Por:
Blanche Petrich
Durante las cinco décadas de confrontación entre Estados Unidos y
Cuba hubo periodos de contactos y encuentros ultrasecretos, lapsos en
los que imperó la ley absoluta del hielo y tiempos en que las amenazas
de la potencia hemisférica se agravaron y llegaron a ser violentas.
Hubo momentos tan riesgosos que el propio general Alexander Haig
–notable halcón dentro de la administración de Ronald Reagan– advirtió
al embajador soviético en Washington y al canciller mexicano Jorge
Castañeda de la Rosa que el Pentágono bien podría llegar a la decisión
de bombardear la isla. Fue el mismo Haig quien en otra coyuntura
reconoció que la interlocución con Fidel Castro era imprescindible para
Washington y en 1982 viajó a la ciudad de México para reunirse con el
entonces vicepresidente cubano Carlos Rafael Rodríguez.
Pragmatismo o realpolitik que se impuso en los dos gobiernos. Buena parte de esa historia aún no se conoce
.
El diplomático Ramón Sánchez Parodi, quien encabezó la sección de
intereses de Cuba en Washington del 1º de septiembre de 1977 al 30 de
abril de 1989, reconoce que ante la nueva realidad, con relaciones
plenas entre los dos viejos rivales, falta que los cubanos contemos
nuestra versión de la historia. Y también que hagan valer sus demandas
frente a Estados Unidos, entre ellas la más sentida: el levantamiento
del bloqueo.
Ex viceministro de Relaciones Exteriores, miembro del Consejo de
Estado y fundador del Partido Comunista, Sánchez Parodi avizora las
perspectivas del proceso histórico que empieza ahora, ya con las
relaciones bilaterales restablecidas, como un desafío mayor para el
gobierno de Barack Obama que para el de Raúl Castro. Son ellos quienes
tienen que desmontar un estado de cosas que han creado. Nosotros no los
tenemos embargados ni los hemos sancionado, ni financiamos su subversión
interna. ¿Como pueden mantener el bloqueo y pretender normalizar la
relación? No me lo puedo ni imaginar.
–Ellos sostienen que la decisión no depende de Obama, sino del Congreso…
–Sí, depende del Ejecutivo. Durante 12 administraciones lo han mantenido con leyes, regulaciones, iniciativas, normas.
–¿Y si Hillary Clinton no gana las elecciones?
–Puede ganar Marco Rubio o Ted Cruz (dos cubanoestadunidenses que
aspiran a la candidatura del Partido Republicano), que eso no cambia la
historia. No es una cuestión de personas, sino una realidad mundial la
que está dictando las condiciones de este proceso.
Al momento de la entrevista con el autor del libro Cuba-USA: diez tiempos de una relación,
la revista Mother Jones acababa de publicar detalles del más reciente
entramado que condujo al restablecimiento de las dos embajadas, con
episodios y actores que ni siquiera John Kerry (el secretario de Estado)
conoció. Las revelaciones de Peter Kornbluh y Michael Leogrande no
mencionan quiénes fueron los protagonistas del lado cubano en esta
delicada operación, que se inició 18 meses antes del sorprendente día
del destape de la historia, 17 de diciembre de 2014.
A Sánchez Parodi le tocó relacionarse con los gobiernos de Richard
Nixon, James Carter, Ronald Reagan y los comienzos de George Bush padre.
Primeros pasos
–¿Quién dio los primeros pasos? ¿Carter?
–No, eso empezó antes, en junio de 1975. Siempre hubo contactos,
aunque lo oficial era la prohibición de hablar entre nosotros. Pero fue
Henry Kissinger, con Nixon, quien tomó la primera iniciativa. Frank
Mankiewicz y Saul Landau, académicos progresistas de Estados Unidos,
ambos ya difuntos, comunicaron al Departamento de Estado su interés en
viajar a La Habana. Y Kissinger aprovechó para enviarle una carta no
firmada a Fidel Castro, proponiendo una conversación.
Ahí se da la participación de Sánchez Parodi: “Lo que proponía
Kissinger partía de la base de reconocer las diferencias sustantivas
entre los dos gobiernos, pero señalaba que esa no era la razón para
mantener una hostilidad perpetua. El gobierno cubano la analizó y
respondió positivamente. Entonces se procedió a nombrar representantes:
yo, por parte nuestra, y el secretario ejecutivo de Estado Lawrence
Eagleburger. Tuvimos una primera reunión secreta en el aeropuerto
LaGuardia, de Nueva York, en enero. Ahí sólo hablamos de los aspectos
operativos. Después, en julio, otro encuentro en el hotel Pier, de tres o
cuatro horas. Lo central fue el tema del bloqueo.
Estados Unidos no se
oponía a levantarlo. Es más: estaba interesado, pero estaba impedido
porque la Organización de Estados Americanos (OEA) había impuesto las
sanciones colectivas contra Cuba, precisamente por impulso de
Washington. Si Estados Unidos las levantaba unilateralmente, estaba
contraviniendo una resolución de la OEA, que determinó que ningún país
miembro podía relacionarse con nosotros. Era un dilema que se estaba
discutiendo en la OEA desde 1973, sin que encontraran salida a la trampa
que ellos mismos se habían puesto. Eagleburger nos informó que si los
países de la OEA proponían el levantamiento del embargo, ellos no se
iban a oponer. Nos levantamos de la mesa con la idea de reunirnos dos
meses después. Eso nunca sucedió. La fecha se fue dilatando hasta que,
para nuestra sorpresa, ese diálogo se rompió con el pretexto más baladí:
nuestro apoyo a la independencia de Puerto Rico.
