lunes, 3 de diciembre de 2012

Movimiento secesionista en Estados Unidos


Manuel E. Yepe



Tomado de Granma



El triunfo electoral del 6 de noviembre que dio la reelección al presidente Barack Obama fue detonador de una confrontación que recuerda los orígenes de la guerra de secesión que desangró a Estados Unidos entre 1861 y 1865.

En virtual manifestación de inconformidad por la renovación del mandato presidencial del Partido Demócrata, la extrema derecha estadounidense está protagonizando una campaña enfilada al desmembramiento de la nación.

La secesión tiene en ese país una infortunada historia cuyos traumas se aprecian en las añejas divisiones que persisten en la sociedad estadounidense actual.

Desde los cincuenta estados que integran los Estados Unidos de América se han recibido en la Casa Blanca cientos de miles de peticiones en las que, a título individual, se reclama la secesión pacífica de la Unión de sus respectivos estados y que se reconozca la independencia de estos.

Según se informa en el sitio web WhiteHouse.gov, la Casa Blanca responderá aquellas peticiones que reúnan más de 25 mil firmas, una cifra que, hasta el 26 de noviembre ya había sobrepasado Texas, con unas 170 mil, aunque sin incluir entre ellas la del gobernador Rick Perry.

Los estados de Florida, Carolina del Norte, Tennessee, Georgia y Luisiana le siguen con algo más de 30 mil cada uno. Estas peticiones se validan con los datos de la dirección electrónica del remitente.

Lo que podría ser una noticia ampliamente propagada si ocurriera en otro país cualquiera, apenas está recibiendo atención difusiva en los medios dominantes o mainstream media. No obstante, en medios alternativos de Internet el fenómeno está siendo debatido intensamente.

La oposición a este movimiento secesionista ha desarrollado un método de acción similar en sentido inverso, aunque todavía no alcanza cifras tan notorias como su contraparte antiestadounidense.

Entre las peticiones antisecesionistas la que tiene hasta el momento mayor popularidad es una que pide al presidente Obama que se retire la ciudadanía de Estados Unidos a quienes firmen una petición de secesión. Algunas proponen, además, la deportación.

Otro planteamiento antisecesionista con mucho apoyo es el que reclama que los estados que se separen de los Estados Unidos sean obligados a pagar su cuota proporcional de la deuda federal, como requisito previo a su abandono de la Unión.

Muchos de los que se pronuncian contra la secesión lo hacen sencillamente suplicando a la Casa Blanca, en sus peticiones, que haga "todo lo que esté en su poder para mantener a la nación unida".

Pero hay quienes hacen propuestas concretas, como la de acentuar el federalismo a la manera de la Constitución de 1879 en la que los poderes del gobierno federal eran pocos y definidos, en tanto que los que los estados reservaban para sí eran muchos e indefinidos.

Así —esperan los ponentes de tales ideas— quienes no gusten de las políticas en su estado pueden optar por mudarse para otro.

En Austin, ciudad de Texas, donde el movimiento separatista tiene gran fuerza, ha surgido una corriente antiseparatista local que reclama que, si Texas se separara de la Unión, Austin y otras tres ciudades del estado (Dublin, Lockhart y Shiner) sean autorizadas a continuar siendo parte de ésta "para proteger el nivel de vida de sus ciudadanos y asegurarles sus derechos y libertades de acuerdo con las ideas y creencias originales de los padres fundadores".

Los periodistas Dan y Sheila Gendron publicaron en Internet a fines de noviembre un interesante análisis crítico del movimiento secesionista en Estados Unidos. Según ellos, combatir al sistema para arreglarlo o resucitarlo "es como fajarse por el filete de una vaca muerta y podrida".

"¿No sería mejor apartarse mientras colapsa y contribuir a que la sociedad se proyecte hacia un mejor paradigma basado más en la atención al prójimo que en exprimirlo hasta el último centavo con inútiles productos de consumo?".

El hecho es que están nuevamente en juego los dos polos de la política estadounidense: los conservadores sureños y los demócratas norteños. Ambos sirviendo de fachada al gobierno supremo de los bancos, las corporaciones y el complejo militar industrial, portador del proyecto hegemónico global de Estados Unidos, que jamás ha sido electo pero es el que rige los destinos de la superpotencia.

Según la óptica sureña, en esta confrontación el presidente Obama representa los intereses del norte por ser norteño (de Chicago), negro y aliado del mundo de las finanzas, las tres imputaciones que articulan a la derecha sureña contra el norte.

Asoma aquí también la ideología de la extrema derecha chovinista del reaccionario movimiento Tea Party que parece haber ocupado el espacio político fundamental del Partido Republicano

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