europa Occidental dio
resultado y algunas capas populares dieron la espalda al Gobierno con la
ingenua creencia de que esas fuerzas integradas en el Movimiento de la
Unidad Democrática (MUD) le podrían resolver la actual pérdida de
estabilidad alimentaria”.
Recordemos igualmente –complementada la cita con el ejemplo del Chile
de Allende, y abstrayéndonos de posibles factores subjetivos adversos–
que la Revolución Bolivariana ha sufrido desde el inicio numerosos
ataques, que van desde intentos de golpes de Estado, atentados contra la
producción petrolera, acaparamiento de alimentos y medicinas por la
oligarquía –lo que argumenta como a gritos lo difícil- (¿imposible?) de
una distribución de orientación socialista en medio de una base
mayormente burguesa–, transitando por el contrabando hacia las
fronteras, y llegando a las “ejemplares” campañas de desinformación por
los grandes medios, “cuyo 90-95 por ciento está bajo el control de la
ultraderecha, que desarrolla una constante guerra psicológica, bien
organizada, contra las políticas gubernamentales”. Existe una disparidad
informativa, subraya la fuente. Flagrante contradicción y reto para una
izquierda universal que estaría procurando vertebrarse.
Por otra parte, coincidamos, asimismo, en que Venezuela se trocó en
una candente amenaza para el ubicuo Washington, pues dispone de la mayor
reserva petrolera del orbe, y, tras la nacionalización de esa industria
las ganancias se destinaron a mejorar las condiciones de vida de los
más, los eternamente marginados, y dejaron de “fugarse” del país, como
desde siempre ocurría. No huelga seguir la expuesta línea sin reparar en
que “el ejemplo de independencia y solidaridad que ofrece a todos los
países del mundo es contradictorio con los intereses capitalistas, pues
ayuda a impedir crisis económicas en naciones latinoamericanas, al
ofrecerles combustibles a precios razonables, además de colaborar a
fortalecer la integración y la unión de toda la región sin la
intromisión del Norte”.
¿Con qué se ha topado la oligarquía criolla desde el principio del
proceso? López es explícito al remarcar que en los 17 años transcurridos
el Gobierno, salido de abajo, ha salvado gratuitamente la visión a
miles de ciudadanos; ofrece servicios de salud a toda la población;
alfabetizó a millones de habitantes, que pueden continuar estudios hasta
la Universidad; ha entregado un millón de viviendas, con equipos
electrónicos, entre otros, a miles de familias, sacándolas de
condiciones infrahumanas. “Son políticas económicas y sociales a favor
del pueblo y no de las pequeñas minorías” y eso difiere diametralmente
del neoliberalismo y el sistema que campea en todo el globo. La
interrogante del enemigo: ¿irse a las manos desembozadamente con los
más? No, señor, lo inteligente sería, fue, es, reforzar el asedio
económico, con la finalidad de crear condiciones de desabastecimiento y
hambre en la población, y cargar con el entuerto al Ejecutivo.
Pero –y estamos exentos de cinismo, por supuesto– podría tomarse de
la misma manera como una señal, con moraleja, hacia el futuro. No en
vano la situación ha despertado una tolvanera de discusiones. En nuestra
función de meros observadores, mostremos en lo posible puntos de vista
oreados hoy día. Para el sociólogo Emiliano Teran Mantovani (“Chavismo,
crisis histórica y fin de ciclo: repensarnos desde el territorio”), en Rebelión,
por ejemplo, “Los resultados electorales del 6-D 2015 en Venezuela
parecen ser el síntoma de un proceso de estancamiento y reajuste
conservador que se ha estado desarrollando ante nuestros ojos. Lo que
tenemos ahora es la oficialización de un nuevo escenario institucional
en el cual dos de los sectores políticos más reaccionarios de los que
disputan el poder en el país –neoliberales mutantes o edulcorados, y
neoliberales uribistas–, y como bloque, en América Latina, se harán del
control de mecanismos de decisión formal y de sectores del aparato
estatal, buscando allanar el camino para la expansión de procesos de
acumulación por desposesión”.