Nixon cayó por el escándalo Watergate y el presidente Gerald Ford
llegó a la Casa Blanca con ganas de hacerse elegir en los comicios de
1976. Para congraciarse con la derecha, puso de pretexto el apoyo de
Cuba a los independentistas de Angola.
–¿Sí fue un pretexto?
–Sí, nuestra presencia militar en África era mínima todavía. Ford
acordó con Kissinger que no se haría pública la negociación con Cuba
hasta después de las elecciones, y luego continuó el impasse por lo de
Angola. Sin embargo, dos años después, ya con Cuba mucho más involucrada
con la resistencia de los angolanos contra las guerrillas de Unita y
las incursiones de Sudáfrica, Carter ordenó reanudar los contactos. En
1977 ellos hicieron oficial y pública la negociación y la iniciativa de
que los dos gobiernos abriéramos nuestras secciones de intereses. Como
facilitadores elegimos a Checoslovaquia y ellos a Suiza.
–¿Es usual este recurso cuando dos países no tienen relaciones diplomáticas?
–Así como las tuvimos nosotros, con facultades para desarrollar casi
todas las funciones que tiene una misión normal, casi como una embajada
sin nombre ni bandera, no es usual. La idea era poder dar el siguiente
paso, el restablecimiento pleno, casi de manera inmediata. Pero pasaron
30 años para hacerlo realidad.
–¿Carter lo impidió?
–Él quedó atrapado entre dos corrientes, la más conservadora, de su
asesor de seguridad, Zbigniew Brzezinski, y una más liberal, de su
secretario de Estado Cyrus Vance.
Ya desde esa época se negociaban los temas que hoy vuelven renovados a la mesa, por ejemplo el de las indemnizaciones mutuas.
Ellos reconocieron nuestro reclamo desde los 70 y nosotros el de
ellos. A mí me tocó trasladarles nuestro planteamiento. El problema está
en las cantidades.
Explicó que Cuba hizo desde la sección de intereses un ofrecimiento de indemnización a particulares cuyos bienes y capitales fueron expropiados por el gobierno revolucionario. Pero el gobierno les recomendó que no aceptaran y que registraran su demanda para que fueran las autoridades quienes las cobraran.
Los reclamantes recibieron a cambio beneficios fiscales.
En cuando a nuestra demanda, hemos sacado nuestras cuentas por los
daños del bloqueo, los ataques terroristas y las cuentas bancarias
expropiadas en Estados Unidos. Lo importante en este tema es que los dos
gobiernos admiten sus deudas y las cosas están dichas públicamente.
El periodo Reagan: los dos extremos
–Como jefe de la sección cubana, ¿tuvo interlocución con las autoridades estadounidenses?
–Siempre. Con la Defensa, con la CIA y el FBI, los departamentos de
Comercio y Tesoro. Con Ronald Reagan aumentaron las hostilidades, pero
siempre fue evidente que no querían prescindir de la comunicación
directa con nosotros. Nunca quisieron eliminar el mecanismo de las
secciones, continuamos negociando el memorando de entendimiento.
Sorprende que Sánchez Parodi subraye esta línea continua de contactos
discretos entre Cuba y Washington cuando en el mundo el antagonismo era
brutal. Son los años de la intervención militar de Estados Unidos en
Nicaragua y El Salvador con el pretexto de la injerencia soviética y
cubana, los años de la invasión a Granada y el asesinato de su primer
ministro George Bishop.
Cierto, dice el diplomático, quien después fue viceministro de
Relaciones Exteriores y embajador en Brasil, “pero también es el tiempo
del Acuerdo de África Austral, quizá el último acto relevante de la
diplomacia de Reagan, en diciembre de 1988. Cuba estuvo presente en
Angola desde 1975 hasta 1989, y Washington entendió que la interlocución
con nosotros era indispensable. Su apoyo a las fuerzas genocidas de
Jonas Savimbi de la Unita y al régimen del apartheid en Sudáfrica tenía a
Estados Unidos distanciado de los demás países africanos y el campo
socialista, y le daba muy mala imagen en el mundo.
“De ese Acuerdo de África Austral se habla muy poco, y sin embargo no habría sido posible sin Cuba. ¿Qué hubiera pasado ahí? Hoy en Angola hay estabilidad, Namibia es independiente, en Sudáfrica no hay apartheid”.
En cada administración que pasó por la Casa Blanca hubo claroscuros
en los canales confidenciales de comunicación con Cuba. Sánchez Parodi
recuerda algunos: cuando México, Colombia y Venezuela pidieron a Bush
padre redactar una iniciativa para levantar el bloqueo. Esto naufragó
por las elecciones de 1992.
William Clinton firmó las leyes Torricelli y Helms-Burton para
endurecer el cerco político y comercial a la isla, justo cuando se
hundían en el pasado sus aliados del campo socialista. Fue también la
época de las provocaciones terroristas, los sobrevuelos ilegales del
grupo anticastrista Hermanos al Rescate y el derribamiento de dos de
estas aeronaves.
A diferencia de los avances y retrocesos del pasado, el proceso de
deshielo de hoy, concluye, no tiene marcha atrás. Y aquí sí depende de
las dos partes. Todos tenemos que cambiar un estado mental que nos
condicionó medio siglo.
(Tomado de La Jornada)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario