jueves, 19 de noviembre de 2015

Elecciones del 2016 en EEUU: El guirigay republicano




Jeb Bush y Donald Trump en el debate del Partido Republicano. Foto: AP
Jeb Bush (derecha) y Donald Trump en el debate del Partido Republicano. Foto: AP

El resultado de las encuestas públicas de opinión, favorable a los aspirantes por el Partido Republicano que no están vinculados a la maquinaria electoral partidaria, ha conmocionado la etapa preliminar de las elecciones primarias. El magnate Donald Trump y el neurocirujano retirado Benjamin Carson se han convertido en el centro de atención electoral del mundo político y mediático en los Estados Unidos.

Un nuevo inesperado elemento se ha sumado al ambiente electoral. Los brutales atentados terroristas del 13 de noviembre en Paris. Ya hay pruebas de que en el contexto electoral, se abrirá un debate entre los aspirantes republicanos y de estos con los demócratas que acaparará mucha atención de los medios de difusión, aunque el impacto directo que tenga en el proceso es aún difícil de precisar, sobre todo porque los condenables hechos sucedieron fuera del territorio nacional estadounidense.
Desde las elecciones presidenciales de 1952 no se ha producido un fenómeno similar en el dominio político “bipartidista” de los Estados Unidos, ni siquiera en la tumultuosa década de los años sesenta cuando coincidieron los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra de los Estados Unidos en Vietnam.

¿Cómo puede explicarse este fenómeno que ha trastocado el clima político del país? ¿Cuáles son las raíces del problema? ¿Cuál es el pronóstico sobre su desenlace?

Desde la primera década de este siglo XXI, diversos factores han ido creando en la población de los Estados Unidos la percepción de que el país se encuentra en un proceso de deterioro y declinan las condiciones de vida. Dos acontecimientos han contribuido mayoritariamente a formar este criterio: las guerra desatadas por Estados Unidos contra Afganistán e Iraq a partir de la “guerra contra el terror” proclamada por el presidente George W. Bush como reacción a los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la gran recesión económica a partir de la explosión de la “burbuja financiera” en septiembre de 2008.

En el contexto histórico y político actual de los Estados Unidos se extiende el criterio de que el liderazgo político no es capaz de encontrar las vías para detener el deterioro. Hay desencanto en la población sobre la manera en que los líderes políticos ejercen sus mandatos y los resultados del ejercicio del poder, especialmente con referencia a la presidencia de la nación y al Congreso federal; ambos tienen un bajísimo nivel de aceptación en las encuestas de opinión pública. Y este estado de ánimo se traduce en la demanda de un “cambio” en la manera de conducir los asuntos nacionales.
El poder político en los Estados Unidos es controlado monopólicamente por los dos partidos mayoritarios, el Demócrata y el Republicano. Al hablar del sistema electoral en los Estados Unidos es prácticamente un lugar común emplear el refrán de que no hay nada más parecido a un demócrata que un republicano, son “pájaros de un mismo plumaje”.

En estas bandadas pueden encontrarse diversas especies, como los conservadores y los liberales. Los primeros, proliferan entre los republicanos, los segundos entre los demócratas. Aunque en realidad, demócratas y republicanos, conservadores y liberales, presentan características diferentes en cuanto a la interpretación de la sociedad norteamericana y los grupos e intereses que representan.
Entre los republicanos predominan las tendencias conservadoras, pero no existe hoy una concepción política común ni uniformidad de actuación entre sus distintos estratos. A pesar de ser “pájaros de un mismo plumaje”, estas variedades conservadoras no tienen iguales motivaciones ni comparten los mismos criterios sobre importantes asuntos del debate nacional.

Hay grupos conservadores, como la derecha religiosa evangélica que tiene como centro de atención la oposición al aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la eliminación en la enseñanza de las concepciones “darwinistas” sobre la evolución del ser humano. Otros grupos conservadores que no comparten plenamente estas prioridades ponen en el centro de su quehacer político la eliminación o privatización de la seguridad social, de los programas de atención médica o de educación primaria y secundaria o la reducción de impuestos y del aparato administrativo federal. Aún otros grupos sitúan en primer lugar la creación de una muralla en la frontera con México que impida la entrada al país de inmigrantes ilegales o la implantación de medidas legales que les cierre la posibilidad de adquirir la ciudadanía estadounidense.

Los neoconservadores, “halcones” de la política exterior, ponen en primer lugar el uso de la fuerza militar en el ámbito internacional defendiendo el incremento de los gastos militares como fórmula para imponer en el mundo el poderío del país, mientras que los llamados “libertarios” promueven la abstención del país en acciones militares externas. Otros grupos rechazan que la actividad humana sea causante de afectaciones al medio ambiente. Aún otros se oponen a la incorporación de los Estados Unidos a los acuerdos de libre comercio. Lo que falta a estos grupos es una concepción integral y coherente del programa conservador.