El camino
Y aquí se repite una interrogación ya clásica, famosa en Lenin: ¿Qué
hacer? A todas luces, una fracción de las bases sociales chavistas han
sufrido la sensación de distanciamiento respecto a sus conductores.
Nuestro articulista para mientes en que “si algo parece que siempre se
le ha reclamado al proceso político venezolano reciente, ha sido su
falta de organicidad en facetas claves: no ha habido suficiente gente
deseando la comuna, no se ha logrado configurar un sólido entramado
cultural e ideológico para salir del rentismo y ‘construir el
socialismo’, no se ha constituido un núcleo material productivo
suficiente para darle sustento al proyecto y apuntar a la muy nombrada
independencia. El proyecto ponía mucho énfasis desde arriba para lograr
los grandes objetivos nacionales del socialismo. Pero tal vez convenga
admitir que, en los momentos de mayor esplendor de los de abajo, sean en
pequeñas o grandes expresiones (ej. 13/04/2002), la política general
fue la de contención y administración de la potencia popular –que en los
primeros años del proceso parecía decir ¡queremos todo!, ¡podemos con
todo!”
Para el especialista, “Nuestra hipótesis es que, luego del ciclo
histórico de luchas populares en Venezuela entre 1935-1970, se inició
otro a partir de 1987/1989, el cual podría haber culminado entre
2005/2007. La hegemonía del Petroestado a partir de 2004/2005 comenzó a
cambiar las formas de la producción política y las movilizaciones de
calle del bloque contrahegemónico se fueron corporativizando, regulando y
mermando. Entre 2008/2009 (crisis económica global), pasando por 2013
(año del fallecimiento del presidente Chávez), hasta este caótico
cuasi-trienio (marzo 2013/2015), el proceso ha evolucionado del
estancamiento a la entropía (como caotización sistémica). Algo parece
haberse quebrado y podrían generarse las condiciones para la
configuración de un muy complejo nuevo ciclo de luchas populares”.
Ahora, lo más significativo quizás resulte, afirma Teran, que, tras
casi 100 años de desarrollo del capitalismo petrolero en Venezuela,
desde fines del siglo pasado se han producido las condiciones para la
fertilización del proceso de producción de subjetividad contrahegemónica
más potente y masivo tal vez de la historia republicana del país, y
esto ha ocurrido alrededor de códigos comunes que han girado en torno a
un complejo proceso identitario.
“A pesar de los múltiples ataques y agresiones que ha sufrido, sea
por la reaccionaria oligarquía tradicional, o bien por la élite
burocrática que se ha hegemonizado en el Petroestado, el chavismo sigue
siendo una fuerza viva. Y esto es así, no principalmente por sumarse más
de cinco millones y medio de votos al Gran Polo Patriótico Simón
Bolívar. El chavismo nunca ha sido una invención electoral, o una
identidad vacía, inoculada de arriba hacia abajo, sino fundamentalmente
el índice de un proceso histórico de producción de subjetividad.
“La ontología del chavismo, su base fundamental, se sostiene aún,
sobre dos pilares: a) una base discursiva definida –un imaginario–,
esencialmente antineoliberal, que enarbola un ideal
nacionalista-popular, de reivindicación histórica de los sectores
excluidos, de justicia social. Es una construcción política literalmente
progresista; y b) una potencia material –una fuerza biopolítica
colectiva–, desafiante, levantisca, turbulenta, ciertamente
contradictoria, pero irresistible, movible, expansiva y niveladora, que
se inscribe en lo que parece ser una especie de tradición histórica de
lucha popular en Venezuela”.
