«La COVID-19 me acaba de arrancar a una hermana», escribió un amigo en las redes sociales, consternado ante la persona allegada que acababa de morir.
Expresiones similares se escuchan a diario y abundan en las plataformas digitales. Hay también mensajes de pesar por el deceso de personas conocidas de todos los cubanos, gente que sucumbió al asedio atroz de la pandemia, algunas de ellas luego de haber pasado largos días en unidades de cuidados intensivos y bajo la atención esmerada del personal de Salud.
Particularmente, son noticias que producen conmoción.
La señal es muy clara: morir a causa de la pandemia es más probable de lo que pensábamos. Por eso es que una conducta alerta y precavida, puede ser muy atinada para no contagiarnos ni contagiar a otros.
Lamentablemente, pese a los muchos llamados a la prudencia, a la imperiosa necesidad de ser responsables, de cuidarnos y cuidar a los demás, hay quienes no captan el profundo sentido de la petición.
Durante cierto tiempo, el índice de letalidad por la COVID-19 era poco significativo y, por consiguiente, lo veíamos como algo ajeno a nosotros. También, por fortuna, los casos de contagios en edades pediátricas eran muy raros.
Pero la enfermedad empieza a dejar cicatrices cada vez más visibles y profundas. Y lo triste del drama es que también los más jóvenes se enferman y hasta desarrollan formas graves de la dolencia.
En un inicio, con un poco de egoísmo, muchos creíamos que el dolor siempre estaría lejos, fuera del alcance nuestro, de la familia y de los amigos.
La cruda realidad, sin embargo, dice otra cosa. En la provincia de Matanzas, por ejemplo, la COVID-19 se cobró más vidas en las últimas semanas que durante todo el primer año de la enfermedad.
Muchos comprueban que, en efecto, también les puede tocar a ellos. Se convencen, sobre todo, cuando enferma y muere alguien en los pueblos pequeños, donde todo el mundo se conoce y vive como en familia.
Aunque al parecer va camino de dejar atrás el peor momento, con una disminución de los casos positivos en las últimas jornadas y en busca de lo que pudiese ser una tendencia al control, el territorio matancero todavía exhibe una importante transmisión.
Es el resultado de un enorme esfuerzo por disminuir la presencia del nuevo coronavirus en cada uno de los municipios, pero cualquier ligera mejoría no significa un motivo de relajación, sino todo lo contrario.
Las principales autoridades están conscientes de que todavía persisten dificultades e insisten en no descuidar la percepción del peligro y en perfeccionar las pesquisas activas, y todas aquellas medidas que contribuyan al aislamiento social y a la disminución de la movilidad ciudadana.
El llamado es, sobre todo, a cumplir lo establecido y a hacer bien las cosas para evitar los fallecimientos; ese es el reto principal, recalca cada día Liván Izquierdo Alonso, presidente del Consejo de Defensa Provincial, al abordar la situación sanitaria del territorio, matizada por la circulación de nuevas cepas de la COVID-19, más contagiosas y letales.
Lo cierto es que la pandemia está causando un trastorno colosal en el mundo, y cada vez son menos quienes ocultan su preocupación por esa realidad.
Y no es miedo irracional. Es que enfermar, inclusive morir, no constituye un golpe de suerte. Las pruebas y las estadísticas son irrefutables, y a veces están ahí bien cerca, en nuestros familiares y amigos. ¡Cuídese y cuide a los demás!
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