A partir de las elecciones presidenciales del 2008, surgió de manera no coordinada en distintas regiones del país el movimiento “Tea Party”, como reacción ante la crisis financiera desatada en 2008 y avivado por la oposición al proyecto de reforma del sistema de atención a la salud promovida por Barack Obama denominado “Ley de Cuidado Asequible” (Affordable Care Act, en inglés), más conocido por el epíteto que con intención peyorativa le endilgara la oposición republicana: Obamacare.
Esta oposición encontró un terreno fértil en amplios sectores de la población, abonado por la acción de los intereses corporativos que se consideraban afectados por la reforma en el sistema de salud, y fue el impulsor de una avalancha política electoral que inicialmente logró la derrota de numerosos candidatos demócratas tanto a nivel federal como de los estados, pero que en las elecciones de 2012 y 2014 también puso en el punto de mira como objetivos a derrotar a candidatos republicanos tradicionales.

Las contradicciones internas generadas entre las nuevas fuerzas y el liderazgo tradicional arreciaron hasta desembocar en el intento de “putsch” parlamentario contra el representante republicano John Boehrner, presidente de la Cámara de Representantes (tercer cargo en jerarquía en el país), promovido por los congresiostas republicanos del Freedom House Caucus, el pasado 25 de septiembre.

Otro factor contribuye a la disgregación de los grupos republicanos: el ilimitado papel que en el proceso electoral juegan las contribuciones financieras privadas. Esta situación es consecuencia de demandas judiciales promovidas por instancias republicanas, y que condujeron a decisiones del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, particularmente la conocida como Citizens United v. FEC del 21 de enero de 2010. Esta decisión, aunque ha incrementado de manera exponencial el gasto de las campañas electorales, ha posibilitado mecanismos de financiamiento privados que ponen al alcance de más candidatos los fondos necesarios para sus aspiraciones electorales, al menos en su etapa inicial.
Otro elemento adicional fueron los cambios en el reglamento de las elecciones primarias introducidos para estas elecciones de 2016 por el Comité Nacional Republicano: se pospuso el comienzo de las elecciones primarias de inicios de enero para el 1º de febrero; se cambió la regla de que todos los delegados se asignaban al ganador de la primaria o caucus del estado, estableciéndose una asignación de delegados a los aspirantes proporcional a los votos recibidos; se reajustó el calendario de las primarias para hacer difícil a un candidato ganar antes del mes de abril los suficientes delegados para ser nominado en la Convención Nacional.

Como resultado de estos distintos factores se presentaron diecisiete candidatos principales por el Partido Republicano (dato curioso: en la Comisión Electoral Federal hay registrados un total general de 1367 candidatos a presidente, de ellos 160 republicanos). Al redactar este artículo, los diecisiete se habían reducido casi a la mitad; solo habían diez con algún apoyo medible en las encuestas; cinco ya habían anunciado que desistían de la aspiración y dos simplemente no tenían apoyo público y estaban multiplicados por cero.

En cuanto a los diez aún activos, el promedio de las encuestas en el ámbito nacional calculado para el 14 de noviembre por RealClear Politics, indicaba que la suma del apoyo alcanzado por Donald Trump y por Ben Carson (47,6%) era superior al de los otro ocho, quienes en conjunto no alcanzaban el 40%. Este grupo está compuesto, por el senador por Florida, Marco Rubio, el senador por Texas, Ted Cruz; el ex gobernador de Florida, Jeb Bush; el senador por Kentucky, Paul Rand; la empresaria Carly Fiorina; el gobernador de Ohio, John Kasich; el exgobernador de Arkansas, Michael Huckabee; y el gobernador de New Jersey, Chris Christie.

No es posible ahora aventurar quien será el nominado como candidato presidencial en la Convención Naciobnal Republicana que comenzará el 18 de julio de 2016. Pero si puede afirmarse que esta no es la situación del pasado mes de abril cuando había un gran favorito: Jeb Bush, debía haber arrasado. Las encuestas en esta etapa no son un indicador confiable en cuanto al futuro.

En abril, nadie tuvo en cuenta la dominante presencia actual de Donald Trump y de Benjamin Carson, personas ajenas al aparato partidista republicano y el deslucido papel desempeñado por Jeb Bush.
Antes de que en diez semanas comiencen las elecciones primarias, los aspirantes rezagados, George Patacki y James Gilmore, abandonarán la lucha y si no lo hiciesen, tampoco contarán para nada. Otros como Carly Fiorina, Mike Huckabee y Chris Christie, también deberán abandonar la contienda, fundamentalmente por falta de recursos y condiciones para pasar a la nueva etapa en la cual se requiere crecientes sumas de dinero efectivo para dedicarlo a propaganda, el trabajo sobre el terreno en los estados, la creación de aparatos de recopilación, procesamiento y análisis de la información, la elaboración de estrategias de campaña, la recaudación de dinero, los viajes por el territorio nacional, sin los cuales es impensable para participar en el proceso.

Lo que si queda claro es que para los republicanos se vislumbra una dura y larga batalla que pudiera prolongarse hasta la Convención Nacional Republicana que se celebrará en Quicken Loans Arena, en Cleveland, Ohio del 18 al 21 de julio de 2016

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