sábado, 11 de abril de 2009

A la derecha de Obama.





Jorge Gómez Barata


Aun cuando existan estrategias y programas de largo aliento, en todas sus dimensiones la política se asocia, tanto al cumplimiento de tareas históricas como a realidades inmediatas. En nombre de ninguna meta, ningún proyecto político puede sustraerse a las realidades presentes. Parafraseando la metáfora de Hegel: “Como el búho de Minerva, aunque alce su vuelo al atardecer, sigue perteneciendo a hoy”.

Esas cualidades le confieren a la política una relatividad difícil de encontrar en otras esferas y sobre todo una complejidad que no comporta ninguna disciplina. La presente coyuntura internacional prueba tales peculiaridades.

Frente a los excesos y a los desatinos de las ultra reaccionarias fuerzas encabezada por las administraciones Reagan y Bush, especialmente después del 11/S, cuando la reacción conservadora, tanto en el plano domestico como internacional se desplazó a la extrema derecha y adoptó posiciones colindantes con el fascismo, cualquiera actitud reformista, incluso simplemente razonable y naturalmente todos los programas mínimos, parecían de izquierda.

Dado la posición virtualmente hegemónica de los Estados Unidos en la política mundial el desplazamiento hacía la derecha que había comenzado con Reagan y Thatcher se acentuó afectando sobre todo a los partidos, los gobiernos y otras fuerzas políticas de Europa y América Latina que se plegaron al dictak de Washington y vivieron la ilusión neoliberal.

El corrimiento al conservadurismo no fue total y no absorbió a todas las fuerzas políticas porque a pesar de la opulencia del imperio y sus aliados, existen realidades que también forman arte de la coyuntura mundial como son la paulatina recuperación de Rusia y el auge de China que aun en las condiciones del mundo unipolar, mostraron una tendencia al restablecimiento de correlaciones mínimas en la arena internacional.

A ese fin contribuyeron poderosamente la resistencia a las invasiones norteamericanas en Irak y Afganistán, la firmeza con que Irán defendió sus posiciones, así como la capacidad de maniobra y la tenacidad conque Corea del Norte ha hecho valer lo que cree sus derechos. La resistencia contra hegemónica es reforzada por la actividad de los movimientos sociales en todo el mundo.
En los últimos lustros, América Latina se ha convertido en un escenario donde las tendencias positivas han cobrado un auge inédito y junto a la capacidad de resistencia de Cuba que sin concesiones políticas al imperialismo, remontó la crisis abierta con el fin del socialismo real y la desaparición de la Unión Soviética, se ha consolidado el proceso revolucionario venezolano, así como los triunfos populares en Bolivia y Ecuador y los procesos avanzados en Brasil, Argentina, Uruguay, la vigencia del Sandinismo y su retorno al gobierno y últimamente los avances registrados en Paraguay, El Salvador, Guatemala y Honduras.
En ese contexto caracterizado por grandes tensiones, pisa la escena Barack Obama, el primer presidente negro de los Estados Unidos, el tercero más joven, el único nacido fuera del territorio continental y el primero en décadas que no proviene de la maquinaria política tradicional. Con sus luces y las sombras que puedan venir, Obama es el único de los 44 mandatarios norteamericanos cuyo ascenso, de alguna manera, involucra las luchas populares.
Por esta vez los blancos reaccionarios no pudieron con los blancos progresistas y moderados, con los negros, los latinos, los jóvenes de una u otra raza y los pobres de los Estados Unidos. Ningún presidente norteamericano en ninguna época, en tan poco tiempo se ha empeñado, en una rectificación a la escala como se la propone Barack Obama.
Es verdad que otros presidentes avanzaron importantes cambios: Jackson por ejemplo enfrentó a la banca norteamericana y terminó cerrando el Banco de los Estados Unidos; fue el primer presidente objeto de un atentado. McKinley rompió el aislacionismo y se lanzó a la guerra contra España; fue el primero en morir en un atentado. Abrahan Lincoln no tuvo alternativa y se lanzó a la Guerra Civil para salvar la unidad del país y de paso terminó con la esclavitud, murió en el segundo magnicidio.
Woodrow Wilson volvió a romper esa vez definitivamente con el aislacionismo, se involucró en la Primer Guerra Mundial y Kennedy terminó con la segregación racial y esbozó una política exterior diferente, especialmente para América Latina y el Tercer mundo concibiendo la Alianza para el Progreso, empeño frustrado entre otras cosas por el atentado que le costo la vida.
Franklin D. Roosevelt tuvo la tarea de administrar la crisis de los años treinta para lo cual confrontó a los monopolios, los bancos, al Congreso y al Tribunal Supremo y luego, aliándose e intentó imponer un orden de paz.
La meta que se ha impuesto Barack Obama no tiene precedentes. Se trata no sólo de restablecer, sino de reinventar una imagen para los Estados Unidos, reorientar su política exterior y conducir a su pueblo en la peor de las crisis afrontadas por ese país.
De todas formas las duras realidades de las estructuras y los intereses imperiales traen cada día de regreso a quienes se ilusionan y muestran las enormes contradicciones del discurso y las posiciones presidente, enfrentado entre otras cosas a un mundo y unas realidades también contradictorias.
Para Obama se trata como de una carrera de obstáculos en la cual el listón está a la altura máxima. Él lo sabe como mismo se conoce que todo no depende de sus piernas y de su impulso, también necesita viento a favor

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