Agrega que ambos pilares de la ontología del chavismo representan la
base orgánica de un largo proceso histórico de producción de
subjetividad contrahegemónica, de la cual no se puede anunciar
ligeramente su muerte o su adiós, como múltiples voceros,
fundamentalmente reaccionarios y cercanos a la coalición de la MUD, lo
han hecho principalmente después de la derrota electoral del 6D. “De ahí
que, el chavismo popular, el contrahegemónico, el ‘salvaje’, ha sido,
es, y seguirá siendo el principal objetivo de la guerra permanente
contra el proceso de transformaciones que se ha producido en Venezuela
en las últimas dos décadas. Esta es la clave en esta partida de ajedrez,
porque es el elemento vivo que podría en realidad efectuar un ‘golpe de
timón’ o detener la ola restauradora. Por esta razón, el inicio de la
crisis económica global (2008+) y de la burocratización del proceso
allanan el camino para una estrategia conservadora de disolver la
Revolución Bolivariana, carcomiéndola por dentro, como un cuerpo
canceroso –en consonancia con lo que hemos llamado la metástasis de
capitalismo rentístico–, en una disputa vital que se ha estado
produciendo sobre el tejido social venezolano, impactando
significativamente a esa comunidad política que llamamos chavismo”.
El “fin” no es el fin
Algo de lo principal para nuestro comentarista –y obviamente
concordemos–: si destacamos que los procesos e identificaciones
políticas no son en ningún modo estáticos y que numerosas
transformaciones han ocurrido no solo en el período 1989-2015, sino
incluso en este caótico cuasi trienio 2013-2015, debemos remarcar dos
ideas determinantes en estos tiempos de cambios e incertidumbre: “a) el
agotamiento de un ciclo político histórico no supone necesariamente, o
de manera lineal, el fin de un ciclo de luchas populares […]
El
agotamiento del ‘ciclo progresista’, no representa el final de una
historia de luchas, sino la continuación de la misma bajo nuevas
condiciones, determinadas por complejos factores de carácter sistémico.
Esto podría también abrir un nuevo carácter de pertinencia histórica de
las mismas, con nuevas modalidades, narrativas y formatos. Por esto, un
posible agotamiento del período de la ‘Revolución Bolivariana’ –como
tipo de gubernamentalidad, de modalidad de acumulación de capital, de
marco de movilizaciones sociales– no necesariamente supone el
agotamiento del chavismo como canal de conexión de múltiples luchas
desde abajo. Más bien cabría evaluar si, ante un eventual avance
restaurador abiertamente neoliberal en el país, la población en general
comienza a resistirla a partir, en buena medida, de los principios de la
‘cultura chavista’ desarrollada en los últimos años”.
En un enjundioso texto, el científico social nos advierte. “Una de
las paradojas de la Revolución Bolivariana ha sido que, mientras se
otorgaban a las luchas populares algunas banderas de reivindicación
radicales, generalmente no se concretaba una territorialización del
poder que posibilitara la constitución masiva del proyecto. Esto
significa que las pulsiones y las energías se orientaron
fundamentalmente a grandes ideales (el Socialismo del Siglo XXI),
factores metafísicos y trascendentales, tiempos pasados y futuros, y a
formas mediadas de poder, y muy poco a reproducir desde abajo, en el
aquí y el ahora, esta radicalidad emancipatoria”.
Luego de hacer hincapié en que “No hay socialismo sin agua, no hay
autonomía política ni resistencias sostenibles (resiliencia) a una
restauración conservadora sin autonomía material, no hay proyecto
emancipatorio sin las posibilidades de acercarnos a la gestión de la
vida y el territorio […]; esto es lo que hemos llamado la ecología
política del chavismo contrahegemónico”, el sociólogo concluye que es
necesario reconocer que “un proyecto de lo común en Venezuela tiene sus
particularidades: no tiene, por ejemplo, los rasgos generales de las
comunidades indígenas como en Bolivia, Ecuador o Guatemala, siendo en
cambio fundamentalmente de perfil urbano. Son, pues, formas de comunidad
muy movibles, diversas, volátiles y en permanente reformulación. Estas
son las bases sobre las cuales debemos partir para pensarnos desde lo
común”.
Dice más: las luchas “desde abajo” aisladas no revisten pertinencia
histórica. En este sentido, apostilla, la proliferación de redes de
organizaciones populares y plataformas de movimientos sociales es vital.
Hay un interesante saldo de experiencias, saberes y organización que ha
dejado la Revolución Bolivariana. “Tenemos demasiado para aprender unos
de otros, de los de abajo, que conforman un tejido de saberes y haceres
populares que representan la base material para un proyecto
emancipatorio: redes de producción agrícola, producción cultural en
barrios urbanos, formas de economía cooperativa y solidaria, gestiones
territoriales comunitarias en las ciudades y en zonas rurales, y un
largo etcétera. Esto está ahí. Ahora, ¿cómo lo convertimos en una amplia
red?”
No tarda en responderse. “Una agenda mínima popular compartida ¿hacia
dónde podría enfocarse?: una auditoría social de todas las cuentas de
la nación, incluyendo la deuda – el pueblo no tiene por qué pagar los
desfalcos de unos pocos– y la canalización de mecanismos nacionales de
contraloría social de las mismas ; la democratización de la ciudad y la
‘revolución urbana’ es una de las claves; redes interregionales de
producción agrícola popular vinculadas al consumo urbano; nuevas formas
de gobernanza nacional-territorial –¿cómo fomentar la comuna en tiempos
turbulentos?–; acceso y cuidado de los bienes comunes para la vida, con
especial atención en el agua; sostenibilidad energética a partir de
experiencias piloto (como en la propuesta de los TES en el Zulia);
salarios dignos y protección a trabajadores y trabajadoras ante la
precarización laboral; auditoría social de los proyectos extractivos
–principalmente en la Faja del Orinoco– y moratoria de los proyectos
mineros en el país; igualdad de género y respeto a la sexodiversidad en
todas las instituciones sociales; redes sociales de promoción de saberes
populares, comunes y tradicionales como plataforma de construcción de
modos de vida alternativo; y redes sociales de seguridad y protección
social territorial”.
Ellas, algunas de las tantas sugerencias para una situación asaz
compleja; sí, porque para colegas tales Dilbert Reyes, enviado especial
del diario Granma a Venezuela, la elección del
ultraderechista Henry Ramos Allup, como propuesta de la bancada
opositora, para presidir la nueva Asamblea Nacional presupone lo que
hemos adjetivado hasta el momento: una confrontación política acérrima.
Conocido enemigo del chavismo, el secretario general del tradicional
Partido Acción Democrática (ADECO) ha sido el dirigente opositor que ha
levantado más enconadas reacciones de disgusto en los sectores
populares, entre otros factores por sus anuncios de posibles medidas
para desmantelar los logros promovidos por el Gobierno, primero de
Chávez y después de Maduro.
No en vano ha confirmado a la prensa que, supuestamente venciendo
varios instrumentos jurídicos regulados por una Constitución
revolucionaria que impide la regresión en materia social, además de
someterse al examen popular mediante consultas plebiscitarias, intentará
con sus acólitos en el hemiciclo derrocar el Poder Ejecutivo en los
tres primeros meses del año, a partir del dominio numérico en la nueva
legislatura.
Así que tal nombramiento y el ejercicio de Nicolás Maduro en la
presidencia significarían (significan) un incremento de la polaridad
política en la nación que, como bien aclara Reyes, repercutiría de
manera directa en la gobernabilidad, a partir de las tensiones que
generaría el enfrentamiento abierto entre dos modelos radicalmente
opuestos: el capitalista neoliberal y el socialista revolucionario de
base popular… Pero, en definitiva, más allá de “especulaciones”
sociológicas, de “filosofemas”, queda en pie, como pilar del sentido
común, la interrogante con que comenzamos: ¿Permitirían de brazos
cruzados los venezolanos ver caer, como lastre de un aeróstato, todos
los avances sociales de los últimos 16 años? Confiemos en las masas.
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